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sábado, 30 de marzo de 2019 in

Ave de canto





Ave de canto

“La segunda vez que volvemos a lo que nos hizo felices encontramos que nada es como antes, en la dicha inaugural”. (Kierkegaard; La repetición)

Venga, muy bien, hoy La Medusa les habla de cultura. No de esa cultura que trata, entre otros asuntos, de las obras de arte, es decir, de las cosas admirables que el ser humano puede llegar a hacer a partir de elementos que toma del mundo natural, sino de esa otra cultura rara y asombrosa que nos conduce o acerca a toda obra de arte viviente. La Medusa recuerda a Pigmalión, cuyo amor por la bellísima estatua de Galatea que él mismo había fabricado fue recompensado con el mayor premio: lo que sólo era mármol, hermoso pero inerte, se convirtió en carne trémula y deseable. Al menos según Ovidio, aunque ya sabemos, tras Platón y Nietzsche, que los poetas mienten mucho. Pues bien, supongamos que Pigmalión se llama hoy “cuculus canorus” y que Galatea apoya su belleza sobre dos patas y se llama "ave de canto" para que entonces la poesía se haga verdad irrefutable, galopante.
Ahí está, y eso es cultura. Ya ha abierto el azahar del naranjo y ya ha pelechado la flor del ciruelo del huerto del abuelo, donde se ven diminutos frutos. Ha florecido la clivia. La peonia está a punto y la glicinia es una suspendida catarata de racimos de espuma lila. Los pájaros cantan y se buscan, y el trigo trata, lentamente, de empinarse y la alameda ya está lista y vestida.

La Medusa desea hoy hablar de su "ave de canto", ese pajarraco que anuncia la primavera, ahora que florecen los almendros y los naranjales huelen a azahar. Y los yerbines de la dehesa están llenos de margaritas, violetas y dientes de león. Las bisbitas, verderones y cardelinas, ¡ay abuelo!, ¡ay hermano!, no paran de cantar, hasta que llegan los mirlos de mediodía que lo aflautan todo. A estas alturas, penúltimo día de marzo, los cucos ya han abandonado los bosques ecuatoriales del África, donde invernan, están recorriendo esos cielos de emigrantes y se preparan para acomodarse ya en nuestros montes y llanadas a la espera de poder ocultarse bajo las hojas nuevas. A mediados de abril, si el tiempo no se tuerce, cantará en las tierras, esas tierras queridas de Ongañón, la Dehesa, Fuentezuelas y Estrechuelos y su monótono cu-cu alegrará el corazón de los aldeanos que aún resisten en esa Rioja semi-vacía.

La Medusa desea presentar a su "ave de canto": su nombre técnico es “cuculus canorus”, mide unos treinta y dos centímetros, cabeza y dorso gris, pico fino, partes inferiores barradas, con manchas blancas en la cabeza. Canta junto a la hembra sin distinción de género. Su aspecto es más fiero que dulce. Parece un pájaro valiente y de cuidado. Astucia no le falta. La hembra vigila un amplio territorio observando los nidos en construcción en los que poner sus huevos. Pueden ser de cuervo, carricero, bisbita, chochín, petirrojo, lavandera…, lo mismo le da. Llega a poner doce o trece huevos, cada uno en un nido distinto. Su técnica es impecable: quita uno y pone el suyo para que no se note. Lo pone por la tarde aprovechando que las otras aves acostumbran a hacerlo por la mañana.


Este parasitismo ha dado al pobre cuco mala fama, que no está justificada. Se ha comprobado científicamente que los pollos de los cucos emiten una mezcla de pestilencias que alejan del nido a los depredadores. El parasitismo acaba en mutualismo. El nido en el que el cuco es inquilino está más seguro y prospera mejor, pero algún depredador humano está deseando llegue la hora de acabar con la del pájaro que anuncia la primavera cantando para todos los habitantes del bosque.

Tras escuchar al cuco y caer en mi sesteo meridiano, imponentemente silencioso, me hundo en ese cotidiano sueño entre  sembradíos verdoyos, pequeñas ermitas, carrascas perfectamente alineadas y grandes pinos salvajemente ocupados por la procesionaria, imagino iconografías prerrománicas, cruces procesionales entre pájaros, canecillos mal conservados de ermitas abandonadas en los que sobresale un músico en pie, con la cabeza levantada, ojos cerrados o mirando al cielo, o ciego tal vez, ensimismado, tocando con fuerza una instrumento de cuerda. Y hasta ese guerrero armado con una espada y un escudo largo que casi le tapa por entero. 

