EL CIPRES
“…A veces se le olvida hacer ruido,
a veces hace por salir del nido
y si no lo consigue, humano, llora.
A veces suena a Dios. De todos modos
es un reloj y un día, como todos,
se quedará parado en cualquier hora.” (Carlos
Murciano)
No
tengo por costumbre ir o venir, estos días, a/de los cementerios -dormitorios,
en griego-, los benditos camposantos, como los llamábamos en tiempos de niños.
Sin ir soy consciente que, cada vez quedan menos nichos ocupados, y, por lo
tanto, cada vez hay menos gente y menos flores.
Pero
quedan todos los cipreses, siempre fieles, siempre enhiestos, siempre
vigilantes. Cupressus sermpervirens pyramidalis es su nombre de pila
linneana. Otros los llaman Cupressus italica, por haberlos visto en la
vía Appia, junto a los monumentos fúnebres de la Roma ántica, y junto a
cualquier monumento singular. Era ya en Grecia un árbol sacro, consagrado al
dios Hades, dios de la muerte. Los judíos los utilizaron para levantar el
Templo de Salomón, y hasta se decía que el arca de Noé estaba hecha de esa
madera imputrescible. Los romanos, según Horacio, envolvían los cadáveres de
sus seres queridos con ramas de ciprés.
No
voy nada, desde hace años, a los cementerios. Y, cuando, voy, voy casi siempre
por obligación y de prisa y corriendo. Tal vez me aquieto un poco porque veo
que los cipreses están allí, que ellos no faltan, que ellos no tienen prisa.
Sus raíces son horizontales y alargadas, bien ancladas en la tierra:
arraigadas. Sus troncos son anchos, rectos y altos, resistentes al calor y
al frío, bien adaptados a suelos ácidos y básicos, con cortezas lisas y
delgadas, de color pardo oscuro. Sus ramas tetragonales, compactas y prietas,
de las que cuelgan como joyas naturales los recios y lustrosos estróbilos o conos,
masculinos y femeninos. Sus hojas o ramillos tienen forma de escamas. Su
follaje es denso, vertical, verde oscuro mate, que los hace discretos, firmes,
serios, pero no lúgubres, ni tétricos, ni funestos. Todo esto lo aprendí aquel
día, fue un día del mes de febrero y hacía frío, en el que el Abad Clemente
asomó su cabecita, para saludarnos, por entre los ramillos del ciprés de Silos,
al que estaba subido. Luego descendió y nos dio una hermosa lección a mi hijo
Ignacio, a José Luis y a mí sobre el Claustro. ¡Qué hermoso día y qué gran lección!
Los
poetas los compararon y comparan con los monjes y sus cogullas. Otros con
cirios, candelabros, hachones y luminarias. Monjes de silencio y votos
perpetuos. Luminarias de dirección y transcendencia “Enhiesto
surtidor de sombra y sueño, y flecha de fe y saeta de
esperanza”, describió al protociprés de Silos el cántabro Gerardo
Diego.
Mejor
que cualquiera representáis, cuidáis, protegéis, acompañáis a nuestros muertos.
Vale.
Texto y
fotografías La Medusa Paca. Copyright ©.