Mi vuelta al campo
Mi vuelta al campo
Cascada
de Puente RA
“… no desoigas la lección de la tierra;
aprended la piedad que desciende en la lluvia,
la humedad y el olvido con que arrasa el torrente
la herida de los cauces…” (Guillermo Carnero; Campo de mayo)
aprended la piedad que desciende en la lluvia,
la humedad y el olvido con que arrasa el torrente
la herida de los cauces…” (Guillermo Carnero; Campo de mayo)
Estoy
rumiando mi vuelta al campo. He vuelto al labrantío tras dos meses sin andarlo
y viéndolo tras los cristales. Lo necesitaba como ese verso suelto que dice: “Te
necesito: lárgate.” O como el refrán
popular, el de siempre, el que tantas veces escuché en la escuela: “Mucho
ayuda el que no estorba.”
Y entre verso suelto y refrán popular de
escuela he comprobado algo: que el campo no necesitaba nuestras huellas, ni
tampoco hacerle el favor de andarlo de nuevo. La yerba de la dehesa y el verdor
de los sembrados, tan confiados y crecidos, apretados, están, que parecen no
necesitar de nuestras miradas y pisadas. Todo es virginal. ¿Qué hago yo aquí,
pisándolo? Casi tres meses sin pisadas, sin rodadas de coches, bicicletas,
motos, carretas, tractores con sus aperos de roturación y sin las piaras de
ovejas, sin poder cruzarlos, pisarlos y hocicarlos para rumiarlos, cuando se cercaban
hasta el salegar a tomar la sal. Me ha gustado, me ha impresionado cómo está el
campo. El campo es otro, quiero decir: el campo es él. Todo es un tapiz. Todo belleza, frescura y colorido. No hay yerbajo que se haya quedado en casa,
sin salir a la luz. No hay vida animal que no se haya sentido feliz al andar,
en paz, por sus territorios. En efecto, el campo parece recitarnos ese envidiable
verso; el campo parece decirme, cara a cara, algo que al campo le resulta duro,
porque el campo ama al hombre: “Te necesito: lárgate.” Sí, es un
ruego de amor, que también desde el amor se puede pedir distancia, ausencia.
Que a veces la cercanía excesiva daña; que a veces el atosigamiento impide
andar al otro; que a veces tanto celo puede dejar sin vida a quien más
queremos. “Te necesito: lárgate.” ¿Se lo ha dicho en estos meses el
campo al hombre? Eso parece. Y si no se lo dijo, qué bien le ha venido al campo
que el hombre deje de abrazarlo -y más cosas- durante casi tres meses. Me pregunta mi paisano
Carmelo: “¿Tú no crees que ha llovido como ha estado lloviendo durante el final
del invierno y lo que llevamos de primavera porque llevamos meses sin
contaminar la atmósfera?” He visto los cielos inmaculados, tanto en sus azules
como en los blancos de sus nubes y en las transparencias de la lejanía. Y en el
vuelo y el juego de amor de los pájaros. ¡Con qué escasa medicina de ausencia
se ha curado el campo del daño del hombre…! El campo tendría que colocarse en
la frente el “Te necesito:
lárgate”, para que el hombre lo leyera antes de
entrar. Por lo menos cada cierto tiempo. Sería
bueno para los dos. Y aquí quedan dormidas las vertederas y
los ruidos de artificio. Por el corral andan sueltas las yuntas y
ganados. Por los garajes y cocheras, los esfuerzos del carro y las galeras. Y
hay amores inútiles de sudorosos labradores, ahora en los llanos a media tarde,
levantando la siega. Vale.
“Vaga sin rumbo el viento en los campos de Mayo
como caricia lenta sobre la piel morosa,
y me trae el rumor de las rubias espigas.
como caricia lenta sobre la piel morosa,
y me trae el rumor de las rubias espigas.
Cabecean y
rolan y ascienden, dibujando
formas en un instante disipadas…/.
formas en un instante disipadas…/.
(Guillermo Carnero; Campo de mayo)
Sembrados castellanos
Texto
y fotografías La Medusa Paca. Copyright
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