domingo, 23 de octubre de 2011 in

El Sonido de los pueblos abandonados

El Sonido de los pueblos abandonados

 Valle del río Cidacos

Si el viajero tuviese que elegir los pueblos a visitar por la sonoridad de sus nombres  enfilaría el camino para que le condujera hasta Ollora, Ribalmaguillo, La Monjía, Turruncún, Garranzo, La Escurquilla, Navalsaz y Poyales y Oliván...Todos ellos situados en una zona muy próxima al río Jubera, pero ya en la cuenca alta del Cidacos.

Si el viajero tuviera que elegirlos por ser pueblos olvidados se trasladaría hacia esos mismos en los que no hace tanto tiempo muchos riojanos todavía vivían y subsistían trabajando huertos, algunas piezas de cereal y frutales, un corral con gallinas y conejos, un par de cerdos para hacer matanza, una punta de cabras y ovejas, acaso también vacas o yeguas. Mantenían la casa de sus antepasados y, entre los pocos vecinos, mantenían la aldea. Pero ¡qué casualidad y qué tristeza! a mediados del siglo pasado el desarrollo que llegó al valle no alcanzó a la sierra y muchos de estos pueblecitos se quedaron al margen de los avances y comodidades que traían las nuevas vías de comunicación, la red eléctrica, el agua corriente... Aquellos riojanos, como muchos otros españoles, se vieron empujados al éxodo rural: hicieron las maletas, echaron llave a la casa y marcharon a la capital a iniciar una nueva vida. La vieja quedó atrás y el olvido cayó sobre ella con la fuerza de un mar incontenible. Hoy, como restos del naufragio, de esos despoblados solo quedan las ruinas en el monte.

 Viejo Balneario

Después, los pueblos se quedaron completamente vacíos. Se construyeron puentes de troncos, salva el río, para dar comienzo a senderos que en tiempo prudencial de marcha llevan hasta esos pueblitos perdidos en lo que algunos han venido en llamar las “Alpujarras riojanas”, por remotos y pobres. Allí apenas queda nada. Las vacas pacen por doquier con la sola compañía de moscas y tábanos. El cielo es del buitre. El monte, de la aliaga.

De la veintena de casas que ayer formaban sobre la ladera solo quedan paredes en ruinas con esa mirada fantasmal que aparentan las ventanas vacías. Y de la iglesia resiste en pie poco más que un muro. Ni rastro de la nave. Zarzas y ortigas salpican como una espuma verde y hostil los pecios de esos pueblos sonoros en su nombre.

El viajero, acostumbrado a la costa y a la sierra, se ha dado cuenta en su visita riojana que esta es la “costa de los naufragios” donde han quedado varadas, como tristes barcos hundidos en el mar del olvido, las ruinas de muchas aldeas que un día no tan lejano fueron pueblos vitales.

 Lo que queda de la Iglesia de Torremuña

Esas soledades por las que hoy casi nadie se aventura encierran el secreto que despobló buena parte de la provincia, la más agreste. Su humilde pero considerable patrimonio arquitectónico, iglesias y casas serranas de buena piedra, yace desmoronado e irrecuperable. Entre los escombros y la maleza se ha perdido también el patrimonio inmaterial de la memoria de esos lugares. Y se perderá del todo a no ser que alguien lo remedie.

La Medusa Paca los está recorriendo, fotografiando y espera ir mostrándoselos con el único objetivo de que no queden en el olvido, desea que el relevo generacional no quede abandonado en el futuro. Desea saber lo que ocurrió, para que no se repita. Cada pueblo tiene su historia, aunque muchos la han perdido ya para siempre. Son un continuo rosario de pueblecitos abandonados en la sierra riojana, cuyos restos son hoy un esqueleto de piedra a la intemperie.

Aldeas que soportaron duras condiciones, inviernos gélidos y áridos estíos, no aguantaron en cambio la llegada del progreso, que se quedó abajo, en el valle. Sus gentes estaban hechas a todo, pero tenían derecho a prosperar, aunque para ello tuvieran que soltar amarras y emprender otra singladura.

Con el tiempo, la naturaleza, sin nadie que la domesticase ya, volvió a apropiarse de los espacios donde antaño hubo cultivos. También de caminos, calles y plazas. Las viejas construcciones, hundidas por el peso de los años, fueron devoradas por la maleza. Escombros de roca, argamasa y madera arruinaron cocinas donde hubo un hogar y lumbre, dormitorios y estancias con sus propios recuerdos a medio hacer.
El expolio y la rapiña también hincaron el diente en templos y viviendas; hasta las tejas se llevaban, las piedras sillares, las vigas, los cabezales de las camas, los cacharros de cocina, los aguamaniles, las aldabas, los aperos de labranza. Hoy solo quedan los huesos que no pueden roer más carroñeros. Como restos de un hundimiento que el mar devuelve sobre la playa tras la tempestad. Lo demás lo hizo el olvido.

 Reconstruyendo la iglesia de Oliván

Aunque quizás aún quede una esperanza en quienes no olvidan sus raíces: como en Oliván, donde un hombre, un solo hombre que recuerda a Pedro, aquel último superviviente, se ha esforzado en arreglar su casa con sus propias manos, reflotarla en medio de la nada y salvar su pueblo del naufragio.

Fotografías y textos de La Medusa Paca. Copyright ©

Leave a Reply

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores