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martes, 26 de febrero de 2013 in

Recuerdos de la cocina rural



Recuerdos de la cocina rural

Ahora que ha vuelto la nieve me he acordado de aquellas cocinas de la niñez y juventud donde nuestros padres aprendieron a sumar escarbando con un tizón sobre la ceniza,  donde escucharon anécdotas de tiempos pasados y donde, tal vez,  "pelaron la pava" junto al novio o novia tras el obligado consentimiento paterno para que él o ella "entrasen en casa".

La cocina fue en el pasado, también en el presente, la dependencia de la vivienda que más se usó. Las bajas temperaturas invernales obligaban a los lugareños a mantenerse cerca del fuego el máximo tiempo posible. La cocina, típica de las tierras altas, solía ser de dimensiones reducidas para que el ambiente se mantuviera más caldeado.

En la chimenea donde se quemaban sarmientos, leña del monte, cepas de viñas descepadas o esos recortes producto de las podas, fundamentalmente de almendro, se podía ver, colgado del allarín, el caldero o la caldereta, normalmente de cinc, donde se cocían patatas y remolachas para los cerdos.

Más abajo, en lo que se llamaba hogar, hervían las alubias o los garbanzos en pucheros de barro sujetos por brillantes seseros. Los trébedes se colocaban encima de la llama para freír los huevos con sus respectivos torreznos. Un recogedor, también metálico, impedía que las ascuas se esparcieran. Y, a ambos lados del fuego, dos cilindros de hierro -denominados calentadores- antecedentes rurales de aquellas recordadas y apreciadas bolsas de agua caliente o de las más modernas mantas eléctricas empleadas para calentar las camas.

En la poyata, una pequeña repisa por detrás del hogar, esperaban la hora de la cena los huevos fritos y esos exquisitos torreznos que, en más de una ocasión, recibían alguna mota de hollín o alguna pavesa que caían chimenea abajo.

Colgado de algún clavo siempre se encontraba el fuelle que servía para avivar el fuego. Y las tenazas iban de mano en mano para atizar la lumbre o para "firmar" o "hacer rúbricas" sobre las mortecinas ascuas.

En la cocina se almorzaba, se comía, se cenaba y... se trasnochaba. Durante las largas noches de invierno, las abuelas hilaban la lana o tejían con ella, haciendo punto. Los abuelos esmotaban alubias o descocaban almendrucos, las madres remendaban pantalones o hacían peales. Los padres componían alguna collera del ganado o cincha de la burra y los chicos hacían sus deberes escolares o jugaban al parchís. A estas veladas o trasnochadas de invierno siempre se unían algunos vecinos, de esta forma, al tiempo que se ahorraba leña en una casa, la conversación se hacía más amena.

Toda la familia se sentaba alrededor del fuego en taburetes, banquetas o bancos corridos, impidiendo que se desperdiciara el calor que el fuego desprendía. Y, durante el invierno, nadie se movía de su sitio para cenar; se colocaba una mesa baja entre los comensales con los platos -que en la mayoría de los casos sólo era uno- y todos cogían su ración y la colocaban sobre un trozo de pan que sostenían en la mano. Esta mesa, del tipo de las denominadas tocineras, tenía un pequeño cajón donde se guardaban los escasos cubiertos que, a no ser la cuchara, eran poco utilizados.

En la pared opuesta al fuego solía haber un rudimentario armario con anaqueles en el que se colocaban las tazas y tazones para el desayuno, platos y fuentes y algún jarro decorado con la imagen de algún santo devoto de los que se empleaban para bajar el vino de la bodega.

En las casas de las familias pudientes, colgada de la pared, se mostraba la reluciente espetera de cobre, compuesta de cazos y cacillos, pero no en todos los hogares se disponía de este ajuar.

Sobre la fregadera, pileta hecha generalmente con cemento o granito, se colocaba la caldereta con el agua caliente para fregar los platos. Y encima, solía haber también un escurreplatos, colgando de puntas clavadas en la pared, la espumadera y el cacillo o repartidor.


Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

sábado, 23 de febrero de 2013 in

Jaculatoria a la nieve



Jaculatoria a la nieve



¡Qué milagrosa es la Naturaleza!
Pues, ¿no da luz la nieve? Inmaculada
y misteriosa, trémula y callada,
paréceme que mudamente reza
al caer… ¡Oh nevada!:
tu ingrávida y glacial eucaristía
hoy del pecado de vivir me absuelva
y haga que, como tú, mi alma se vuelva
fúlgida, blanca, silenciosa y fría.
(Amado Nervo)


Fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

jueves, 21 de febrero de 2013 in

Hablan. ¿Qué hablan? Pues ¡que hablen!



Hablan. ¿Qué hablan? Pues ¡que hablen!


Voces y aplausos en la televisión condujeron ayer tarde a La Medusa hacia estas meditaciones que, tomadas de otros, aquí les dejo. Miré a la pantalla con somnolencia. Los políticos de todos los pelajes seguían con sus discursos. Hablan. ¿Qué hablan? Pues ¡que hablen!

-Cuando un estúpido hace algo que le avergüenza, siempre afirma que es su deber. (César Antonio y Cleopatra, III)

-Aunque no sea delito, tiene siempre sus riesgos el comunicar una mala noticia (Prefacio de Major Barbara)

-La propiedad es el robo organizado (Idem)

-Soy millonario. Esta es mi religión (Idem)

-No sabe nada y cree saberlo todo. Esto le faculta claramente para la carrera política (Idem)

-La falta de dinero es la raíz de todos los males (Man and Superman)

-La democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección hecha merced a una mayoría incompetente (Idem)

-Hablan. ¿Qué hablan? ¡Que hablen! (Inscripción colocada por Shaw en la chimenea de su casa)

La Medusa despertó del sueño y se dio cuenta de que estas máximas son universales y perfectamente aplicables en nuestros días. La desafección, hastío y desengaño de la ciudadanía con la clase política es imparable, ¡qué hablen! cada vez menos gente les escucha, pero ¿a quién escuchar o seguir en éstos días?


Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

martes, 19 de febrero de 2013 in

El almendro



El almendro


La simple belleza es silenciosa:
abruma su hermosa cualidad.
Sólo pensar en ella daña su sutileza.
El pensamiento
es demasiado burdo
para reconocerla.
(Ibn Arabí)








Ya ha cedido el frío, ya sus bellos ramilletes anuncian el colorido blanco o rosado mostrando un paisaje de ensueño y abriéndose al sol. Tronco viejo y retorcido que no le pesan los años ni  teme al frío de los cuatro vientos. Siempre, sin tregua, floreciendo antes de la primavera. Lo veo nervioso, eso sí, aguardando a las abejas que no llegan.

Este árbol, proveniente de Asia y viajado por todo el planeta siempre nos sorprende: siempre antes de salir las hojas nos ofrece el regalo de sus bellas flores.

Hermoso regalo que explica una historia de amor de la mitología griega: Fílide, princesa de Tracia se enamoró de un joven combatiente de la guerra de Troya llamado Acamante. Ella iba todos los días a la costa esperando encontrar el barco de su amado. Pero el barco no llegaba. La princesa murió de tristeza.  Entonces la diosa Atenea convirtió su cuerpo en un almendro. Al día siguiente, cuando llegó el joven Acamante sólo pudo acariciar la corteza del árbol. El amor de la princesa Fílide, que ya era almendro, respondió a Acamante floreciendo de repente, sin echar hojas.




Mar del medio día

almendros en flor

velas extendidas.



Salmos de alabanza

brazos florecidos

que hasta el cielo se alzan.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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