You Are At The Archives for septiembre 2019

lunes, 30 de septiembre de 2019 in

Y septiembre acaba





Ambas Aguas: donde habitaron los sudores

Y septiembre acaba
“Yo te daría, amor, yo te daría
la viña y el almendro y el olivo,
la tapia que le sirve de recibo
a tanta madreselva y lozanía." (José Antonio Muñoz Rojas: Yo te daría, amor, yo te daría)

Hoy, cuando septiembre acaba y en los primeros días de silencio, no hago otra cosa que pensar en aquellos días gravaleños que aceleraban las tardes pardas y frías del invierno y aquella monotonía de lluvia tras los cristales que evocaba Antonio Machado en su “Recuerdo infantil”: “Una tarde parda y fría / de invierno. Los colegiales / estudian. Monotonía / de lluvia tras los cristales.”

Yo hoy, en esta tarde septembrina, me declaro entregado a los protocolos de septiembre. Será porque no me fue mal en mis internados colegiales y esperaba con ansiedad estrenar maletas, estuches, lápices y, sobre todo, libros nuevos. Aunque la vida me llevara por otros derroteros ajenos a los medidos tiempos de las aulas, yo siempre he estrenado año en septiembre. Incluso ejerciendo la disciplinada dirección de Instituto de Bachillerato sin horas y con las vacaciones siempre en la lejanía.

Para mí septiembre era la entrada de la temporada feliz en la que todo volvía a la normalidad. Ahora sé que aquello era el otoño, el tiempo de los estudios nobles y no puedo evitar que eso me atrajera más que los largos días de sol y frivolidad.

En septiembre estrenaba libros que forraba con plástico para no deteriorar las cubiertas. Aún conservo alguno. Soy de la generación que no tuvo libros gratis y bien que lo agradezco porque ese sentido de propiedad libresca arraigó siendo un niño y más de bachiller y profesor. Estaban mis libros y, solamente, mis libros. Creo que en esas mínimas cosas se inició un pequeño lector: teniendo tanto respeto a los libros como a los juguetes.

En otoño aprendí a pasear por las tierras baldías, montes de encina, cercanos a Grávalos, y aquellos barrancos donde, junto a los fresnos y choperas, cantaban los ruiseñores, carboneros y jilgueros y donde la calandria, pajarillo de tonos terrosos, se mimetizaba con su hábitat preferido, los cultivos de cereales y pastizales... Y como en los poemas de Virgilio, las zarzas protegían a los verdes lagartos y los pájaros, desde el concierto del bosque, se desgañitaban al amparo de las sedientas almendreras.

Y es aquí donde yo me estremecía junto a Muñoz Rojas en “Las cosas del campo”: “andando estas realengas, cruzando estas lindes, asomándome a estas herrizas. Me siento extrañamente eterno. Me hundo en el campo y gusto en mi espíritu tanta amargura suelta, tanta dulzura recogida en estos anuales surcos y sementeras. Año tras año, sol a sol, surco a surco, se va el hombre atando a la tierra, enterrándose en ella. Andamos sobre sus sudores, sobre sus ilusiones y sobre sus huesos. Por eso tiemblo algo cuando voy por estos campos, por eso canto. Y tengo miedo de no poder acabar una vez comenzado. Empiece por donde empiece, no acabaré. Se me quedará la canción a medio camino, entre los labios. Pero la tierra la seguirá cantando. La oirán las alondras, los alcaravanes. Algún matutero a deshora por la veredilla, algún extraviado entre los olivos, algunos amantes que busquen la complicidad de la noche y la dureza de la tierra para darle lo suyo al amor. ¡Oh canción tan inútil y necesaria como esta enorme y anual cosecha de florecillas ignoradas!”
 
Y es aquí donde yo, aunque no me entristecía, sí entraba en un estado de nostalgia al contemplar los efectos del paso del tiempo sobre el campo contemplando: “muchos pueblos abandonados cayéndose. El campo se ha quedado más solo, las yerbas ignoradas tienen nombre para los herbicidas implacables, abejas y abejarucos se refugian donde pueden contra enemigos comunes, las herrizas son más que nunca lugares donde la hermosura se acoge y la libertad reina, los chaparros, ya encinas, esperan estremecidos a la primavera. Golondrinas, vencejos y tórtolas siguen tornando y anidan en olivos apartados o techos de cortijo en abandono.”

Y soñaba con ese ciruelo joven, el de “Fonpodrida”, ya perdida la hoja, que de pronto se puso a dar flor para parecer un candelabro de flores, y que hoy me ha detenido largo rato en este mi protocolo septembrino de un otoño gravaleño haciéndome preguntas… ¿Cómo es posible tanta hermosura en tan poco lugar? Vale. 

Grávalos: puerta al campo
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

lunes, 23 de septiembre de 2019 in

Cepas y otoño







Cepas y otoño
“No hay que pasarse bebiendo
ni denegar una copa,
pues el vino no emborracha,
sólo daña quien maltrata
la verdad de cada cepa.”

Las cepas, las uvas, las parras, los zarcillos, las cubas, el mosto, el vino…fueron el encanto de mis otoños infantiles, seducción de una época que tuvo su encanto y que aligeraba esa atmósfera veraniega, densa hasta entonces, y adquiría una acuidad a través de la cual los sonidos eran casi dolorosos, punzando la carne como la espina de una flor.

