miércoles, 20 de mayo de 2020 in

La pasada fiesta




Pradera de san Isidro. Goya

Cosas de Ayer: San Isidro

La pasada fiesta
“A ningún, Isidro, el cielo
premió por arar tan bien
porque fuiste solo quien
aró con el cielo el suelo.” (Anónimo)

En un lugar de la España vacía de la que algunos se fueron no hay crisis sanitaria, o sí. No ha muerto nadie por el coronavirus. No ha habido ni un contaminado. Tampoco se han enterado en el pueblo del estado de alarma, que, por lo visto, quiere prolongar el Gobierno por los siglos de los siglos. Las campanas no han tocado a rebato, como cuando, hace ya tiempo, incendiaban múltiples de fascales, recién segados, en espera de ser acarreados para ser trillados. Da lo mismo lo que digan Illa, Simón o Sánchez en sus aburridas peroratas adornadas con una enorme confusión retoricada. Nadie los escucha. Ni siquiera son conocidos allí. Si por lo menos fueran afiladores, estañadores, cesteros, hueveros, fruteros, tratantes, esquiladores de ovejas o capadores…

Así que aquí nadie está recluido en casa. Sólo los del camposanto. Hace tiempo que, en este pueblo vaciado y abandonado, no queda ningún pensionista y nunca nadie, que se recuerde, cobró en el pueblo el seguro de desempleo. La prometida renta de subsistencia no llegará, aunque sea tarde. Por no haber, en este lugar de la España vaciada no hay un alma desde la primavera de 1970 cuando se marchó el pobre Fermín, el último vecino.

Han pasado cincuenta años y ya está aquí el glorioso san Isidro, ya se acerca la fiesta. Pero no habrá fiesta. Nadie barrerá la víspera las calles, cada vecino el tramo que le corresponde, ni se espera a la Orquestina cerverana, con guitarras y violines y también con saxofones, amenizando vermús. No habrá pasacalles. Tampoco habrá volteo de campanas cuando aparezca triunfalmente la procesión del santo labrador adornado con verdes y encañadas espigas, con rosas, roscos y esos espárragos blancos, casi albinos,  sacados de la fresca tierra en la mañana de la fiesta. Ni la Hermandad de labradores repartirá esas clásicas pastas, trozos del rosco, con baño de merengue y adornado con esa multitud de anisetes multicolores y bendecidos por el santo ni habrá trago de anís como siempre marcó la tradición, allí en el cuarto de La Sindical. ¡Cómo van a sonar las campanas si algún desaprensivo las hizo descolgar de la torre de la iglesia a los pocos días de quedar vacío el pueblo!

La gallina ciega. Goya

Estoy, ya lo habrán comprendido, en el corazón de cualquier pueblo de la España vaciada. ¿Quién iba a poner el baile si el pueblo está vacío, poblado de fantasmas? Ajena a esto y a la peste que asola el país, la primavera estalla lujuriosa en los verdes campos de alrededor, adornados de rojos ababoles y cantan en los trigos las codornices en celo junto a esa nidada de perdíganos apeonando y cuchichiando al tiempo que se desperdigan.

Recuerdo que, en la noche de la fiesta, porque la fiesta es la fiesta, fiesta ya pasada, acostumbraban a bailar los muertos en la plaza a la luz de las estrellas al ritmo monótono y desgarrado de esa ronca guitarra, con una cuerda rota, la sexta, la prima desafinada y dos trastes partidos. Era la guitarra polvorienta como el arpa becqueriana: “Del salón en el ángulo oscuro, /de su dueña tal vez olvidada, /silenciosa y cubierta de polvo, / veíase el arpa.” Intuyo que los muertos del vaciado pueblo girarán y danzarán en corro, lentamente, cogidos de sus huesudas manos entrelazadas, asegurándome que este año no bailotearán alegres porque también se los llevó el tiranovirus. Vale.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
(Gustavo Adolfo Bécquer)


 
Texto La Medusa Paca. Copyright ©

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