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miércoles, 29 de septiembre de 2021 in ,

Me gusta el otoño y la caída de las hojas

 

 

Me gusta el otoño y la caída de las hojas

 “Nos habla con palabras graves

y se desprenden al hablar

de su cabeza secas hojas

que en el viento vienen y van.” (José Hierro; Caballero de otoño)

Hoy he visto caer la primera hoja, una hoja grande como un corazón, una hoja abarquillada como un corazón exprimido, una hoja dorada y voladora como esos corazones otoñales soñadores y buenos que nacieron cualquier primavera. Hoy he visto caer sobre el pavimentado paseo esta hoja enorme, la primera, empapándose de frescura y desde este instante, durante todo el día, no he hecho más que ver caer hojas menudas, hojas amarillas, hojas moradas, infinidad de hojas semirrojas, semipardas, semiverdes; pálidas y muertas hojas a las que segó su rama este primer viento exacto y cumplidor como primer viento del otoño.

 ¿Caían las hojas realmente o eran mis ojos, mis párpados, que las veían caer una vez que vi la primera, aquella hoja inmensa, acaso la hoja-madre, la hoja-categoría, la hoja-tipo, la hoja-símbolo, la decantada y maestra hoja de todas las hojas que han de caer por propio peso y levedad en este otoño implacable y lánguido como todos los otoños?

 El caso es que he visto caer la primera hoja caída del otoño y que la he seguido en su trágico y voluptuoso descenso de manera agónica y melancólica. ¿Qué pasará en el mundo, en mi vida, en esta ciudad ribereña, en los remotos confines, bajo mi techo, hasta que este árbol predilecto, este hermoso árbol del ajardinado paseo vuelva a tener otra hoja tan ancha y redonda tan savia y experimentada en cierzos, levantes, lebeches y en brisas como la que hoy he visto caer fatalmente, despaciosamente, irretardablemente también?

 Es el otoño, es el otoño…dicen ¿Y es esto una explicación? Probablemente lo es, como lo es la muerte, que viene y se va sin explicar nada; como la de este pesar que nos circunda, como un ave herida que no sabe dónde refugiarse al ver caer esta hoja que tenía forma de corazón, como esa nube que pasa, que también la tiene; como este propio corazón mío, que ahora mismo es como una hoja que vacila angustiosa y delicadamente entre la sustentación en el aire, que es su oficio, y esa inevitable gravedad hacia la tierra que es su destino.

 Ha llegado el otoño. Ha caído la primera hoja. Pero cosa extraña, mi corazón en vez de entristecerse se ha alegrado. En vez de sentirse vencido hacia el suelo se ha echado a volar como una hoja que sale del árbol, fluctúa en el aire y no llega nunca a la tierra.

 Por mí, lo digo sin ninguna clase de aspavientos, que venga el otoño y permanezca a nuestro lado, aunque sea tristón. Y que se vaya lento, lentísimo…como su luz y su sonido, como su lumbre y su ceniza. Por mí el otoño sea bienvenido. No me espantan sus existenciales raíces en el aire. Por mí, que sigan cayendo hojas húmedas, hojas secas, hojas rosas, hojas verdes, hojas amarillas, hojas azules, hojas blancas…

Qué caigan y yo las vea caer, todas las hojas del otoño. Qué caigan todas las hojas de los árboles: las toscas, las finas; las que parecen corazones alegres, las que son igual que tristes corazones; las que hieren y las que acarician. ¡Todas abajo! Desde lo alto de las ramas a los transparentes espejos de los charcos… Pero que caigan poco a poco, como se bebe el vino; como agonizan los nobles corazones de los amantes.

Las hojas que caen, todas estas hojas, parecen ojos, ojos ciegos, ojos gastados, ojos muertos, ojos tristes de niños ciegos que cuanto mayor es su desamparo más bondadosamente sonríen.

 Por eso a mí me gusta el otoño. Qué sigan cayendo hojas…Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©


miércoles, 22 de septiembre de 2021 in

Anhelo otoñal

 


 

Anhelo otoñal

 “Pues ya cantadas dejo campiñas y estaciones

cantemos al olivo tardío y a la vid,

ven, Baco, que aquí todo rebosa de tus dones

y otoño debe solo sus pámpanos a ti.” (Virgilio, Geórgicas; libro segundo)

 Ya está aquí el otoño, ha abierto la puerta y ha llegado con unos esos pocos petirrojos con voz de tiple, parecida a la de los ruiseñores y dispuestos a convivir en los espacios vaciados. Han venido escasos, puede ser por el cambio climático. Apareció el otoño y ya estamos en plena vendimia para poder cantar con Virgilio: “Baco, ahora te toca a ti”. Ya ha pasado el estío y todos estamos ya bajo los primeros balbuceos frescos del otoño, cuando el sol rápido no ha tocado aún con sus caballos el invierno.

Viene dorado y dispuesto a desmantelar al blanco invierno con otras dichas para en primavera abrir de nuevo las cancelas, puertas y ventanos de la casa y liberar el aire estancado y con jolgorio volvamos a sacrificar a Baco en todos los altares un cabrón y celebrar las antiguas fiestas en los teatros de nuestras calles.



Ya está aquí el otoño para de noche me conduzca desde la casa a volver a escuchar el furioso oleaje, como ese esfuerzo que el mar realiza para purgarse de toda la basura con que ha sido vulnerado por el verano. Al final de las lluvias de septiembre, que ya están aquí, tan esponjosas y como condensadas en blancas escarchas, una luz de aceite se posará sobre la copa de los árboles; los caracoles reptarán por las virutas de espliego en los barrancos y los ardachos de color verde, espuma de mar, volverán a soñar con el calor tórrido bajo las piedras. En las rocosas calas, sombreadas de pinos, sonarán todavía los últimos gritos de las chicharras, pero tal vez esos gritos serán solo un eco en la memoria cuando después de cerrar la casa chirríe la cancela y el coche, cargado de experiencias, se aleje por el camino de grava flanqueado por una línea de palmeras. En la casa abierta aparecerá ya la cesta con los periódicos y culturales del nuevo curso. Tal vez unos melocotones, higos, uvas y granadas, perfectas en sazón, volverán a colmar ese frutero añadiendo cierto sabor dulzón a estas nuestras tristezas. Las lluvias de septiembre alegrarán los pastos y tierra adentro por valles herméticos de san Juan de la Cruz, pronto empezará la berrea de los venados y sus bramidos se subastarán ante las hembras ansiosas de berridos. Vendrá el dorado otoño y el blanco invierno con otros beneficios y cuando la primavera abra e ilumine de nuevo los campos todo quedará libre del maléfico aire estancado para que los sauces vuelvan a brotar junto a los ríos, y los olmos junto a las densas lagunas, los estériles quejigos en los cerros pedregosos y los arrayanes abunden en las playas esperando que aquellas noticias siniestras que nos llenaron de angustia en otras pasadas estaciones huyan por las ventanas hasta perderse por el valle donde florecen los cerezos. Me voy haciendo viejo. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©


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