viernes, 20 de noviembre de 2020 in

CASTAÑAS




CASTAÑAS

“¿Quién nos calentara la vida ahora
si se nos quedó corto
el abrigo de invierno?
¿Quién nos dará para comprar castañas?
Allí sale humo, corazón, no a todos
se les mojó la leña.
Y hay que arrimar el alma,
hay que ir allí con pie casero y llano
porque hoy va a helar, ya hiela.” (Claudio Rodríguez, Primeros fríos)

Por este tiempo amarillo del otoño, cuando los ríos envían su primer aliento tibio y se tiñe el poniente con brochazos rojos, cárdenos y sonrosados, aparecen en las esquinas callejeras, como un prólogo del invierno, los puestos de castañas. La figura de la castañera, acurrucada a la orilla del asador, es una estampa familiar que, todos los años, retorna al filo de estos días. No sólo los estudiantes llevábamos castañas asadas en los bolsillos del pantalón; también las compraban nuestros mayores cuando salían a pasear, o cuando ibámos al mercado, o se iba exprofeso a por ellas a la castañera más cerca de casa para comprarlas y tomarlas en casa. Es casi una caricia para las manos mondar las castañas calentitas y crujientes.

Y es que “cada cosa a su tiempo y las castañas en Adviento.” Aunque “Bellotas y castañas hagan malas hilancias.” No importa: “Castañas, nueces y vino son delicias por San Martino. Y como poetiza José Cadalso: “Pero acá lo pasamos/ junto al rincón del fuego, / asando unas castañas, / ardiendo un tronco entero, / hablando de las viñas, / contando alegres cuentos, /bebiendo grandes copas, /comiendo buenos quesos.”

Estas escenas siempre representan para mí a esos lugares y personajes sacados de una novela de Baroja donde, sentimentalmente se intenta compatibilizar insignificancias negociadas con amores a la literatura y la cultura. Da gusto contemplar las escenas y después leer a D. Pío en esos escritos plenos de viejas tradiciones aldeanas donde se mezclan conocimientos costumbristas, experiencias y sentido común.

Creo que es muy justo dedicarle un apartado a la humilde castaña. Por estas fechas pueden verse esos simpáticos carritos despidiendo perfumado humo blanco en el que se asan las castañas al calor de las brasas de carbón dulce, utilizando para ello una especie de olla de barro perforada y añadiéndole un puñado de sal gorda. Es saludable detenerse ante el humo de la lumbre impregnando la ropa mientras nos intentamos resguardar de los fríos vientos de la sierra que preludian y aún anticipan la cercanía del invierno.

Esta tipología humana sobrevive todavía en esas tierras riojanas, impregnadas de las herencias de nuestros antepasados, donde los pequeños pueblos conservan una memoria de un tiempo pasado que está a punto de desaparecer: las veladas en la cocina, habitáculo para todo, al calor del fuego, las ovejas en los pastizales, ya agostados y exiguos, el olor a cirio y sacristía, los caminos que se cruzan en esos cruceros con columnas toscanas, templetes y hornacinas de sillarejo.

Siempre nos quedarán estas costumbres y esas castañas quemándose lentamente en el rescoldo de las brasas son el símbolo de una infancia perdida y recuperada, signo de identidad de la generación que nació en la década de los 40, e incluso antes, y que nos calentábamos las manos los domingos por la tarde con un puñado en los bolsillos. Siempre nos quedará la imagen de la señora del trenecillo en la esquina del Tívoli para recordarnos que en un tiempo muy lejano fuimos niños. Las castañas son las nieves de antaño que añoraba Villon, el bardo de la nostalgia y cantaba Miguel de Unamuno aludiendo a la paz interior que le provocaban las brasas de un castaño en una tarde de otoño. Vale:

Al amor de la lumbre

Al amor de la lumbre cuya llama
como una cresta de la mar ondea.
Se oye fuera la lluvia que gotea
sobre los chopos. Previsora el ama

supo ordenar se me temple la cama
con sahumerio. En tanto la Odisea
montes y valles de mi pecho orea
de sus ficciones con la rica trama

preparándome el sueño. Del castaño
que más de cien generaciones de hoja
criara y vio morir, cabe el escaño
 

abrasándose el tronco con su roja
brasa me reconforta. ¡Dulce engaño
la ballesta de mi inquietud afloja!

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

 

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