miércoles, 10 de junio de 2020 in

Han vuelto los vencejos



Pórtico y torre de la iglesia de Grávalos

Han vuelto los vencejos

“Han vuelto los vencejos;
las cosas naturales vuelven siempre;
las hojas a los árboles,
a las cumbres las nieves.
Han vuelto los vencejos;
lo que no es arte vuelve;” (Miguel de Unamuno)

Ellos, heraldos alados de la primavera más triste y verdadera de mi pueblo, que son al azul de nuestros cielos lo que sus blancas flores a los naranjos junto a mi casa murciana, han asomado por el horizonte en estos días, cuando las horas alargan. Hablo de mis vencejos. De mis queridos vencejos del pórtico de mi iglesia, del frontón, del Puerto, cruce de caminos, del patio de lo que fue La Fonda, del balneario y del “Tapiao”. Los vencejos de Grávalos. Los que, ritualmente, cada año vuelven como en un verso de Bécquer, con sus recortes increíbles por las esquinas del cielo, con sus requiebros entre el campanillo de la ermita, con sus giros entre la redonda y achatada torre de la iglesia, criaturas del aire que no mueren, pero si posan entre los tapiales ruinosos de santa Bárbara, entre los carrizales de las balsas de Fonsorda y entre las viejas tejas de las cubiertas a dos aguas de esas nuestras casas tan queridas adornando sus balcones.

Ruinas de santa Bárbara

Estos vencejos, os digo, son mis amigos, y algunos hasta me dicen cosas, que luego les transmito a mis nietecillos, cuando se encuentran lejos de esa vieja morera de un patio solitario, pasando el invierno en la calidez de australes países, como unos millonarios en belleza que son. Sabrán perdonarme que este año haya tardado tanto en acordarme de ellos. Ya saben, fue la desgracia. Tanta muerte, tanto miedo, en esta primavera la que, a pesar de su dolorosa rareza, les retardó en su cita anual con las tierras de los pueblos riojanos. Sí, han venido y se han presentado, menos numerosos que otros años, me dicen los que, como este escribidor, se extasían ante su vuelo gravaleñísimo a la caída de la tarde entre las nubes espaciadas de ese cielo azul o zigzagueando por las esquinas de las angostas calles, anárquicamente empedradas, y que un día me vieron correr, o escarbando en el compost de esas calas, como las que primorosamente cuidaba mi madre, que por estos días siempre estaban en flor con sus blancas espatas, sus bastones amarillos, llamados espádices, y que eran su verdadera inflorescencia, y que este año están siendo un martirio, como de saetas.

Queridos vencejos de mi pueblo, especialmente estos días, os echo de menos. ¿Y sabéis por qué? Porque todos los sitios de ocio han estado cerrados para evitar contagios y porque también la playa, con sus mojadas arenas, ha andado atrancada. Estos días, queridos vencejos de mi pueblo, era habitual que los yayos y sus nietecillos, se pusiesen al sol e hiciesen castillos en la arena. Este año no. Nos hemos quedado sin ese negocio de playa, aquí, en la nuestra, en la de Los Castillicos. Como, también, se han quedado muchos. Tampoco vosotros, queridos vencejos, nos habéis acompañado, como en los días de sol de otros años, para tiraros espontáneamente en la hora del Ángelus sobre esas migajas, cuando ese vino blanco, helado, acompañaba a esa marinera, de ingeniería gastronómica y condensada en nuestro aperitivo cotidiano, preparado con cariño por Victoria, la niña croata del quiosco Loli.
 
Sé que estáis extrañadísimos, y es raro que el más letrado de vosotros, el que escribirme suele de cuando en vez, no me haya puesto ya una carta con las preguntas que seguro os habéis hecho, pero, como nos habéis visto a todos tan preocupados, atemorizados, tan encerrados en nuestras casas, no fuisteis osados ni siquiera a formularla. Pero estoy convencido de que os habréis preguntado entre vosotros: ¿Qué ha pasado este año en nuestros pueblos, que hemos llegado y nos hemos encontrado con las calles completamente vacías y hasta hemos sentido que nuestros piares se escucharan más nítidos que nunca bajo este cielo tan limpio? ¿Qué está pasando que seguimos viendo tan pocas almas en la playa?  

Os diré que el anuncio de los naranjos, ya con naranjitas, hace que vuestros interrogantes me emocionen y entristezcan hasta no poder deshacerme de mi dolor o hundiéndome más en él. ¿Qué ha pasado para que estos días soleados, como lo de otros años, no hayamos podido pisar la arena playera junto a nuestros nietecillos durante sus días vacacionales? Pero como mi vencejo, por gravaleño, es un guasón, como me ha visto tan triste al plantear estos interrogantes, me ha arrancado al punto una sonrisa. Y es que ya estáis aquí, como siempre. Vale. 
“Han vuelto los vencejos;
los del año pasado, los de siempre,
los mismos de hace siglos,
los del año que viene,
los que vieron volar nuestros abuelos
encima de sus frentes natura fuerte,
verán también volar, negros y leves.
bienvenidos seáis a nuestro cielo,
vosotros… los de siempre!”

Balsa de Fonsorda

Texto La Medusa Paca y fotografías Jesús M.ª Jimenez Pérez. Copyright ©

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