lunes, 22 de abril de 2024 in

ELLA

 





Humilladero, eres un camino-escalera hacia el cielo cuando procesionas, que no siempre ocurre, en la que nos das la mano para subir paso a paso los empinados peldaños-calles por las que hoy lo harás. No creo caigo en mentira si digo que aquellos que hicieron y hacen este recorrido desde tu ermita hasta la iglesia para honrarte con el novenario, y, una vez cumplimentado, descender posteriormente hasta tu casa-ermita sintieron lo siguiente: con veinte años la subíamos de un tirón y sin jadeos; con cuarenta avanzábamos deprisa, pero había que recobrar el resuello arriba y con paradinas; con sesenta, lo pensábamos dos veces antes de subir; con ochenta, ay, con ochenta, que sea lo que Dios quiera. Y así esas empinadillas calles resultaban ser para mí una metáfora, hoy más, de la vida terrena y un anticipo de la que le sigue. Grávalos tiene su escalera hacia el cielo en su recorrido desde la ermita del Humilladero hasta la iglesia de Nuestra Señora de La Antigua porque una Estrella valiente eclipsa la bóveda celeste y tutea al sol y a la luna que, mansos y obedientes, se ponen a sus pies. A los pies, como yo, de la Estrella Humilladero.

Cada abril Tú vienes, ¡ay cómo vienes! …vienes con ese aire altanero que empuja a largarse al invierno, vestida de eterna primavera recortando tu silueta de mujer y tus cabellos revoloteando cual pendón mecido por el viento de ese cierzo que despierta. Y yo, yo acicalado con el traje de los sueños y las ilusiones, esas que están dormitando, como cada primavera, en las ramas de mi senectud, esperando para florecer y que algunas de las cuales se vean colmadas con la tibieza de tu abrazo al final de aquella.

¡Ay Humilladero! Te imploro te acuerdes de mí, porque las agujas del reloj han seguido su curso, pasando inexorable e imperativamente alrededor del Sol, esas mismas agujas que ahora, ya voy empezando a desear que le den menos paso a la trasera y no corran tanto, que estas son las calles que hay que disfrutar.

Hoy vengo, con el respeto de un mayor, asomarme al balcón de un pueblo que grita a ELLA, en silencio, la grandeza de tu nombre.

 


 ELLA

 

¡Grávalos!

 Hoy un sueño nos levanta... 
¡Al cielo con este Cielo
bien llamado Humilladero!

 

Mírenla, por ahí va,

camina erguida, sonriente,

 por dentro lleva amargura,

siendo día de dulzura,

paseada por su gente.

 

Yo sí sé por qué te quiero:

fue en la pila bautismal

de mi Grávalos querido

y sin demasiado ruido

recibí la fe cristiana

como si fuera aguanal

de esa sangre tan mariana

como mi madre guio.

¿Tendré que quererte, o no,

mi Virgen de Humilladero?

Tan modosita y callada

quieta, grave y circunspecta.

Pareces hasta educada,

un primor, pluscuamperfecta.

 

Mírenla por ahí va,

va a lo suyo,

no importándole el poder,

siendo humilde y tan mujer.

Una lágrima con pena

y sin horario.
Una luz vigorosa

y solitaria.
Una voz, un jardín,

un escenario.
Madre de Dios,

tan notaria.

 

¡Oh Humilladero!

 PRJP. N.º 25. En Garnacha de 2024: mi poética para un día, 22 de abril, siempre de gozo.

 

Texto y fotografías La Medusa. Copyright ©.

 


 

sábado, 13 de abril de 2024 in

Remembranzas


 Remembranza

Bello es seguir

con la mirada pura

el vuelo sin raíz

de la calandria;

pero más bello

el hombre que se sabe

y sabe, sin ser mandria.

En la vieja morera

de un patio con hierbajos,

su faz llena de andrajos,

todo él está herrumbrado.

Su capullo el gusano trabajando,

alborotando están

los jilgueros gritando:

son pobres,

y sólo tienen

su canto y su alborozo

con ellos tutelando.

Una de estas mañanas he podido oler, entre salinas, la primavera en todo su esplendor: los cantos de los pájaros no dejaron de dar ritmo en mi paseo, y además pude ver y contemplar la coscoja en flor, los jóvenes naranjos con sus rebrotes recién salidos y sus azahares perfumando, las jaras luciendo ya sus pétalos fucsias, también el morado del romero, y el lila desvaído de las diminutas flores del tomillo tiñendo el suelo. Toda una policromía.

Fue el pasado jueves, cuando paseando por el mercadillo, evoqué esa graciosa historia, atribuida a José María Pemán. Tengo recogido que el poeta andaluz se encontró en un baratillo con un hombre que vendía pájaros. Y le oyó que pregonaba: “Las mirlas a tres reaaales y los mirlos, a cincooo”. Picado de la curiosidad, Pemán se le acercó y le preguntó: “Buen hombre, ¿cómo puedo distinguir yo a un mirlo de una mirla?”. “¡Muy sencillo!, le respondió el pajarero. Son animales muy cariñosos. Páseles la mano por encima. Si se pone contento es mirlo y si se pone contenta es mirla”. Elemental, querido Watson.

Recuerdo hoy ese balcón que da al mar, intermedio entre Garnacha y el salobral, la escritura y la vida, lo público y lo privado, lo que no está fuera ni dentro, ni a la intemperie ni a resguardo, y entonces evoqué cuando, junto a mi madre, salíamos a la balconada del patio, aunque solo fuese para ver quien paseaba por la carretera. Hoy hago lo mismo, me asomo, ya junto al mar, para ver como el agua golpea contra los acantilados y cómo algunos sujetos pasean por la arena de la playa y es que el agua del mar todavía está fría.

Y fue allí cuando comencé a leer El Balcón en invierno de Luis Landero y me entretuve: “En cada instante, en cada frase, en cada suspiro, en cada pequeño acontecer, lo trivial y lo misterioso van a partes iguales. Eso es todo, y no hay más que contar. Un grano de alegría, un mar de olvido”. Vale.

Texto y fotografías La Medusa. Copyright ©.

 

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