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jueves, 28 de septiembre de 2017 in

Recordando paisajes




Recordando paisajes


Dehesa de Grávalos
… Yo ya no soy de aquí,
soy extranjero en esta tierra grande que fue mía.”

“Para vivir, con un pedazo basta:
en un rincón de carne cabe un hombre.
Un dedo solo, un solo trozo de ala
alza el vuelo total de todo un cuerpo”.
Silencio. (M. Hernández)

“Dulce estación de nieblas y abundancia,
íntima del sol que madura todo,
que, tramando con él, bendices dando
sus frutos a la vid junto al alero;
que los árboles vences con manzanas
y llenas en sazón todos los frutos,
que hinchas la calabaza, y la avellana
en su cáscara; que abres más y más
las flores últimas a las abejas
que creen que el buen tiempo no termina
pues Verano
colmó sus lentas celdas”. (John Keats)


 “Ha enmudecido el campo, presintiendo la lluvia.
Reaparece en la tierra su primer abandono.
La alegría del cielo se desconsuela a veces,
sobre un pastor sediento.
Cuando la lluvia llama se remueven los muertos.
La tierra se hace un hoyo removido, oloroso.
Los árboles exhalan su último olor profundo
dispuestos a morirse.
Bajo la lluvia adquiere la voz de los relojes
la gravedad, la angustia de la postrera hora.
Reviven las heridas visibles y las otras
que sangran hacia dentro.
Todo se hace entrañable, reconcentrado, íntimo.
Como bajo el subsuelo, bajo el signo lluvioso.
Todo, todo parece desear ahora
la paz definitiva”. (M. Hernández)

Chopo solitario en “El Estrechuelo”. Grávalos

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

jueves, 21 de septiembre de 2017 in

Senderos encantados





Senderos encantados
 
“Una mañana de otoño
salió solo de su casa;
no llevaba sus lebreles,
agudos canes de caza;
  iba triste y pensativo
por la alameda dorada;
anduvo largo camino
y llego a una fuente clara.
  Echóse en la tierra, puso
sobre una piedra la manta,
y a la vera de la fuente
durmió al arrullo del agua”. (La tierra de Alvar González)


El viajero, como Antonio Machado y Gustavo Adolfo Bécquer, “una mañana de otoño, salió solo de su casa…/anduvo largos caminos” para encontrarse y contemplar colores ocres, senderos encantados, duendes y leyendas, pinos albares y laricios, encinares y carrascas, fuentes de aguas heladas aun en verano, y monasterios escondidos en su interior y atravesados por escorrentías que los barrenan sin bravura. Es otoño cuando estos lugares resplandecen al cambiar sus colores verdes intensos por esa amplia gama de tonos ocre que sirve para adornar y añadir leyendas embaladas por esa característica niebla de primera hora de la mañana y que nos retarda encontrar o imaginarnos duendes y otros habitantes que harían que nuestra visita fuese de fábula si coincidiera con un día de niebla convirtiendo nuestro camino, además de fascinante, en un itinerario misterioso y melancólico. Y, a falta de hayas, soñar con la contemplación de esos verticales pinos larícios, como deseando saludar al cielo.

El viajero, en su paseo, no se encontró con nadie, apenas vive gente en la extensión que ocupa, lo que esto le confiere un estado prácticamente salvaje. Pero si soñó con toparse con esos duendes que lo recorren a pocos metros del paseante, saltando a su lado sin ser vistos. Son veredas y tierras de leyendas y seres mitológicos. Precisamente una hermosa leyenda sigue viva a través de los habitantes del lugar y que explica el porqué de las mansas aguas del lecho que circunda al monasterio cisterciense.

Y allí en mitad del bosque de mi paseo ese monasterio, monasterio de Nuestra Señora de Yerga, que tanto fascinó a Bécquer y le inspiró para escribir la mayor parte de su Miserere y que, doscientos años después de la estancia del autor, la región ha recuperado den su esencia multicultural. 

Recuerdo que la leyenda de El Miserere” comienza con la llegada a Autol de un músico europeo buscando redimirse de sus pecados y componer el miserere más perfecto de la creación. Los lugareños le refieren la leyenda de unos monjes que vivían en un antiguo monasterio cisterciense en el monte de Yerga, cuyas ruinas en plena naturaleza destilan un romanticismo excepcional: se trata de los restos de la ya desaparecida ermita de Nuestra Señora de Yerga. Según el relato del autor el monasterio fue incendiado y todos los monjes perecieron, sin embargo, los pastores que frecuentaban la zona le aseguran que sus almas se dan encuentro allí algunas madrugadas para entonar el antiguo miserere.

Y allá, a unas leguas de distancia, un encinar, carrascal centenario que, además de por sus colores de otoño, impresiona por contar con numerosas coladas de lava, montañas de mil colores de pozos mineros, sepultados por el tiempo. Un paisaje que parece sacado de otro mundo con grandes laderas y hondos valles. 

Y allí, sentado junto a su fuente y contemplando las umbrías de moles calcáreas, recordé otra leyenda, aquella que nos relata la laguna que no tiene fondo, comunicada con el mar por corrientes subterráneas y donde existe un ser que vive en el fondo y devora todo lo que en ella cae. Leyendas, pinares, yasas, profundidades, paredes graníticas, colores tenebrosos y aguas con tono oscuro. Carencia de robledales, pero margas adornadas de majuelos, jaras, romeros y lavandas.

¿Sabes, querido lector, acompañante de mi paseo, donde está esa fuente, el monasterio, y ese pinar de Yerga? Si vas por los alrededores de Grávalos, arriba de la plana de la nevera, encontrarás un lugar verde y profundo como, según dicen, nunca hayas encontrado en el mundo, un verde como de agua adentro, profundo y claro. Adéntrate en este lugar, hazlo caminando despacio, cuenta tus pasos en la gran quietud, párate, profundiza en lo que sientas y no te pierdas, ya estas acogido por el dulce olvido y abrigado por el silencio de este lugar profundo y encantado, ya eres preso del Miserere, también del silencio y del verdor. Y, como narra Gustavo Adolfo Bécquer: “El romero, al llegar a este punto de su narración, calló por un instante; y después, exhalando un suspiro, tornó a coger el hilo de su discurso. El hermano lego, algunos dependientes de la abadía y dos o tres pastores de la granja de los frailes, que formaban círculo alrededor del hogar, le escuchaban en un profundo silencio”. Vale.
 


Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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