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miércoles, 27 de mayo de 2020 in

Mi vuelta al campo




Mi vuelta al campo


Cascada de Puente RA

“… no desoigas la lección de la tierra;
aprended la piedad que desciende en la lluvia,
la humedad y el olvido con que arrasa el torrente
la herida de los cauces…”
(Guillermo Carnero; Campo de mayo)

Estoy rumiando mi vuelta al campo. He vuelto al labrantío tras dos meses sin andarlo y viéndolo tras los cristales. Lo necesitaba como ese verso suelto que dice: Te necesito: lárgate.” O como el refrán popular, el de siempre, el que tantas veces escuché en la escuela: “Mucho ayuda el que no estorba.”

Y entre verso suelto y refrán popular de escuela he comprobado algo: que el campo no necesitaba nuestras huellas, ni tampoco hacerle el favor de andarlo de nuevo. La yerba de la dehesa y el verdor de los sembrados, tan confiados y crecidos, apretados, están, que parecen no necesitar de nuestras miradas y pisadas. Todo es virginal. ¿Qué hago yo aquí, pisándolo? Casi tres meses sin pisadas, sin rodadas de coches, bicicletas, motos, carretas, tractores con sus aperos de roturación y sin las piaras de ovejas, sin poder cruzarlos, pisarlos y hocicarlos para rumiarlos, cuando se cercaban hasta el salegar a tomar la sal. Me ha gustado, me ha impresionado cómo está el campo. El campo es otro, quiero decir: el campo es él. Todo es un tapiz. Todo belleza, frescura y colorido. No hay yerbajo que se haya quedado en casa, sin salir a la luz. No hay vida animal que no se haya sentido feliz al andar, en paz, por sus territorios. En efecto, el campo parece recitarnos ese envidiable verso; el campo parece decirme, cara a cara, algo que al campo le resulta duro, porque el campo ama al hombre: “Te necesito: lárgate.” Sí, es un ruego de amor, que también desde el amor se puede pedir distancia, ausencia. Que a veces la cercanía excesiva daña; que a veces el atosigamiento impide andar al otro; que a veces tanto celo puede dejar sin vida a quien más queremos. “Te necesito: lárgate.” ¿Se lo ha dicho en estos meses el campo al hombre? Eso parece. Y si no se lo dijo, qué bien le ha venido al campo que el hombre deje de abrazarlo -y más cosas- durante casi tres meses. Me pregunta mi paisano Carmelo: “¿Tú no crees que ha llovido como ha estado lloviendo durante el final del invierno y lo que llevamos de primavera porque llevamos meses sin contaminar la atmósfera?” He visto los cielos inmaculados, tanto en sus azules como en los blancos de sus nubes y en las transparencias de la lejanía. Y en el vuelo y el juego de amor de los pájaros. ¡Con qué escasa medicina de ausencia se ha curado el campo del daño del hombre…! El campo tendría que colocarse en la frente el Te necesito: lárgate”, para que el hombre lo leyera antes de entrar. Por lo menos cada cierto tiempo. Sería bueno para los dos. Y aquí quedan dormidas las vertederas y los ruidos de artificio. Por el corral andan sueltas las yuntas y ganados. Por los garajes y cocheras, los esfuerzos del carro y las galeras. Y hay amores inútiles de sudorosos labradores, ahora en los llanos a media tarde, levantando la siega. Vale.

“Vaga sin rumbo el viento en los campos de Mayo
como caricia lenta sobre la piel morosa,
y me trae el rumor de las rubias espigas.
Cabecean y rolan y ascienden, dibujando
formas en un instante disipadas…/.
(Guillermo Carnero; Campo de mayo)

Sembrados castellanos
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

miércoles, 20 de mayo de 2020 in

La pasada fiesta




Pradera de san Isidro. Goya

Cosas de Ayer: San Isidro

La pasada fiesta
“A ningún, Isidro, el cielo
premió por arar tan bien
porque fuiste solo quien
aró con el cielo el suelo.” (Anónimo)

En un lugar de la España vacía de la que algunos se fueron no hay crisis sanitaria, o sí. No ha muerto nadie por el coronavirus. No ha habido ni un contaminado. Tampoco se han enterado en el pueblo del estado de alarma, que, por lo visto, quiere prolongar el Gobierno por los siglos de los siglos. Las campanas no han tocado a rebato, como cuando, hace ya tiempo, incendiaban múltiples de fascales, recién segados, en espera de ser acarreados para ser trillados. Da lo mismo lo que digan Illa, Simón o Sánchez en sus aburridas peroratas adornadas con una enorme confusión retoricada. Nadie los escucha. Ni siquiera son conocidos allí. Si por lo menos fueran afiladores, estañadores, cesteros, hueveros, fruteros, tratantes, esquiladores de ovejas o capadores…

Así que aquí nadie está recluido en casa. Sólo los del camposanto. Hace tiempo que, en este pueblo vaciado y abandonado, no queda ningún pensionista y nunca nadie, que se recuerde, cobró en el pueblo el seguro de desempleo. La prometida renta de subsistencia no llegará, aunque sea tarde. Por no haber, en este lugar de la España vaciada no hay un alma desde la primavera de 1970 cuando se marchó el pobre Fermín, el último vecino.

