sábado, 11 de noviembre de 2023 in

EL CIPRES

 


EL CIPRES

“…A veces se le olvida hacer ruido,

a veces hace por salir del nido

y si no lo consigue, humano, llora.

A veces suena a Dios. De todos modos

es un reloj y un día, como todos,

se quedará parado en cualquier hora.” (Carlos Murciano)

 

No tengo por costumbre ir o venir, estos días, a/de los cementerios -dormitorios, en griego-, los benditos camposantos, como los llamábamos en tiempos de niños. Sin ir soy consciente que, cada vez quedan menos nichos ocupados, y, por lo tanto, cada vez hay menos gente y menos flores.

 Pero quedan todos los cipreses, siempre fieles, siempre enhiestos, siempre vigilantes. Cupressus sermpervirens pyramidalis es su nombre de pila linneana. Otros los llaman Cupressus italica, por haberlos visto en la vía Appia, junto a los monumentos fúnebres de la Roma ántica, y junto a cualquier monumento singular. Era ya en Grecia un árbol sacro, consagrado al dios Hades, dios de la muerte. Los judíos los utilizaron para levantar el Templo de Salomón, y hasta se decía que el arca de Noé estaba hecha de esa madera imputrescible. Los romanos, según Horacio, envolvían los cadáveres de sus seres queridos con ramas de ciprés.

 No voy nada, desde hace años, a los cementerios. Y, cuando, voy, voy casi siempre por obligación y de prisa y corriendo. Tal vez me aquieto un poco porque veo que los cipreses están allí, que ellos no faltan, que ellos no tienen prisa. Sus raíces son horizontales y alargadas, bien ancladas en la tierra: arraigadas. Sus troncos son anchos, rectos y altos, resistentes al calor y al frío, bien adaptados a suelos ácidos y básicos, con cortezas lisas y delgadas, de color pardo oscuro. Sus ramas tetragonales, compactas y prietas, de las que cuelgan como joyas naturales los recios y lustrosos estróbilos o conos, masculinos y femeninos. Sus hojas o ramillos tienen forma de escamas. Su follaje es denso, vertical, verde oscuro mate, que los hace discretos, firmes, serios, pero no lúgubres, ni tétricos, ni funestos. Todo esto lo aprendí aquel día, fue un día del mes de febrero y hacía frío, en el que el Abad Clemente asomó su cabecita, para saludarnos, por entre los ramillos del ciprés de Silos, al que estaba subido. Luego descendió y nos dio una hermosa lección a mi hijo Ignacio, a José Luis y a mí sobre el Claustro. ¡Qué hermoso día y qué gran lección!

 Los poetas los compararon y comparan con los monjes y sus cogullas. Otros con cirios, candelabros, hachones y luminarias. Monjes de silencio y votos perpetuos.  Luminarias de dirección y transcendencia “Enhiesto surtidor de sombra y sueño, y flecha de fe y saeta de esperanza”, describió al protociprés de Silos el cántabro Gerardo Diego.

Mejor que cualquiera representáis, cuidáis, protegéis, acompañáis a nuestros muertos. Vale.


Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©.

 

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