You Are At The Archives for noviembre 2020

viernes, 27 de noviembre de 2020 in

Al sol de un confinamiento

 


Anfiteatro de Pompeya:Google Earth

… los diques también se rompen
bajo el martillo del agua…” (Marcos Ana)

Al sol de un confinamiento

Y el futuro es más que nunca hoy el presente, el día a día.

Y hoy hace tanto sol que mamá ha dejado las hojas correderas del porche abiertas para que nos dé bien en la cara, y entre el aire puro a llenarnos de una suerte de tranquilidad primaveral, porque es primavera, si no fuera por las hojas del otoño por las calles, entre las mascarillas caídas.

Me asomo a la cancela y contemplo a una mujer sentada en el banco del parque enfrente de Garnacha, es casi una figura de Hopper, solitaria, tranquila, quieta, medio escondida. No veo de ella más que las piernas y algo de los brazos y del libro, mientras lee y el caserío del villorrio, la ciudad parece no inmutarse. Es martes. Pero podría ser cualquier día porque todo está quieto, como lo está el reloj de estos días en el mundo. Suenan, sin embargo, las campanas de la iglesia de La Ciudad del Aire, corre Lebeche, y andan por las palmeras, pinos y moreras, volando, unas palomas invisibles, con sus ondas sonoras, porque todo en la urbanización, y más a dos pasos de mar, todo se oye, ahora que casi todo ha enmudecido.

Me acerco al Nebraska, por si ha abierto, donde todas las sillas están dentro, apiladas con esmero, esperando volver a ocupar la terraza que tanto alegraban los últimos días de otoño en los que, con guantes, abrigo y gorro, me tomaba un café y una pulguita de jamón y aceite puro de oliva virgen que me sabía a gloria, viendo el pasar de la gente y escuchando la pequeña tertulia de dos militares del ejército del aire, ya jubilados. Es ésta quizás la imagen que más impresiona. Las sillas del bar, dentro, unas encima de otras, como una torre de tristeza y de añoranza por un tiempo al que no le dimos importancia mientras pasaba.

Me alejo y quedo pensando en el mito, en Pompeya, y en la oportunidad que el recuerdo tiene en estos momentos. Según la versión más extendida del mito, Orión era un gigante, hijo de Poseidón y nieto del rey Minos —el del laberinto y el Minotauro— que durante una cacería en Creta se jactó de poder matar a todos los animales de la tierra. Alarmada, Gea le mandó un escorpión gigante que acabó con su vida, y después Zeus lo convirtió en la constelación del mismo nombre. La del Escorpión también se llama así en recuerdo de su muerte. En cuanto a Pompeya, su historia es bien conocida. Era una ciudad próspera y de vida alegre en la región de Campania, hasta que una erupción del Vesubio la borró del mapa, junto a Herculano, de un día para otro. Sus habitantes perecieron sepultados por lo que el volcán escupió. Sólo en las dos casas desenterradas se ha encontrado una veintena larga de cuerpos. Vale.

Cortesía de Ene Rok

Texto La Medusa Paca. Copyright ©

 

viernes, 20 de noviembre de 2020 in

CASTAÑAS




CASTAÑAS

“¿Quién nos calentara la vida ahora
si se nos quedó corto
el abrigo de invierno?
¿Quién nos dará para comprar castañas?
Allí sale humo, corazón, no a todos
se les mojó la leña.
Y hay que arrimar el alma,
hay que ir allí con pie casero y llano
porque hoy va a helar, ya hiela.” (Claudio Rodríguez, Primeros fríos)

Por este tiempo amarillo del otoño, cuando los ríos envían su primer aliento tibio y se tiñe el poniente con brochazos rojos, cárdenos y sonrosados, aparecen en las esquinas callejeras, como un prólogo del invierno, los puestos de castañas. La figura de la castañera, acurrucada a la orilla del asador, es una estampa familiar que, todos los años, retorna al filo de estos días. No sólo los estudiantes llevábamos castañas asadas en los bolsillos del pantalón; también las compraban nuestros mayores cuando salían a pasear, o cuando ibámos al mercado, o se iba exprofeso a por ellas a la castañera más cerca de casa para comprarlas y tomarlas en casa. Es casi una caricia para las manos mondar las castañas calentitas y crujientes.

Y es que “cada cosa a su tiempo y las castañas en Adviento.” Aunque “Bellotas y castañas hagan malas hilancias.” No importa: “Castañas, nueces y vino son delicias por San Martino. Y como poetiza José Cadalso: “Pero acá lo pasamos/ junto al rincón del fuego, / asando unas castañas, / ardiendo un tronco entero, / hablando de las viñas, / contando alegres cuentos, /bebiendo grandes copas, /comiendo buenos quesos.”

Estas escenas siempre representan para mí a esos lugares y personajes sacados de una novela de Baroja donde, sentimentalmente se intenta compatibilizar insignificancias negociadas con amores a la literatura y la cultura. Da gusto contemplar las escenas y después leer a D. Pío en esos escritos plenos de viejas tradiciones aldeanas donde se mezclan conocimientos costumbristas, experiencias y sentido común.

Creo que es muy justo dedicarle un apartado a la humilde castaña. Por estas fechas pueden verse esos simpáticos carritos despidiendo perfumado humo blanco en el que se asan las castañas al calor de las brasas de carbón dulce, utilizando para ello una especie de olla de barro perforada y añadiéndole un puñado de sal gorda. Es saludable detenerse ante el humo de la lumbre impregnando la ropa mientras nos intentamos resguardar de los fríos vientos de la sierra que preludian y aún anticipan la cercanía del invierno.

Esta tipología humana sobrevive todavía en esas tierras riojanas, impregnadas de las herencias de nuestros antepasados, donde los pequeños pueblos conservan una memoria de un tiempo pasado que está a punto de desaparecer: las veladas en la cocina, habitáculo para todo, al calor del fuego, las ovejas en los pastizales, ya agostados y exiguos, el olor a cirio y sacristía, los caminos que se cruzan en esos cruceros con columnas toscanas, templetes y hornacinas de sillarejo.

Siempre nos quedarán estas costumbres y esas castañas quemándose lentamente en el rescoldo de las brasas son el símbolo de una infancia perdida y recuperada, signo de identidad de la generación que nació en la década de los 40, e incluso antes, y que nos calentábamos las manos los domingos por la tarde con un puñado en los bolsillos. Siempre nos quedará la imagen de la señora del trenecillo en la esquina del Tívoli para recordarnos que en un tiempo muy lejano fuimos niños. Las castañas son las nieves de antaño que añoraba Villon, el bardo de la nostalgia y cantaba Miguel de Unamuno aludiendo a la paz interior que le provocaban las brasas de un castaño en una tarde de otoño. Vale:

Al amor de la lumbre

Al amor de la lumbre cuya llama
como una cresta de la mar ondea.
Se oye fuera la lluvia que gotea
sobre los chopos. Previsora el ama

supo ordenar se me temple la cama
con sahumerio. En tanto la Odisea
montes y valles de mi pecho orea
de sus ficciones con la rica trama

preparándome el sueño. Del castaño
que más de cien generaciones de hoja
criara y vio morir, cabe el escaño
 

abrasándose el tronco con su roja
brasa me reconforta. ¡Dulce engaño
la ballesta de mi inquietud afloja!

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

 

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores