lunes, 11 de noviembre de 2019 in

Mis Sotos






Mis Sotos

 “¡Qué extraño es vagar en la niebla!
En soledad piedras y sotos.
No ve el árbol los otros árboles.
Cada uno está solo.”
(Hermann Hesse; En la niebla)

Recuerdo que el día que los recorrimos había un poco de agua en algunos barrancos, y es que, todavía, había llovido muy poco en los alrededores de los sotos, Sotos de Alfaro. Sólo en muy pocas sernas se veía el suave bozo verde del cereal. Fuimos por la vía principal, muy bien cuidada, pasamos por Rincón de Soto y llegamos hasta Alfaro para adentrarnos en sus Sotos y ver el otoño en uno de los paseos fluviales más hermosos de España. Pero antes, una vez llegados, vimos la fachada de San Francisco, iglesia hace tiempo cerrada, toda habitada de nidos de cigüeña y al patrón de la misma en el centro, dedicado ya solo a las aves hermanas. No vimos una cigüeña ni por excepción. ¿Acaso el invierno avisaba más frío de lo que se decía?  En cambio, la solemne Colegiata se había o la habían librado de todos los nidos, que la hacían tan singular, y estaba atusada con  uno solo, quizás por heráldica natural.


En el camino hacia la floresta vimos todavía frondosas plantaciones de peras con las peras colgando y una de manzanas sonrosadas, que era una maravilla de ver. En la vereda hacia el río venía un señor con tres perros, dos sueltos y uno atado. Para estos casos, la maquila siempre viene bien. El otoño aún no había caído de lleno sobre los aledaños viveros naturales de álamos, y sobre la espesa fronda de las orillas. El otoño, todavía principiante, asomaba sobre los álamos o chopos blancos y sobre los saúcos, pero no sobre los fresnos, las mimbreras o los tamarices. El Ebro, esperando el deshielo, pasaba manso y reducido. Comparado con el de la marca que dejó en sus pasadas crecidas en los árboles del entorno, era sólo un niño pequeño y educado. En una de las isletas que forma el cauce y en las orillas que recorrimos, se amontonaban las ramas caídas de los troncos y aun troncos enteros.
Las siembras comenzaban a despuntar y las churras a parir. En ese caminar apuntaba el frío que hizo me calara la boina como mis queridos mayores de antaño. Esos que sabían a rancio y elegancia, y a verde Loden, con pasado nobiliario, y que a mi querida madre le dio por embutirme en él cuando iba hacia el bachillerato, allá por Todos los Santos. Era noviembre, como hoy. El ambiente sabía castañas asadas y abrigos que protegían del frío. Noviembre, como ya sabéis, acorta los días y alarga las noches con una ardiente chimenea que hace de televisión en el campo. La tarde era muy corta. Los rodales de chopos lejanos, a un flanco y otro de nuestro camino, nos despidieron con sus luces de noviembre. Las hojas últimas de los álamos fueron muy cariñosas: no se desplomaban sin decirnos muchas veces adiós. Vale.
“En estos prados fértiles y sotos
de los deleites de la edad primera,
sentada en espantosa bestia fiera,
Babilonia me dio su mortal lotos.”
(Lope de Vega)

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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