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miércoles, 30 de enero de 2019 in

Rezo a la madre








Rezo a la madre

Las nieves del invierno, muchos años

el sudario pusieron en la tierra

y las yerbas y flores fueron vida

bajo el sol de brillantes primaveras.



Muchos años las coronas se mustiaron

sobre la losa gris de dura piedra

y el pasar que se aleja, distanciaba

la hiel del yanto que antes se vertiera.



Quedó el recuerdo emocional, casi sonrisa,

y es sueño aquello que el presente aleja

y entre brumas de olvido y de cariño

la vida sigue su empinada cuesta,

ese duro luchar que es remolino

que marea y aturde con sus vueltas.



Nunca más veré su rostro amado,

ni jamás escucharé su voz tan dulce y buena

ni tendré las caricias de sus besos,

ni la sincera verdad de sus consejos...



Las nieves del invierno, muchos años

pusieron sus armiños en la tierra

y al llamarte MADRE enternecido

en vez herir mi alma, la consuela.



¡Yo no sé si es olvido, madre mía,

o el tiempo, que al pasar, a ti me acerca… ¡



Solo ahora, por altares los recuerdos,

sintiéndose niño el hombre que te reza,

el llanto tierno que mi vista enturbia

es tu amor emocional que me contesta…

PRJP. N.º 02 La Ribera, Mar Menor, 28 de enero de 2019. Cuando hace tantos años que te fuiste.
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

miércoles, 23 de enero de 2019 in

Flor de almendro





Flor de almendro

“Tan sólo el poema sobre la tierra consagra y glorifica.” (Rainer María Rilke, SONETOS A ORFEO, 1ª parte, XIX)

Lo de hoy nace en La Medusa dictado por la urgente necesidad de afirmar la belleza en el corazón mismo de la contingencia humana, de salvar la alegría de lo vivo, única que nos podrá salvar. La ley de toda belleza es -aquí estoy al lado del filósofo del Ser y el Tiempo- vislumbrar las huellas de los dioses huidos. Las leyes de los poetas, abrumados por su clara percepción de la cualidad efímera de todo lo creado, rescatan con su pequeña creación, para la eternidad, esos momentos bellísimos, instantes de gloria que caminan inexorablemente hacia su desaparición.  “Tan sólo el poema sobre la tierra consagra y glorifica”, dice Rilke, consciente de que la poesía representa en este mundo, por encima y más allá de todos los cambios, gustos y modas, el movimiento más abierto y libre, único capaz de encerrar una revelación con poder transformador. Por otro lado, ¿no es esta la razón por la que todas las grandes religiones de la tierra vienen envueltas y como propiciadas por el aliento poético que nos las acerca? ¿No son ellas mismas -y cuanto más puras o elevadas, mejor- la más necesaria poesía de la vida? 

Naturalmente que hoy La Medusa prefiere dejarse penetrar por un almendro en flor, por la primera flor de ese mi almendro en este inicio de primavera mediterránea -más todavía- aunque sea con su fragilidad, la frágil flor del almendro, olvidándose de la fortaleza, furor y dinámica de otras estéticas. Es agradable y hasta absorbente y el espíritu de la Medusa se deleita cuando contempla a ese retorcido y destartalado tronco de almendro florecer con sencillez, dialogar con su entorno en armonía, y a saber morir sin resistencia, cumplido el ciclo de su razón de ser. Gustosamente me coloco bajo la revelación natural y gratuita de Dios que intuyo en este mi almendro en flor de esta luminosa primavera mediterránea. Vale.



REVELACION



Hay en mi campo un milagro

que hace turbarse al cielo...

¡El almendro florecido

en la heladura de enero...!

Un grito de apego y fiesta

 entre cristales de hielo...;

un Gabriel de revelación

 convulso por el misterio...

 Hay en mi campo un milagro

que hace postrarse hasta al cielo.





 Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

miércoles, 16 de enero de 2019 in

Mas de Enero





Mas de Enero
Matinales neblinas, tardes rojas,
doradas; noches fulgurantes,
y la llama, la nieve;
canto del cuco, aullar de perros,
silente luna, grillos, construcciones de escarcha;
el traqueteo del tren, del carro, niños,
amapolas, acianos, y desnudos
árboles de invierno entre la niebla;
los ojos y las manos de los hombres, el amor y la dulzura
de los muslos, de un cabello de plata, o de color caoba;
historias y relatos, pinturas y una talla.
Todo esto hay que pagarlo con la muerte.  (José Jiménez Lozano; El Precio)

Me encanta con frecuencia, es mi estación, evocar este tiempo entre la fiesta de san Antonio Abad y la fiesta de las Candelas, que es un tiempo que en el pasado era solamente como la coda de las fiestas de Navidad. Se acabaron los despliegues de luces para que aparezcan, hasta en los eneros y febreros más fríos, como un anuncio muy sobrio de la primavera, los apuntes de yemas rojas en los chopos, y, también, los primeros almendros apuntando flores con sus hojas delicadas y aéreas, muy frágiles, casi como la de esos dulces caseros que todos llamábamos algodoncillos.

