viernes, 12 de marzo de 2021 in

Las grullas de mi infancia

 

 


Las grullas de mi infancia

“Hada del gallinero. Genio de la despensa.
Ella en el paraíso fía la recompensa…
Cuando alegran sus vinos, el vicario la engríe

ajustándole en chanza las pomposas casullas…
y en sus manos canónicas, golondrinas y grullas
comulgan los recortes de las hostias que fríe.” (Julio Herrera y Reissig; El ama)

Hoy traigo aquí un agraciado recuerdo de aquellos viernes de Cuaresma de mi niñez que, cuando sonaban las doce en el reloj de la iglesia de Grávalos, todos los escolares de la unitaria nos preparábamos junto al maestro y la maestra para acudir a la parroquial y asistir, en su celebración, al Vía Crucis.

Aun siendo niño nada pasaba desapercibido para toda esta chavalería, que habitualmente mirábamos hacia arriba. Las grullas sobrevolaban los campos y casas de este pueblo en aquellos días entre Miércoles de Ceniza y Domingo de Resurrección. Siempre a la misma hora de la mañana, entre las doce y la una del mediodía, las bandadas cruzaban el cielo a varios cientos de metros de altura en perfecta formación en uve y siempre en dirección hacia el sol naciente.

Leo que: “La grulla existe como especie desde hace 50 millones de años y hay testimonios milenarios de que los griegos, los egipcios y otros pueblos las consideraban aves de buen agüero. En Japón, se cree que pueden curar enfermedades y que traen suerte.” Recuerdo que, ya en la mitología clásica, Teseo aparece bailando con una grulla tras matar al temible Minotauro.

Estas zancudas hibernan en humedales del sur de la península y en el norte de África y, al acercarse la primavera, cruzan los Pirineos hasta Alemania y los países escandinavos, donde pasan el verano. Es un viaje de unos cuantos miles de kilómetros que realizan desde tiempo inmemorial. Siguen rutas definidas, como la que pasa por encima de Grávalos. Por las noches, buscan sitios con agua para descansar, probablemente en el humedal de Fonsorda y, al despuntar el sol, vuelven a emprender su largo viaje.

Curiosamente leo que: “las grullas son monógamas, se comunican por sus cantos y realizan una danza de apareamiento que ha inspirado el folclore popular.” Yo las he visto en las orillas de la balsa de Fonsorda en otros meses, durante junio, lo que indica que algunas se quedaban por estos lares.

Lo que más me impresionaba en aquellos viernes de Cuaresma no era tanto la celebración del Vía Crucis sino el estricto orden en el que las grullas surcaban, siguiendo a la que iba delante que parecía albergar un navegador en la cabeza. Las bandadas se componían entre 20 y 50 ejemplares y todas se movían en la misma dirección.

En mi infancia, estaba fascinado por los pájaros y las aves, especialmente los cuervos y los buitres leonados, que devoraban piezas de ganado muerto, semienterrados, en los alrededores de la Hoya Miguel, sin miedo a la cercanía de las personas. Yo, junto a otros parvulitos, les tirábamos piedras, pero ni se inmutaban.

Reflexiono y soy consciente de que “las grullas ya surcaban los cielos hace decenas de millones de años cuando nuestra especie no existía. Han sobrevivido gracias a su instinto y su capacidad para adaptarse al medio.” También el hombre de hace cientos de miles de años era un cazador trashumante, que migraba siguiendo las estaciones.

Todo esto es una divagación desordenada, pero algo hay que aprender de las grullas, de su disciplina y de su capacidad de supervivencia. Sinceramente no creo que seamos más inteligentes que estas aves. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

 

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