martes, 7 de septiembre de 2021 in

La Antigua y septiembre

 

La Antigua y septiembre

… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.  (Juan Ramón Jimenez, el viaje definitivo)

Está a punto de entrar el otoño, la estación de la vendimia, de la fruta tardía, de los días cada vez más cortos, del comienzo de curso y de las fiestas. Los epicúreos lo prefieren a la primavera, tan voluble y antojadiza, e incluso lo eligen para sus vacaciones, para huir de las multitudes y gozar de un sol que ya no hiere, pero aún calienta, siempre que la meteorología no envíe huracán tras huracán que obliguen a adelantar no sólo el horario, sino también el vestuario de invierno

Siempre lo he dicho, para mí el verde insultante con que la primavera viste a la arboleda y al monte, resalta los ribazos, colorea las cumbres e inunda de luz de alborada todo el campo es lo que más me llamaba la atención del tiempo cuando correteaba por las calles y campos de mi pueblo, Grávalos. Tras un verano que podemos calificarlo todavía de insólito, enmascarillado y pandémico, como la primavera, tengo la esperanza que el otoño va a seguir por otros esperanzadores derroteros. Y yo quiero rebelarme y ahora como primera entrega, tras el verano, decir algo de lo que fueron algunos días del mes septembrino muchas veces allí vivido. Indudablemente, tras el verdoso mayo florido, yo me quedo con el plácido septiembre.

Transitó el verano tórrido con Julio y su sol potente, abrasador, sus bochorneras calentorras y amarradito al duro banco de la siega y cruzamos agosto con sus mañanas y atardeceres más suaves, su luz más amarillenta, reflejo del pasto y del rastrojo y su quehacer diario pegado a la era con la trilla, el montón y la paja para capitanear el plácido y suave septiembre.


Una vez finalizadas las tareas de la recolección, y entrados en septiembre, un acontecimiento solía cambiar el marco de nuestra convivencia: las fiestas de La Antigua. Fiestas con días fijos y feriados (7, 8, 9, 10, 11, 12, 13 y el día de huelgas, el 14 de septiembre). Y atrás, en mi memoria, queda, en el aire, el calor envolviendo lo festivo, y los cohetes, y la hoguera, y la música, y la procesión, y la vaca, y los cuartos, y el caramelero, ¡ay el caramelero!, y los fuegos con su toro. Ya nada es igual, o sí. Por eso no salgo a la calle

Por la mañana, muy temprano, festivo en el 8, los cohetes despertaban al pueblo y la aurora y la música, con sus dianas, vestían de fiesta el aire del día grande: celebración del día de la Asunción de Nuestra Señora. Recuerdo a mi madre repentizando, siempre repentizando. Ropa limpia, quizá algún estreno, y prisas. Cuando el sol ya había encendido los pastos de la luz, misa mayor: un revuelto palomar de abanicos tratando de espantar el aire espeso y caliente del recinto eclesial. Abanicos que al abrirse y cerrarse dejaban un ruido de prudente persiana y, más lejano, de sacudida de esqueleto. Cuando pasaba la colecta, ya el pañuelo había tenido que secarnos varias veces el sudor de la cara. Nos pesaba la larga homilía, y los cantos, y la música del armónium. A la salida de misa, en el pórtico, las mujeres se quitaban de la cabeza la tupida telaraña de los velos y los hombres encendían un cigarrillo, mientras en la calle arrancaba la banda de música y los chiquillos corríamos de un lado a otro, por esa inercia de la edad. Día grande, de calor inmenso.

Mediodía de bares, solo había dos, y veladores en las aceras, carretera adelante, vía principal, y un olor a gambas y a cerveza y a vino y almuerzos. Y comida familiar y siesta canalla y cuando el sol aún tenía encendida la fragua, otra música, más cohetes y otra vez el calor, que nos aplanaba; y la música, que nos alegraba; y la niñez o, más tarde, la adolescencia, que tanto nos marcó en esos 8 de septiembre. Ha ido pasando todo, porque pasó el tiempo que me trae el recuerdo a Juan Ramón: “Se morirán aquellos que me amaron…”

En el día de hoy, fiesta de La Antigua de 2021, tengo en la tribu ya más ausentes que presentes. Queda en el aire el calor inmenso envolviendo lo festivo, y los cohetes, y el sonido de la música, y la procesión junto a la Patrona y al Niño de la bola, pero nada es igual. Por eso no salgo a la calle.

Y en la pasada madrugada, soñando, he querido oír como un bramido, tenue, como el frescor a esas horas donde aún se puede andar por el mundo en estas sierras del sureste. Sólo eran zamarreos de los cencerros del rebaño de ovejas en su sesteo perpetuo sobre los agostados rastrojos de cereal, tremosillas y espartales. Soñé que estaba en el monte arrancando una vara de espliego con su flor, la tomé delicadamente entre mis dedos y, en el frescor tempranero, prometí en alto: pronto estaré de vuelta para oler su perfume en otros montes. Vale.


Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

 

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