sábado, 2 de marzo de 2019 in

La lluvia, el mirlo y el ruiseñor



La lluvia, el mirlo y el ruiseñor

“Si os partiéredes al alba
quedito, pasito, amor,
no espantéis al ruiseñor.
Si os levantáis de mañana
de los brazos que os desean,
porque en los brazos no os vean
de alguna envidia liviana,
pisad con planta de lana
quedito, pasito, amor,
no espantéis al ruiseñor”.
(Lope de Vega; Canción 46)

No existe pitonisa que por más que siga mascando hojas de laurel acertará si los días de lluvia que mojen los campos están cerca o siguen espantados por el anticiclón. Me dicen que no caerá ni para que la mano de la luz moje el dedo y se santigüe, al considerar bendito tan escaso bien. Es posible que en la primera decena de este marzo que ni es marzo ni se le parece, si no es por el aluvión floral del campo y el calor, digo calor agobiante, que no la cálida luz limpia de un tiempo hermosamente mojado, es posible, repito, que caigan cuatro gotas. Marzo, ¿pardo? Chamuscado. Marzo, una ruina. Invierno seco y sin frío y verano sin calor, no es buen año, amigo mío, como padezco o disfruto estos días paseando por las tierras desérticas de la Región de Murcia, “¡cuánta cigarra cantando,/ bajo este tórrido sol.../”. Así que dejaré de especular y ante los malos agüeros, deseo volver a escuchar la lluvia azotar en los cristales, oír los cantos de los pájaros como hacían los augures, sin esperar que acierten, sino que canten. Deseo grandes día de lluvia para que estos campos  sedientos escuchen la música humilde de las gotas y se unan al atardecer a los silbidos de los mirlos y al cante grande de los ruiseñores.


Ahora las torrenteras, lechos, barrancos, yasas, arroyos sin bríos que, según Quevedo son aprendices de río, “arroyo aprendiz de río,/ más agua trae en un jarro, /cualquier cuartillo de vino...// no alcanza á la sed el agua. / En su madre, á los estíos;/ Que, facistol de chicharras./ Es la solfa de lo frito”, sólo sirven para que las lavanderas escurran la ropa y para que la rambla vuelvan a ser habitables para palomas, urracas, tordos, cornejas, abubillas, gaviotas, garzas y para todas aquellas aves que habían huido y que han vuelto. He ahí la belleza de Keats: “Jamás la poesía de la tierra se extingue”.

Llevo unos días esperando sorprender al mirlo en mi jardín, pero llega cuando he salido a pasear por esas “pardas tierras de vides, tierras secas, /de horizontes desnudos y agrias sierras, / esquilmadas tierras de sol y brega, / engendradoras de hijos y penas”. Llega cuando no estoy, con su sotana negra, escarba en mis bonsáis, llena todo de tierra y marcha. No sé dónde se esconde cuando lo oigo silbar estrofas breves. Y como siempre, el que acaba con todos sigue siendo el ruiseñor, que aparece de tarde en tarde como los divos. Ese pájaro sí que es raro, huidizo, clandestino; se esconde en la hojarasca del hibiscus y cuando entona su partitura se quedan mudos los perros y la gata de la vecina.

Las leyendas de los griegos y los textos de nuestros clásicos refugiaron en sus fábulas al ruiseñor y sólo la alondra le quitó protagonismo, durante un instante, en Romeo y Julieta. Voló por los romances cuando los trigos encañaban en los campos en flor. Cantó por las páginas de Cervantes, de Góngora y como filomena, ruiseñor juancruciano lanzando al aire su salmodia extática: “El aspirar del aire / el canto de la dulce filomena, /el soto y su donaire / en la noche serena, /con llama que consume y no da pena”.
.

El que más lo cultivó fue Lope: "En las mañanicas/ del mes de mayo/ cantan los ruiseñores,/ retumba el campo. En las mañanicas,/ como son frescas/ cubren los ruiseñores/ las alamedas". El Fénix hace a ese pajarillo inmortal. Porque, como diría más tarde Keats, el ruiseñor «no ha nacido para la muerte». Lope lo hizo protagonista de poemas y comedias. Dice en una canción: "Si os partiéredes al alba quedito/ pasito, amor/ no espantéis al ruiseñor". En el ruiseñor de Sevilla, Lucinda ve desnudarse al galán Félix, se enamora de él y recurre a la estratagema de inventar que padece una enfermedad que sólo se puede curar con el canto de ese pájaro. Consigue que trasladen su cama al jardín y así el ruiseñor -como llaman los criados al galán- acaba en la cama de Lucinda, entre el canto de herrerillos, pinzones y petirrojos.

Y ya estamos en marzo, un marzo que no columbra, aunque venga de mar adentro y suba a los cerros, un frente de nubes cargadas de agua. Este mentiroso buen tiempo me tiene encandilado como pajarillo que despierta al fogonazo de la linterna. El amanecer, luz engañosa, sol de oro falso. Una ruina. Vale.
“Soñaron a ser Mancha y a ser Vega,
¡ay!, y se quedaron en eso: en tierras
paridoras, dolidas, tristes, hambrientas…”
(Francisco Sánchez Bautista)

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

Leave a Reply

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores