sábado, 23 de marzo de 2019 in

En Grávalos también es primavera





En Grávalos también es primavera

Estoy en Grávalos viendo florecer el almendral, lo hago a la vera de un paisaje y enseñándome a ser amor que muere gozoso en la alta luz que pasa y hiere. De pronto me ha asaltado una música el alma, jamás cordada y hasta me ha embriagado una melodía, tan libre nunca escuchada, hasta conducirme hacia un campo extenso, ver un mar de flores y experimentar un cielo de besos. Veo la armonía que invade mi alma de asombro rendida. Hora de la tarde. Soledad sin dueño. Sólo el viento y yo. ¡Pedrugal en flor! Por nada cambiaría yo el sendero que ando sin saberlo, el azul de estas horas sin dueño, el regazo de la piedra tierno, el clamor de la flor del almendro ¡y el abrazo de Dios en todo ello!



No quiero más, Señor, tengo bastante
con esa luz que inunda mi camino
de tu gracia a raudales.

¡Qué alta la soledad de mi destino
y qué libre de afanes
en esta hora del amor rendido...!

No me des más, Señor, que no soporto
tanta hermosura hiriendo mis sentidos
en la desnuda flor de tanto asombro.

Ahora que los días alargan y el campo de mi pueblo ya ha despertado, es tiempo de volver a la poesía y al paisaje de mi infancia. Por fin hay caminos arreglados para que los pateen esas escasas criaturas. Los almendros florecidos disfrazan el paisaje tradicional sin borrar del todo la desnudez parda y caliza de la jurisdicción que siempre rodeó mi aldea, tan frágil a menudo como la flor de sus almendros que un viento helado, despiadado, la puede derribar por el suelo. Verdean ya tímidamente los sembrados, que reviven de las heladas con los últimos soles de marzo. ¡Qué alegre mi campo! ¡Qué alegre mi cielo! ¡Qué alegre mi paso! ¡Todo renacido en la flor de almendro! ¡Todo vuelo lírico, corazón al viento!

Hace tiempo que hay pocos arrieros por sus veredas. Alguna, pocas, caballerías quedan. Pocos rebaños rumian por los atajos, ni hay apenas avecillas. ¡Cómo volaba la paloma del éxtasis de rama en rama! No queda un alma en toda la extensión de mi vistazo. Ya no puedo contemplar en las umbrías esas pequeñas manchas de nieve sucia que, siendo niño, recreaba mi mirada. Ahora sólo descubro que en los ribazos todavía faltan días para que florezcan las ulagas, los bizcobos y los calambrujos. Y ahí siguen los cantarrales, los mismos de siempre, para refugio de las alimañas del campo: víboras, ardachos, alacranes y algún despistado caracol.


Ahí siguen y por sus calles, se ven cagarrutas de alguna churra o merina suelta, indicando que todavía existen animales enseñoreándose de la villa. Descubro espesuras y zarzales obstruyendo y apoderándose de los caminos del monte, desfigurándolos hasta convertirlos en intransitables. Y, por mucho que me empeño, no soy capaz de dar con las sendas de mis andanzas, entre bardas, eriales, tierras yermas y sabinas, romeros, tomillares y aulagas que tantas veces recorrí de niño. Son, por más esfuerzo que hago, irreconocibles.

Hoy, aquí quedo sentado junto al barranco, en esa piedra donde tantas tardes me acomodé, entretenido con algún tordo descarriado, gorrión anidando, así como de algunas lavanderas de figura grácil, colirrojos desorientados y de las primeras golondrinas y aviones que alegraron mis mañanas y atardeceres con sus cantos y reflejos azulados junto a esa charca cristalina por las últimas lluvias caídas que, junto al ulular de ese autillo de color castaño, como si fuese una corta noche de verano, me invita a leer y entender a Gabriela Mistral junto a Doña primavera gravaleña. Vale.

Doña Primavera


Doña Primavera
viste que es primor,
viste en limonero
y en naranjo en flor.

Lleva por sandalias
unas anchas hojas,
y por caravanas
unas fucsias rojas.

Salid a encontrarla
por esos caminos.

¡Va loca de soles
y loca de trinos!

Doña Primavera
de aliento fecundo,
se ríe de todas
las penas del mundo…

No cree al que le hable
de las vidas ruines.

¿Cómo va a toparlas
entre los jazmines?

¿Cómo va a encontrarlas
junto de las fuentes
de espejos dorados
y cantos ardientes?

De la tierra enferma
en las pardas grietas,
enciende rosales
de rojas piruetas.

Pone sus encajes,
prende sus verduras,
en la piedra triste
de las sepulturas…

Doña Primavera
de manos gloriosas,
haz que por la vida
derramemos rosas:

Rosas de alegría,
rosas de perdón,
rosas de cariño,
y de exultación.

(Gabriela Mistral)

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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