Es cierto, y a las pruebas me remito, que este año la meteorología está siendo muy especial, excesivas nieblas en tierra de nieblas y algún esporádico epílogo de frío siberiano cuando éstas cesan. Ambas cosas, por cierto, son muy literarias y filosóficas: las nieblas porque, si estás en medio de ellas, no parece que haya más mundo y es una sensación bastante grata a veces, y los fríos siberianos, que me traen recuerdos de  ese mundo clandestino o invisible de “La casa de Matriovna”, de Solzhenitsyn, quizás la gran joya de toda su obra, que es una historia que nos asegura que el hombre seguirá ahí, en medio de todos los fríos del mundo.

Que nadie me diga que el invierno es como el verano, pero en frío. No es así. El otro día, los dos envueltos en lanas, me encontré con un amigo, se iba para Alemania, y me dijo: “¿Ahora no dices del invierno lo que dices del verano? ¿No te metes ahora con el frío como en el verano te metes con el calor? Pues es lo mismo, aunque al revés.” No, no es lo mismo. Mi amigo, que, como he dicho, iba tan envuelto en lanas como yo, bufanda, abrigo, guantes, sombrero, es de los que prefieren el calor al frío, el verano al invierno. Yo me quedo en medio, con el florecido primaveral y abrazado a la lluvia otoñal. El verano, el verano de aquí; quiero decir, el infierno, para él. Si al verano de aquí no le pones playa al lado, casa bien acondicionada, el lujo de no tener que salir a la calle y algunas cosas más, malo, no hay maneras de vivirlo sin queja a cada paso. El invierno es otra cosa. Quiero decir, tiene otro remedio, mucho más remedio.

Yo deseo que cuando salga el sol lo haga para pelearse con el aire helado del atardecer y esté a punto de abrazarse con el carámbano. Deseo, es mi tiempo, poder decir: “pasa y cierra la puerta…” Y que, al entrar, me encuentres sentado en ese mi cómodo sillón, abrigado con buen abrigo, buena bufanda y buena gorra. Y ante mí el fuego de una chimenea quemando ocho o diez leños, de los de encina, capaces de caldear el cuarto y estar en la gloria alabando el calor de los leños y ardiendo con esa gracia bailadora de sus llamas.
“La gracia cenicienta de la encina,
hondamente celeste y castellana,
remansa su hermosura cotidiana
en la paz otoñal de la colina.

Como el silencio de la nieve fina,
vuela la abeja y el romero mana,
y empapa el corazón a la mañana
de su secreta soledad divina.

La luz afirma la unidad del cielo
en el agua dorada del remanso
y en la miel franciscana del aroma,

y asida a la esperanza por el vuelo
la verde encina de horizonte manso
siente el toque de Dios en la paloma.

(Leopoldo Panero; A una encina solitaria)

Y recordaré a mi amigo en sus gélidos atardeceres alemanes para recordarle que no es lo mismo un agosto de fuego que un enero de hielo. Que las noches insomnes del verano son ahora una enrollada, encogida y bien abrigada paz bajo las sábanas, las mantas, los edredones…Y los amaneceres, aunque crudos, no son tanto. No, no me quejo del frío; si acaso, me quejo de que no pueda ser abrazado por la lluvia otoñal. Porque entre el infierno del verano y las nieves de enero, sigo abrazándome a la perfecta forma de la lluvia. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

miércoles, 9 de enero de 2019 in

“¡Ojú, qué frío… Ojú, qué alegría...!”




“¡Ojú, qué frío… Ojú, qué alegría...!”



La nieve. En el mesón al campo abierto
se ve el hogar donde la leña humea
y la olla al hervir borbollonea.


El cierzo corre por el campo yerto,
alborotando en blancos torbellinos
la nieve silenciosa.

La nieve sobre el campo y los caminos,
cayendo está como sobre una fosa.
(Antonio Machado; Campos de Castilla)

Anuncian para los próximos días grandes nevadas y grandes heladas, Así será. Lo acabo de experimentar días atrás en un viaje placentero a Burgos a comer con mi señora y un matrimonio amigo en el Ojeda, ese santuario de la cocina tradicional burgalesa, unas riquísimas viandas acompañadas con un cuarto delantero de cordero lechal, símbolo y arquetipo de la paz. Y paz y sosiego nos prestaron después de asado, degustado y bien regado con un excelente Rioja.

La comida fue una continua exclamación, bien reflexionada, que nos dejó José Hierro en aquellos versos recios, con tanta fuerza de hombre, que pintaron nada menos que el frío en los huesos de los andaluces, del hambre de los andaluces y de las penas de los andaluces. Paseando por El Espolón después de comer y camino del coche, con las manos en los bolsillos y el triunfo en el cuerpo y en el alma recordé uno de sus poemas de aquellas lejanas lecturas. Poema de solo cinco palabras que hoy me sirven de titular y que más tarde fueron fiel reflejo del premio Cervantes.  En sólo cinco palabras, José Hierro daba la descripción de la triste alegría de todo un pueblo: “Los andaluces, ojú, qué frío...” No qué terrible frío, que hondo frío el de España, sino una sola exclamación: “ojú, que frío...”

En aquella mañana castellana de frío me llegó la alegría de aquel Pepe Hierro del "ojú, qué frío" para describir el invierno castellano y recordar el rastro que deja el zorro sobre la nieve. Y es que en estos días las tierras de lo que fue Castilla La Vieja se preparan para dormir un sueño de muerte, para que crujan, bajo las pisadas, los charcos helados del páramo, tiemble desnudo el roble y el cielo se derrumbe sobre el sotobosque.

Siento que el tiempo se ha parado, pero soy consciente de que las agujas del reloj corren. Todo está detenido, en suspenso. Las casas parecen haberse acoplado al paisaje. Un carro abandonado en el camino semeja un esqueleto varado. Sólo el humo gris de las chimeneas revela algún signo de vida. Todavía el canto del zorzal no ha roto ese silencio espeso mientras las viejas cuchichean en las cocinas y los hombres juegan a la brisca en el bar. Y la luz se filtra por los ventanucos mientras la larga noche comienza su interminable recorrido.

Pienso en mi pueblo e intuyo que sus piedras continúan heladas, los lechos fríos y los desvanes y corazones solitarios. Me adentro en la iglesia de La Antigua y una mujer con velo reza en un rincón del templo mientras los cirios arden en la oscuridad. Hay un ligero olor a incienso y serrín que eleva mi alma hacia el paraíso en el momento en el que los vitrales reflejan el último destello de la tarde.

Recuerdo a las caballerías recogiéndose en la cuadra, los conejos dormitando en sus madrigueras, las serpientes mudando de piel. Y los hombres intentando acoplarse a los ritos de sus padres, que son los mismos que los de sus abuelos.

Es invierno, nieva y sólo los monjes entonan la salmodia de sus rezos junto a un claustro donde el ciprés enhiesto resiste impávido el curso del tiempo. Los campos están yermos, las colinas desoladas, los altozanos baldíos y los plantíos en barbecho. Ya no se escuchan los ecos de un pasado épico donde el acero rebotaba en los yelmos y los escudos. Sólo el susurro del viento evoca aquel tiempo de caballeros y princesas venidas de un lejano país del norte.

Esta, aun siendo invierno y estar vestida de blanco, ¡qué deleite!, es tierra de grandes ríos, de catedrales, de héroes y de mártires, de vanos empeños y de sueños frustrados. Mi tierra, ¡qué complacencia!, duerme como el invierno en un letargo del que tal vez jamás despertará como esos reyes que descansan en sepulcros de alabastro. Descansa para siempre de un pasado imperial que labró su ruina, pero que proyectó su legado a lo largo del mundo.

Torreones, murallas, castillos, piedras abandonadas que guardan secretos inviolables. Hazañas lejanas, olvidadas, doncellas vírgenes, suspiros congelados en el aire, vanas esperanzas de glorias que nunca llegarán. Aquí, en los primeros fríos heladores, hay tanto pasado que se ahoga el presente. Vale

En torno al fuego hay un lugar vacío

y en la frente del viejo, de hosco ceño,

como un tachón sombrío

tal el golpe de un hacha sobre un leño.



La vieja mira al campo, cual si oyera

pasos sobre la nieve. Nadie pasa.



 
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

martes, 1 de enero de 2019 in

ENERO: DIA PRIMERO









ENERO: DIA PRIMERO



Cuentan que era el mes dedicado a Jano: deidad de dos caras. Enero, IANUARIUS, señala el paso de un año a otro.

En las representaciones menológicas, enero es un hombre de dos cabezas, con una llave en cada mano. El autor del “Libro de Alexandre" debía de tener ante sí una estampa parecida al escribir:



"Estaba don Ianero a dos partes catando,

cercado de cecinas, cepas acarreando,

Tenía gruesas gallinas, estábalas asando,

estaba de la percha las longanizas tirando".





El Asceta



En su cabaña de lo alto, el asceta
se alimentaba de hierbas, poseía
sólo un cántaro, ni libro, pero,
cuando salía a recibir a los pájaros al alba,
se ponía su túnica de hilo
impolutamente blanca, y bebía agua
en su taza de plata y porcelana antigua.
Por respeto.
(José Jiménez Lozano)



Este mundo termina cada invierno porque da vueltas en medio de lo oscuro.
Hay estaciones: primavera, verano, otoño, ahora. Las cosas tienen un alma para cada una.
Llueve, o no.
Y no todo se repite.
Nosotros escogemos estos días para pensar que el mundo se acaba y empieza.
Entonces nos ponemos alegres y tristes.
Al caer la tarde, desde la ventana de mi cuarto veo un árbol desnudo de oro.
Este es el mundo que nos ha tocado vivir.

A algunos el mundo se les revela a través de los números. A otros por medio de las formas geométricas, el amor, la construcción, la música. La Medusa se pregunta por qué Dios habla a través de los guijarros o de los pájaros.



Al final del año, desde el punto más hondo de la luz de invierno, ¿en qué pienso? En los veranos que vendrán, y en merecerlos.



Feliz año. Celébrenlo. Vale.



Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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