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sábado, 27 de junio de 2020 in

ESTIO





ESTIO

Ha llegado, pero no tengo conciencia de que realmente lo hubiera convocado: es como un polizón que se me ha colado.

Se me murió la primavera sin estrenarla, como una virgen embalsamada, los abrazos pendientes se nos quedaron colgados de las manos, todo se lo llevó el viento, o a punto estuvo, y todo se quedó impregnado de un aire viciado y caduco. En los últimos días de junio, por san Juan, he vivido los días más extraños, los más excitantes, preocupantes e impactantes y hoy puedo decir que hasta inspiradores. Sentí que la vida, mi vida, se quedaba enredada en las copas de los árboles sin atreverse a descender a ras de suelo, pendiente de las ramas por las que se iba perdiendo o agarrando todo este tiempo: la impotencia, la angustia, la rabia, la furia, la ira...

Y ahora siento que ha llegado el verano de improviso, sin anunciarse, sin haberlo convocado, como una visita inesperada y en su momento. Nada ha sido como solía, ni siquiera la espera del verano, ese deshacerse las fechas con el calor ambiental, desleído el tiempo en los almanaques. En menos de una semana llegará julio y aquí estoy todavía peleando contra los imprevistos, braceando contra la corriente que me lleva de sobresalto en sobresalto, permanentemente en guardia. conciencia viva de la propia existencia, efímera como un soplo, como una brizna de hierba que un día crece y al siguiente la siegan.

Ha llegado el verano, pero no tengo conciencia de que realmente lo hubiera convocado: un polizón que se me ha colado en esta nave de locos sin rumbo fijo. Aquí está. Como sin planes y con el ánimo sólo dispuesto para descansar. Me siento cansado, sí, profundamente agotado después de desbrozar una jungla de emociones y roturar los propios sentimientos para sembrar los plantones cuyos frutos, como dulces higos, saben a esperanza y huelen a futuro.

Quimera dorada

Qué me importa que retumbe el trueno
ni que el rayo chiste su zig-zag fatal,
ni que el mar bravío azote las costas,
ni que el viento muja con la tempestad,
ni que el rio suba su cauce de agua
y al pilar del puente lo haga temblar,
que el alud de nieve ruede de la altura,
ni que el ventisquero forme el vendaval,
ni que fuego, lava, ceniza y escoria,
azufre y gases broten del volcán…
qué me importa si yo ya he perdido
la fe en la vida, donde no hay piedad,
donde sólo alienta la intriga y el odio,
la falsa sonrisa y ansias de medrar…

El mundo se asienta en siete columnas:
los siete pecados del ser terrenal.

Las siete Virtudes andan desterradas
y por ser Virtudes, no pueden triunfar…

Sólo los artistas soñando sus farsas
las hacen, por breves, en ficción reinar.

El avaro, pródigo. El soberbio, humilde.
La envidia, que tiene freno y caridad.
La gula, es templanza. La ira, paciencia.
El casto, derrota a la furia sexual,
y la diligencia, vence a la pereza
que huye malrota su comodidad…

Todo esto es un sueño, quimera dorada,
espejismo absurdo de un mundo irreal,
de un mundo que fuera piadoso y cristiano
que viera en el Gólgota, refulgir la paz.
Que cruces pidieran en donde inmolarse,
como Dios en carne su ejemplo nos da.


Señor: en los cielos de azul transparente
fundido en sus luces, veo tu flotar,
y humilde te pido que rompas los hierros
de tantas pasiones formando dogal…

Que vuelva de nuevo, la VIDA, a la tierra
y vea la calma del cielo tranquilo
y el rayo no chiste su zig-zag faltal,
y el mar amansado no azote la costa,
ni el viento desbaste con su tempestad…,
que todo, tranquilo, sonría y nos bese,
bajo tu reinar.

PRJP. Nº47 Al día siguiente de la alta médica de una aciaga salmonelosis 26/06/2020

PD, Aunque este año no hay Sanfermines, hay vacaciones. El personal tiene muchas ganas de ir por ahí, hace calor… y todo eso.  Por mi parte entorno, pues, un año más, las hojas del cuaderno de la Medusa Paca.
Hasta septiembre, s. D. q.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

miércoles, 10 de junio de 2020 in

Han vuelto los vencejos



Pórtico y torre de la iglesia de Grávalos

Han vuelto los vencejos

“Han vuelto los vencejos;
las cosas naturales vuelven siempre;
las hojas a los árboles,
a las cumbres las nieves.
Han vuelto los vencejos;
lo que no es arte vuelve;” (Miguel de Unamuno)