A mediados de septiembre caían las primeras lluvias, anunciándolas el trueno y el súbito nublarse del cielo, con un chocar acerado de aguas libres contra prisiones de cristal. La voz de mi madre ¡¡¡ay, mi madre!!! decía: “Cerrad las ventanas y las puertas”, y tras aquel quejido agudo, semejante al de los vencejos cuando revolaban por el cielo azul sobre el patio, la lluvia entraba dentro de casa, moviendo ligera sus pies de plata con rumor rítmico sobre las losas de barro cocido de color almazarrón.

De las hojas mojadas de la morera, de la higuera, de la acacia y de la tierra húmeda de ese ruinoso patio, brotaba entonces un aroma delicioso que emergía de la contigua bodega, y el agua de la lluvia recogida en el hueco de mi mano tenía el sabor de aquel aroma, siendo tal la sustancia de donde aquél emanaba, oscuro y penetrante, como el del racimo ajado y aplastado de garnacha. Me parecía volver a una dulce costumbre desde lo extraño y distante. Y por la noche, ya en la cama, encogía mi cuerpo, sintiéndolo joven, ligero y puro, en torno de mi alma, fundido con ella, hecho alma también él mismo.

Los días, como hoy, se acortan por las tardes y, por las mañanas, empieza a comérselos la noche. Y los higos maduran con menos fuerza y el vino está ya en la uva que negrea y mulatea y se oscurece como los días. Todavía hace sol y los rayos atraviesan las hojas de la parra y le sacan algo de aroma y huele a moscatel, aunque la vendimia esté ya en sus comienzos. Dos mirlos pasaban la mañana comiendo uvas. Se sostenían gracias a los alambres de esa solitaria parra y picaban los racimos.
Algunas uvas caían al suelo y bajaban a comerlas. Se las servía la gravedad en bandeja. Al igual que hacían con aquellas ciruelas del huerto del abuelo, que las dejaban tiradas a medio comer y con la huella de la medialuna del pico, abandonaban todo el hollejo de la uva, comiéndose la mitad de la pulpa y se llevaban algunas semillas volando en el estómago. Las diseminaban por la orilla del barranco y de ellas nacieron esas parras silvestres de las cunetas que se llaman labruscas.


Las ramas de la nueva estación son hoy los sarmientos, y que parece que tienen siglos, ya no se desangran como en primavera cuando hacen charcos de savia dulce y clara en el suelo al podarlos. Los perros los muerden para beber esta agua de las cepas. Pero ahora toda el agua está en la uva y los sarmientos se han vuelto secos y ásperos como las manos de un campesino que, cuando los queme, darán un humo dulce.

Empieza el equinoccio de otoño en el que los días se igualan en duración con las noches en todas las latitudes de la Tierra. Doce horas de día y doce de oscuridad. Para cambiarle la dirección a esta luz, habría que ir al otro lado del mundo.

Ha empezado hoy, acaba de empezar y empieza como termina, el sol rojo y, el cielo y las nubes, rosas como el vino. Vale.

"Sí señor... el vino puede sacar
cosas que el hombre se calla;
que deberían salir
cuando el hombre bebe agua.
Cosas que queman por dentro,
cosas que pudren el alma
de los que bajan los ojos,
de los que esconden la cara.”

(El Vino, Alberto Cortez)

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

domingo, 8 de septiembre de 2019 in

8 de septiembre





8 de septiembre

Entre el ir y venir del verano, del mar a los trigos y de las rastrojeras a las salinas, prosigo en mis relatos haciendo parada y verso en la festividad de la Virgen de La Antigua, patrona de Grávalos, mi pueblo, con este poema.

Hoy, 8 de septiembre – fiesta de la Natividad de María –, el manto de la Virgen cubre la geografía de España: será la Virgen de la Vega, la Virgen del Río, la Virgen del Monte, la Virgen del Valle, la Virgen de la Espiga, la Virgen del Encino, la Virgen de La Fuensanta, la Virgen de Valvanera, la de La Caridad… por ir desgranando poesía a los pies de la única Virgen que existe, la Madre de Jesús, “la Madre de mi Señor”, proclamada así por Isabel en el Evangelio.

Yo, entre dos mares, también le envío a la Patrona mis amores y aquí los tenéis en ingenua poesía.


Señora de nuestra Historia,
  madre querida de Grávalos,
de mi casa junto al mar
un aire nuevo te canto,
una flor pongo a tus pies,
un cirio pongo a tu lado.

Ya celebré tu novena
dulcemente recordando,
amores viejos perduran
y a más viejos más lozanos;
amor que a madre se dice
contento está en tu regazo.

Ya la vida nos curtió
y nos dio cabellos canos,
pero ante ti, la mi Antigua,
niño soy y bien mimado;
y como niño te pido
la caricia de tus manos.

Que me caiga de tus ojos,
muy suave, un divino rayo,
y de tus purísimos labios
un beso bien acolchado;
mis mejillas te lo piden
y tú lo estás deseando.

¡Qué niñerías, Dios mío,
después de haber estudiado!
Pero es así, Madre mía,
y ante Ti no he de ocultarlo;
Tú eres ternura de Dios:
¡lo que más necesitamos!

Bendice, Madre, bendice,
a todos mis compaisanos;
a mí, pecador, primero,
y dame el Hijo de tus brazos.
Por El vivimos gozosos
y al mundo quiero anunciarlo.

PRJP. Nº 10. En Santiago de La Ribera, entre el ir y venir del verano, del mar a los trigos y de las rastrojeras a las salinas.


Texto y fotografía La Medusa Paca. Copyright ©

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores