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sábado, 16 de noviembre de 2019 in

Haikus de otoño




Haikus de otoño

Son del otoño
 las flores que mi madre
 bordó en la casa.


Rumores nuevos... 
la hojarasca se escapa  
entre el gentío.


Viento otoñal:
¡cuánto mar, cuánta sal
en mi esperanza.


En el sembrado
y con la escarcha helada
canta la alondra.


Luz de otoño: 
junto al arenal voces
destempladas.


Caen las hojas,
los mirlos portan frutos
de mis naranjos.


Tapia con hojarasca y musgo en Altuzarra


Sopla el lebeche
y a levante se agrupan
las hojarascas.


Desde las peñas
el grito de los buitres
trae nevadas.


Río de calle
arrastrando hojuelas
sobre el cemento.

Alfombra otoñal en el parque del Iregua
Haikus y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

lunes, 11 de noviembre de 2019 in

Mis Sotos






Mis Sotos

 “¡Qué extraño es vagar en la niebla!
En soledad piedras y sotos.
No ve el árbol los otros árboles.
Cada uno está solo.”
(Hermann Hesse; En la niebla)

Recuerdo que el día que los recorrimos había un poco de agua en algunos barrancos, y es que, todavía, había llovido muy poco en los alrededores de los sotos, Sotos de Alfaro. Sólo en muy pocas sernas se veía el suave bozo verde del cereal. Fuimos por la vía principal, muy bien cuidada, pasamos por Rincón de Soto y llegamos hasta Alfaro para adentrarnos en sus Sotos y ver el otoño en uno de los paseos fluviales más hermosos de España. Pero antes, una vez llegados, vimos la fachada de San Francisco, iglesia hace tiempo cerrada, toda habitada de nidos de cigüeña y al patrón de la misma en el centro, dedicado ya solo a las aves hermanas. No vimos una cigüeña ni por excepción. ¿Acaso el invierno avisaba más frío de lo que se decía?  En cambio, la solemne Colegiata se había o la habían librado de todos los nidos, que la hacían tan singular, y estaba atusada con  uno solo, quizás por heráldica natural.


En el camino hacia la floresta vimos todavía frondosas plantaciones de peras con las peras colgando y una de manzanas sonrosadas, que era una maravilla de ver. En la vereda hacia el río venía un señor con tres perros, dos sueltos y uno atado. Para estos casos, la maquila siempre viene bien. El otoño aún no había caído de lleno sobre los aledaños viveros naturales de álamos, y sobre la espesa fronda de las orillas. El otoño, todavía principiante, asomaba sobre los álamos o chopos blancos y sobre los saúcos, pero no sobre los fresnos, las mimbreras o los tamarices. El Ebro, esperando el deshielo, pasaba manso y reducido. Comparado con el de la marca que dejó en sus pasadas crecidas en los árboles del entorno, era sólo un niño pequeño y educado. En una de las isletas que forma el cauce y en las orillas que recorrimos, se amontonaban las ramas caídas de los troncos y aun troncos enteros.
Las siembras comenzaban a despuntar y las churras a parir. En ese caminar apuntaba el frío que hizo me calara la boina como mis queridos mayores de antaño. Esos que sabían a rancio y elegancia, y a verde Loden, con pasado nobiliario, y que a mi querida madre le dio por embutirme en él cuando iba hacia el bachillerato, allá por Todos los Santos. Era noviembre, como hoy. El ambiente sabía castañas asadas y abrigos que protegían del frío. Noviembre, como ya sabéis, acorta los días y alarga las noches con una ardiente chimenea que hace de televisión en el campo. La tarde era muy corta. Los rodales de chopos lejanos, a un flanco y otro de nuestro camino, nos despidieron con sus luces de noviembre. Las hojas últimas de los álamos fueron muy cariñosas: no se desplomaban sin decirnos muchas veces adiós. Vale.
“En estos prados fértiles y sotos
de los deleites de la edad primera,
sentada en espantosa bestia fiera,
Babilonia me dio su mortal lotos.”
(Lope de Vega)

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

domingo, 3 de noviembre de 2019 in

Cardelina o Jilguero






La cardelina,
¿qué buscará en el cardo?
Cobrar su nombre.

Cardelina o Jilguero

Eras un niño. En un jardín jugabas
junto a mí con la tierra, y transcurrían
muy despacio las horas.

Se posó
un jilguero en un árbol y un instante
me distraje mirándolo: cantaba
en la rama más alta y se llenó
de intimidad la tarde.

Mas, de pronto,
alzó el pájaro el vuelo y fue perdiéndose
por el cielo de junio.

Te miré
de nuevo a ti. Pero una luz distinta
te habitaba los ojos. ¿Dónde estaba
el niño aquel que unos momentos antes
jugaba allí, dichoso, con la tierra,
junto a su padre? Me mirabas ahora
de forma diferente. Se había ido
tu infancia no sé adónde: alzó de súbito,
como el jilguero, el vuelo. Comenzabas,
sin saberlo, a ser otro.

Un gran silencio
 cayó sobre el jardín. Atardecía.
(Eloy Sánchez Rosillo: el jilguero)


Hoy quiero hablarles, una vez más, de mis observaciones de niño en los campos gravaleños y de mi tierra riojana, anotando aquí, como dice el poeta: “que de todos los pájaros que yo he visto y oído / el más mío de todos es sin duda el jilguero”. Me refiero a esa cardelina; carduelis carduelis por la que tengo la máxima simpatía y admiración desde que mi abuelo Arcadio, gran observador y respetuoso de la Naturaleza, apodó como “el cardelina” a mi hermano cuando éste era un crío. Vaya mi admiración y homenaje para los dos.

Carduelis carduelis es ese pájaro fringílido al que Sancho, en el Quijote (segunda parte), llama silguero, palabra probablemente derivada de sirgo, que es un paño de seda de muchos colores, por los tonos rojos, blancos, amarillos, negros que tiene esta ave, ave inconfundible por su brillante y penetrante canto, como si quisiera que le oyeran cantar mejor que nadie desde la lejanía, desde el paraíso. 

Desde niño traté de observar sus nidos, descubriendo que son una obra de artesanía, por sus ramitas y brozas entrelazadas, formando un “cocón” cuya boca de pocos centímetros de diámetro parece trazada con la exactitud de un compás. Vi muchas veces a la cardelina anidar eligiendo el final de las ramas y en lo alto de sus copas, donde construía sus nidos, atándolos con sedales de telas de araña, vistiéndolos por dentro con plumón, musgo y crines y optando, preferentemente, por algunos árboles en concreto; jamás he visto un nido de jilgueros en higueras, algarrobos, moreras, huecos de troncos y sí en almendreras, pinares, manzaneras. En infinidad de ocasiones la he seguido en sus vuelos por los terrenos baldíos, junto a las eras de mi pueblo, hurgando entre los secarrales de cardos borriqueros y marcarse, acrobaticamente, extrayéndoles sus semillas. Muchas veces observé cómo volaba, aunque más que volar, danzaba y cantaba a la vez su propia música, dejándola caer como una lluvia sin agua sobre los campos agostados, que se alegraban cuando esas cardelinas pasaban con sus colores de sirgo.

Hace no mucho me contaron la anécdota que sigue para demostrar la inteligencia de los jilgueros y que relato a continuación: “En una casa de campo habían conseguido amaestrar a un jilguero. El pajarillo había aprendido a conseguir la comida levantando la tapadera de una cajita del tamaño de una caja de cerillas de cocina, utilizando sus patas y pico para abrirla y cerrarla y así extraer el alpiste de su interior. Asimismo, tiraba de un hilito del que colgaba un dedal lleno de agua elevándolo 10 centímetros para poder saciar su sed. ¡Inaudito! Y para colmo, tenía la alegría de cantar en sus ratos libres. Vale.
“Canta cardelina, canta,
canta tú bella canción,
que no quiero que se entere
de que no puedo cantarle yo”.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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