El Sacamantecas y el lobo feroz
El Sacamantecas y el lobo feroz
“Se diría que es un pueblo
sumergido. El anochecer
gotea, frío, sobre los umbrales y las casas
propagan humo azulado por las sombras. Rojizas,
se encienden las ventanas. Una luz se enciende
tras los postigos entornados de la casa a oscuras”. (Cesare
Pavese: Tolerancia)
Nadie creyó
que venía, cuando nos lo anunciaban, cuando nos decían que había matado ya a
mucha gente. Cuando vinimos a darnos cuenta, el lobo invisible, ese
“Sacamantecas” de nuestra niñez se había metido en nuestro territorio, cubil y
empezamos a conocer los efectos de sus primeras mordeduras entre los nuestros.
Un herido, dos, tres… Un muerto, hoy ya son 23.832.
Qué espanto. “Se diría que es un pueblo sumergido. / El anochecer gotea, frío,
sobre los umbrales y las casas /propagan humo azulado por las sombras. Rojizas,
se encienden las ventanas. Una luz se enciende /tras los postigos entornados de
la casa a oscuras”.
Ando
en estos días
recuperando ese miedo infantil de aquella vez que por las calles de mi villa corrían
diciendo que había un “Sacamantecas” rabioso, babeando, loco por morder. Mi
madre cerró los tapaluces de las ventanas de la alcoba y le echó el cerrojo a
la puerta de la calle, también a la del balcón; por si acaso, y yo terminé de
cerrarla poniéndole la tranca, y me fui a la puerta de la cocina a cerrar su
doble puerta de madera, no fuera a ser que el rabioso, furibundo y sangriento
“Sacamantecas” saltara por la tapia y se colara en mi corral, rompiera los
cristales y…dejara paso libre al “Hombre del saco”. Y los dos, coléricos y
airados, aprovechándose de lo que el otro dejara.
Miedo, sí. Pánico, también. Ese es el
miedo, el pánico que tengo ahora. ¿Miedo al otro? No; miedo a lo que no veo en
el otro, a lo que no sé que el otro pueda estar echando en el aliento, en la
saliva. Miedo a que el enemigo esté en el aire, vestido de oxígeno, tapado
entre aerosoles, y yo me lo lleve y me mate. Miedo a hablar con alguien frente
a frente; miedo a pasar junto a alguien; miedo a tocar algo que otro lleve y deje
para que yo lo coja, miedo a lo que mi mente, ya madura, invente en este negror
nocturno de mis noches que me hacen sentir esa tempestad como un líquido
azotamiento despiadado.
De cualquier forma, este “Sacamantecas” u “Hombre del saco”,
lobo invisible, lobo acechante, me asquea y no me da confianza. Cuando el próximo
dos de mayo me anime a salir al romperse las cadenas del presidio, ¿con qué
seguridad saldré? Saldré mirando para todos lados o como hace años cuando yo
iba camino de vuelta a mi casa en noches de vientos, tronadas y aguaceros y la
luz, la poca luz que teníamos, se iba sin permitirnos ver dónde podía estar el
peligro, porque todo estaba negro como la boca de un lobo. De un lobo
invisible. Como ahora, como ayer y como…mañana. Vale.
“Cuando anochece
de nuevo, se reanuda la lluvia
crepitante sobre muchos braseros. Las esposas,
aventando los carbones, echan un vistazo a la casa
a oscuras y a la fuente desierta. La casa
tiene los postigos cerrados…”
crepitante sobre muchos braseros. Las esposas,
aventando los carbones, echan un vistazo a la casa
a oscuras y a la fuente desierta. La casa
tiene los postigos cerrados…”
(Cesare Pavese:
Tolerancia)
PD.
Con todo mi cariño y a pesar del acojonamiento del yayo. Va por vosotros: Marcos, Vega,
Millán, Alfonso y Eugenia.
Texto y fotografías La
Medusa Paca. Copyright ©