Han pasado cincuenta años y ya está aquí el glorioso san Isidro, ya se acerca la fiesta. Pero no habrá fiesta. Nadie barrerá la víspera las calles, cada vecino el tramo que le corresponde, ni se espera a la Orquestina cerverana, con guitarras y violines y también con saxofones, amenizando vermús. No habrá pasacalles. Tampoco habrá volteo de campanas cuando aparezca triunfalmente la procesión del santo labrador adornado con verdes y encañadas espigas, con rosas, roscos y esos espárragos blancos, casi albinos,  sacados de la fresca tierra en la mañana de la fiesta. Ni la Hermandad de labradores repartirá esas clásicas pastas, trozos del rosco, con baño de merengue y adornado con esa multitud de anisetes multicolores y bendecidos por el santo ni habrá trago de anís como siempre marcó la tradición, allí en el cuarto de La Sindical. ¡Cómo van a sonar las campanas si algún desaprensivo las hizo descolgar de la torre de la iglesia a los pocos días de quedar vacío el pueblo!

La gallina ciega. Goya

Estoy, ya lo habrán comprendido, en el corazón de cualquier pueblo de la España vaciada. ¿Quién iba a poner el baile si el pueblo está vacío, poblado de fantasmas? Ajena a esto y a la peste que asola el país, la primavera estalla lujuriosa en los verdes campos de alrededor, adornados de rojos ababoles y cantan en los trigos las codornices en celo junto a esa nidada de perdíganos apeonando y cuchichiando al tiempo que se desperdigan.

Recuerdo que, en la noche de la fiesta, porque la fiesta es la fiesta, fiesta ya pasada, acostumbraban a bailar los muertos en la plaza a la luz de las estrellas al ritmo monótono y desgarrado de esa ronca guitarra, con una cuerda rota, la sexta, la prima desafinada y dos trastes partidos. Era la guitarra polvorienta como el arpa becqueriana: “Del salón en el ángulo oscuro, /de su dueña tal vez olvidada, /silenciosa y cubierta de polvo, / veíase el arpa.” Intuyo que los muertos del vaciado pueblo girarán y danzarán en corro, lentamente, cogidos de sus huesudas manos entrelazadas, asegurándome que este año no bailotearán alegres porque también se los llevó el tiranovirus. Vale.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
(Gustavo Adolfo Bécquer)


 
Texto La Medusa Paca. Copyright ©

miércoles, 13 de mayo de 2020 in

Las aves ya saben cómo adaptarse




Las aves ya saben cómo adaptarse

“… Tal vez un día remoto
volverán las oscuras golondrinas”.» (Francisca Aguirre)


Hoy, como todos, creo tener la sensación de que, a poco más de un mes de dar sus últimos tartajeos, nos han "sisado la primavera” porque, al haber estado confinado en casa, sin dar un paso delante de la puerta de la casa, he estado perdiéndome el primer agradable contacto con la Naturaleza. De todos modos, no es del todo cierto porque desde mi privilegiado observatorio, un mirador inmenso orientado al Este, desde donde veo cada mañana salir el sol que me marca el horario del cotidiano desayuno, cada día también observo como un par de urracas construyen el nido en la cima del cedro y cómo una bandada de azulones pretende empollar bajo un olivo, allí en la charca del parterre debajo de casa. Asimismo, al salir el sol, veo desplegarse nuevos brotes de olmos, plátanos de sombra y lucir un hermoso vestido de flores a los hibiscos, glicinias y limoneros con sus azahares color blanco-lila. Y se me olvidaba constatar los sentimientos que me proporcionan esos arces negundos, exuberantes y bellísimos que contemplo cuando me toca llevar la basura. ¡Que felicidad!

Todos los días, de igual manera, asisto a una sinfonía, armonía de colores, del maravilloso cuco, de mirlos, palomas torcaces, tórtolas, estorninos, gorriones, colirrojos, urracas y gaviotas con sus gritos. Es más, estoy notando que hay más paso de aves que lo haya habido nunca y no es que yo esté más atento ahora, que lo estoy. Yo nunca he dejado de mirar al horizonte y al cielo. Pasan garzas, cigüeñas, flamencos y todavía alguna que otra despistada grulla. Vamos, que todo este cuadro bien se parece a los versos de San Antonio y los pajaritos. Ellos, como los árboles, no entienden de confinamiento y hacen lo propio, como cada primavera.


“Salgan cigüeñas con orden,
águilas, grullas y garzas,
avutardas, gavilanes,
lechuzas, mochuelos y grajas.
Salgan las urracas,
tórtolas, perdices,
palomas, gorriones
y las codornices.”

Les diré para finalizar y para que procuren alegrar un poco el semblante que, cada tarde me cargo las pilas para poder afrontar la mañana siguiente entre preludios, armonías, acordes y coloridos que no me impiden ignorar esta primavera, donde “tal vez un día remoto volverán las oscuras golondrinas.”  

Ya es hora de que le verderón cante, en la rama florecida. Es demasiada la tristeza por tantas cosas. Se nos apagó el mes de marzo, abril y, también, se va marchando mayo, aunque menos, donde como canta el poeta:

“Por el mes era de mayo
cuando hace la calor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor,
sino yo, triste cuitado,
que vivo en esta prisión”.

Y termino: no es que se nos haya precipitado un otoño de enfermedad, es que sabemos que en la calle está mayo y nosotros lo acompañamos, disfrutamos y vivimos para hacerlo nuestro, pero a medias. Vale.
“Salga el cuco y el milano,
zorzal, patos, y andarríos,
canarios y ruiseñores,
tordos, jilgueros y mirlos.”
“Salgan verderones,
y las cardelinas,
también cogujadas
y las golondrinas.
No entréis en sembrado,
marchad por los montes,
los riscos y prados.”

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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