viernes, 13 de noviembre de 2020 in

El poeta de ojos castaños

 


 

El poeta de ojos castaños

Siempre pensó que el frio no se iba de golpe. Se alejaba por el cruce del Puerto poquito a poco como los amantes indecisos. Allí, donde iba el poeta de los ojos castaños claros caminando sobre su nostalgia de piedra. Siempre la patria de ese niño-poeta de ojos castaños claros es su calle, las calles de su pueblo. Mira, ahí va el poeta con su eterna cara de muchacho. ¿Para qué sirve un poeta? El niño no sabía entonces que son más de verdad las palabras de mentira. Que hay hombres que escriben para vivir otra vez, para no morirse. Lo mas triste de marcharse es no volver a ver la luz de la calle por donde iba el invierno helado del pueblo entre ventisqueros.


Recuerda el niño-poeta de ojos castaños claros aquel día en el que guardó cuatro pesetas y la felicidad en su bolsillo. La mirada limpia, el sueño entero. El sabor de las migas y las papachas. Tenía el tiempo lento, el agua, el olor a encina del fuego ardiendo con chisporroteo, la oscura cocina, la silla baja de enea donde pensaba el abuelo, el cabo de los vientos. El niño-poeta se sentaba en la plaza, a la sombra de la barandilla de la fuente, viendo, cuando llegaba el verano, el trajinar de aquellas mujeres y jovenzuelas con sus cántaros en la cabeza apoyados en la rodilla o rodete de arpillera: círculos gruesos de trapo que hacían  que los bordes del cántaro (de cinc o de barro) no se clavaran en la cabeza, o descansados en la cadera mientras los mozos, sentados en las barandillas, las contemplaban al tiempo que ellas hacían frecuentes viajes para ser cortejadas. La plaza era un desierto de arena y piedras. Niño ten cuidado con las insolaciones, le gritaban desde ese diminuto balcón de la casa junto al pilón del agua dura. Tenía el pantalón corto. El verano se inventó para ese niño junto a la fuente, verano del cincuenta y cinco, leyendo el TBO, las Aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín y esos sublimes párrafos del Lazarillo Aguador en el Lazarillo de Tormes: “... Siendo ya en este tiempo buen mozuelo, entrando un día en la iglesia mayor, un capellán de ella me recibió por suyo, y púsome en poder un asno y cuatro cántaros y un azote, y comencé a echar agua por la ciudad. Éste fue el primer escalón que yo subí para venir a alcanzar buena vida, porque mi boca era medida. Daba cada día a mi amo treinta maravedís ganados, y los sábados ganaba para mí, y todo lo demás, entre semana, de treinta maravedís y me quedaba con todo lo que pasase de treinta maravedís diarios.”.

Al niño-poeta le ardía la cabeza de tanta luz. Lo que daría hoy por darle las gracias a aquel buen médico que bajó la temperatura a sus pies. Vale.

Agüita fresca traigo del río,

para que tomen todos los días. ¡aguateroooooo!

¡Agua, agüita para las damas bonitas!

Soy el aguatero; reparto el agua que al gran río voy a buscar. Es agua dulce para lavarse, preparar mate

y amasar.” (Anónimo)

 

Aguadora en el pueblo de Castromuño: Cortesía de Noticias de CyL

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

 

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