Edipo rey
Edipo rey
“Ya
que no puedo ser libre
agrandaré mis prisiones.
agrandaré mis prisiones.
Cambiaré
los tristes muros
por alegres horizontes.” (Manuel Altolaguirre, Sin Libertad)
por alegres horizontes.” (Manuel Altolaguirre, Sin Libertad)
Estoy aislado, vienen largos tiempos de reclusión, en
una habitación llena de libros; mi radio y de una pequeña colección de discos
clásicos de la casa Deutsche
Grammophon. La cocina
encendida. La radio en marcha. Fuera llueve fuertemente y se aguanta. Hace
frío. No importa, “nunca
llovió que no escampara” y “Dios aprieta, pero no ahoga” eran las frases
preferidas de mi querida madre, ¡ay, mi madre!, cuando había problemas, que los
hubo. Así es el
lugar de mi confinamiento que en los primeros días me pareció agradable y ya se
está convirtiendo en angustia. La devastación que nos rodea a todos es
insoportable lo que me hace envidiar a la gente que hace algo por los demás.
Lo que veo a mi alrededor son mis arbolitos, esos
bonsáis que están floridos y hermosos en esta primavera, que comenzó con sus
primeros pasos hace seis días. Primavera que acaba de llegar con sus abarcas a
medio llenar de azahar y otras flores y que nos ha recluido, que no pase
inadvertido, en nuestra casa y en nuestros lúgubres pensamientos. Miro a los
pájaros y estos días me parecen extrañados de tanta soledad en las calles, en
el parque delante de casa y tan abrumador silencio. No sé si creer en los
presagios. ¡Ay! “pájaros de mal agüero”. Y llego a la conclusión de que también
ellos:-gorriones, mirlos, urracas, cotorras…, están en cuarentena
Estoy acompañado, gran compañía, enorme y calurosa
compañía, de mi señora y, en la distancia, del cariño de mis hijos y de los
hijos de mis hijos, de familiares y de alguna comunicación por Wasap de mis
amigos, compañeros y de algunas personas, conocidas por las redes sociales,
personas que ya están siendo diezmadas por la pandemia. Nadie está a
salvo.
Os digo que esta crisis me está obligando a revisar mi
modo de vida, a pesar de estar jubilado, o por eso. Es esto lo que me ha
conducido hasta el poeta isabelino John Donne y a lo que
escribió en 1624, versos que, hoy son necesario recordar:
“¿Quién no echa
una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Ningún hombre es
una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es
una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda
la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan
por ti.”
Estos versos del poeta son ideas obvias, demasiado obvias,
pero necesario recordarlas. “Nadie se puede salvar por sí mismo”. Y en esta mi
reclusión vuelvo a los clásicos y recuerdo que el relato clásico de este tipo
de situaciones, en nuestra civilización, se llama Edipo rey que fue escrito por
Sófocles hace dos milenios y medio: La peste diezma la población de Tebas. Su
rey, Edipo, jura encontrar al responsable, alguien culpable de un crimen
horrendo y aún oculto que los dioses castigan mediante la epidemia (la peste es
el arma que el flechador Apolo utiliza contra los griegos en el Canto primero
de la Ilíada). Como se recordará, Edipo acaba descubriendo que él mismo es el
criminal que busca (es decir, el chivo expiatorio que exige la ciudad).Y, después
de este recuerdo, rondan mi mente clásicos recuerdos de mis años adolescentes,
pienso que saldremos de ésta. Seguro. Recuerdo que peor lo pasó mi padre
durante su lucha en nuestra Guerra Civil cuando cayó herido en las montañas de
Durango tratando de romper el Cinturón de Hierro bilbaíno; cuando se hizo
fuerte en las montañas y páramos de Teruel (Monte Gordo) y cuando intentó salir
de la miseria trasladando trigo encima de jumentos para moler en los molinos de
Las Tierras Altas riojanas donde, escondidos, lo molían para convertirlo en
harina multicolor para, después, amasarla y convertirla en ese pan candial en
los hornos caseros. Eran días de estraperlo, posteriores a la guerra, y mi
querido padre los padeció. Eso sí que fue una guerra, distinta, pero cruel
guerra.
Y, por último, esta peste me devuelve la conciencia de
la fragilidad del ser humano y de su profunda insignificancia frente a fuerzas
de la Naturaleza que no controlamos. Quedo en mi arresto con la lección de que
no somos dioses y que nunca lo seremos. Vale.
No
estoy tan solo contigo.
Mi Soledad me acompaña.
Yo desterrado, tú presente.
Mi Soledad me acompaña.
Yo desterrado, tú presente.
Texto y fotografía La Medusa Paca.
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