Recordando y soñando le digo a Kierkegaard, humildemente, que se equivocó: que la gloria del momento recuperado derrota a la usura de los días, los años...para después comprender que la felicidad vuelve, pero ya no nos encuentra donde estuvimos. Que el arte es largo y la vida breve, porque nuestra fidelidad pertenece a lo que nunca puede regresar Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

sábado, 23 de marzo de 2019 in

En Grávalos también es primavera





En Grávalos también es primavera

Estoy en Grávalos viendo florecer el almendral, lo hago a la vera de un paisaje y enseñándome a ser amor que muere gozoso en la alta luz que pasa y hiere. De pronto me ha asaltado una música el alma, jamás cordada y hasta me ha embriagado una melodía, tan libre nunca escuchada, hasta conducirme hacia un campo extenso, ver un mar de flores y experimentar un cielo de besos. Veo la armonía que invade mi alma de asombro rendida. Hora de la tarde. Soledad sin dueño. Sólo el viento y yo. ¡Pedrugal en flor! Por nada cambiaría yo el sendero que ando sin saberlo, el azul de estas horas sin dueño, el regazo de la piedra tierno, el clamor de la flor del almendro ¡y el abrazo de Dios en todo ello!



No quiero más, Señor, tengo bastante
con esa luz que inunda mi camino
de tu gracia a raudales.

¡Qué alta la soledad de mi destino
y qué libre de afanes
en esta hora del amor rendido...!

No me des más, Señor, que no soporto
tanta hermosura hiriendo mis sentidos
en la desnuda flor de tanto asombro.

Ahora que los días alargan y el campo de mi pueblo ya ha despertado, es tiempo de volver a la poesía y al paisaje de mi infancia. Por fin hay caminos arreglados para que los pateen esas escasas criaturas. Los almendros florecidos disfrazan el paisaje tradicional sin borrar del todo la desnudez parda y caliza de la jurisdicción que siempre rodeó mi aldea, tan frágil a menudo como la flor de sus almendros que un viento helado, despiadado, la puede derribar por el suelo. Verdean ya tímidamente los sembrados, que reviven de las heladas con los últimos soles de marzo. ¡Qué alegre mi campo! ¡Qué alegre mi cielo! ¡Qué alegre mi paso! ¡Todo renacido en la flor de almendro! ¡Todo vuelo lírico, corazón al viento!

Hace tiempo que hay pocos arrieros por sus veredas. Alguna, pocas, caballerías quedan. Pocos rebaños rumian por los atajos, ni hay apenas avecillas. ¡Cómo volaba la paloma del éxtasis de rama en rama! No queda un alma en toda la extensión de mi vistazo. Ya no puedo contemplar en las umbrías esas pequeñas manchas de nieve sucia que, siendo niño, recreaba mi mirada. Ahora sólo descubro que en los ribazos todavía faltan días para que florezcan las ulagas, los bizcobos y los calambrujos. Y ahí siguen los cantarrales, los mismos de siempre, para refugio de las alimañas del campo: víboras, ardachos, alacranes y algún despistado caracol.


Ahí siguen y por sus calles, se ven cagarrutas de alguna churra o merina suelta, indicando que todavía existen animales enseñoreándose de la villa. Descubro espesuras y zarzales obstruyendo y apoderándose de los caminos del monte, desfigurándolos hasta convertirlos en intransitables. Y, por mucho que me empeño, no soy capaz de dar con las sendas de mis andanzas, entre bardas, eriales, tierras yermas y sabinas, romeros, tomillares y aulagas que tantas veces recorrí de niño. Son, por más esfuerzo que hago, irreconocibles.

Hoy, aquí quedo sentado junto al barranco, en esa piedra donde tantas tardes me acomodé, entretenido con algún tordo descarriado, gorrión anidando, así como de algunas lavanderas de figura grácil, colirrojos desorientados y de las primeras golondrinas y aviones que alegraron mis mañanas y atardeceres con sus cantos y reflejos azulados junto a esa charca cristalina por las últimas lluvias caídas que, junto al ulular de ese autillo de color castaño, como si fuese una corta noche de verano, me invita a leer y entender a Gabriela Mistral junto a Doña primavera gravaleña. Vale.

Doña Primavera


Doña Primavera
viste que es primor,
viste en limonero
y en naranjo en flor.

Lleva por sandalias
unas anchas hojas,
y por caravanas
unas fucsias rojas.

Salid a encontrarla
por esos caminos.

¡Va loca de soles
y loca de trinos!

Doña Primavera
de aliento fecundo,
se ríe de todas
las penas del mundo…

No cree al que le hable
de las vidas ruines.

¿Cómo va a toparlas
entre los jazmines?

¿Cómo va a encontrarlas
junto de las fuentes
de espejos dorados
y cantos ardientes?

De la tierra enferma
en las pardas grietas,
enciende rosales
de rojas piruetas.

Pone sus encajes,
prende sus verduras,
en la piedra triste
de las sepulturas…

Doña Primavera
de manos gloriosas,
haz que por la vida
derramemos rosas:

Rosas de alegría,
rosas de perdón,
rosas de cariño,
y de exultación.

(Gabriela Mistral)

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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