Ellos, heraldos alados de la primavera más triste y verdadera de mi pueblo, que son al azul de nuestros cielos lo que sus blancas flores a los naranjos junto a mi casa murciana, han asomado por el horizonte en estos días, cuando las horas alargan. Hablo de mis vencejos. De mis queridos vencejos del pórtico de mi iglesia, del frontón, del Puerto, cruce de caminos, del patio de lo que fue La Fonda, del balneario y del “Tapiao”. Los vencejos de Grávalos. Los que, ritualmente, cada año vuelven como en un verso de Bécquer, con sus recortes increíbles por las esquinas del cielo, con sus requiebros entre el campanillo de la ermita, con sus giros entre la redonda y achatada torre de la iglesia, criaturas del aire que no mueren, pero si posan entre los tapiales ruinosos de santa Bárbara, entre los carrizales de las balsas de Fonsorda y entre las viejas tejas de las cubiertas a dos aguas de esas nuestras casas tan queridas adornando sus balcones.

Ruinas de santa Bárbara

Estos vencejos, os digo, son mis amigos, y algunos hasta me dicen cosas, que luego les transmito a mis nietecillos, cuando se encuentran lejos de esa vieja morera de un patio solitario, pasando el invierno en la calidez de australes países, como unos millonarios en belleza que son. Sabrán perdonarme que este año haya tardado tanto en acordarme de ellos. Ya saben, fue la desgracia. Tanta muerte, tanto miedo, en esta primavera la que, a pesar de su dolorosa rareza, les retardó en su cita anual con las tierras de los pueblos riojanos. Sí, han venido y se han presentado, menos numerosos que otros años, me dicen los que, como este escribidor, se extasían ante su vuelo gravaleñísimo a la caída de la tarde entre las nubes espaciadas de ese cielo azul o zigzagueando por las esquinas de las angostas calles, anárquicamente empedradas, y que un día me vieron correr, o escarbando en el compost de esas calas, como las que primorosamente cuidaba mi madre, que por estos días siempre estaban en flor con sus blancas espatas, sus bastones amarillos, llamados espádices, y que eran su verdadera inflorescencia, y que este año están siendo un martirio, como de saetas.

Queridos vencejos de mi pueblo, especialmente estos días, os echo de menos. ¿Y sabéis por qué? Porque todos los sitios de ocio han estado cerrados para evitar contagios y porque también la playa, con sus mojadas arenas, ha andado atrancada. Estos días, queridos vencejos de mi pueblo, era habitual que los yayos y sus nietecillos, se pusiesen al sol e hiciesen castillos en la arena. Este año no. Nos hemos quedado sin ese negocio de playa, aquí, en la nuestra, en la de Los Castillicos. Como, también, se han quedado muchos. Tampoco vosotros, queridos vencejos, nos habéis acompañado, como en los días de sol de otros años, para tiraros espontáneamente en la hora del Ángelus sobre esas migajas, cuando ese vino blanco, helado, acompañaba a esa marinera, de ingeniería gastronómica y condensada en nuestro aperitivo cotidiano, preparado con cariño por Victoria, la niña croata del quiosco Loli.
 
Sé que estáis extrañadísimos, y es raro que el más letrado de vosotros, el que escribirme suele de cuando en vez, no me haya puesto ya una carta con las preguntas que seguro os habéis hecho, pero, como nos habéis visto a todos tan preocupados, atemorizados, tan encerrados en nuestras casas, no fuisteis osados ni siquiera a formularla. Pero estoy convencido de que os habréis preguntado entre vosotros: ¿Qué ha pasado este año en nuestros pueblos, que hemos llegado y nos hemos encontrado con las calles completamente vacías y hasta hemos sentido que nuestros piares se escucharan más nítidos que nunca bajo este cielo tan limpio? ¿Qué está pasando que seguimos viendo tan pocas almas en la playa?  

Os diré que el anuncio de los naranjos, ya con naranjitas, hace que vuestros interrogantes me emocionen y entristezcan hasta no poder deshacerme de mi dolor o hundiéndome más en él. ¿Qué ha pasado para que estos días soleados, como lo de otros años, no hayamos podido pisar la arena playera junto a nuestros nietecillos durante sus días vacacionales? Pero como mi vencejo, por gravaleño, es un guasón, como me ha visto tan triste al plantear estos interrogantes, me ha arrancado al punto una sonrisa. Y es que ya estáis aquí, como siempre. Vale. 
“Han vuelto los vencejos;
los del año pasado, los de siempre,
los mismos de hace siglos,
los del año que viene,
los que vieron volar nuestros abuelos
encima de sus frentes natura fuerte,
verán también volar, negros y leves.
bienvenidos seáis a nuestro cielo,
vosotros… los de siempre!”

Balsa de Fonsorda

Texto La Medusa Paca y fotografías Jesús M.ª Jimenez Pérez. Copyright ©

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