domingo, 3 de noviembre de 2019 in

Cardelina o Jilguero






La cardelina,
¿qué buscará en el cardo?
Cobrar su nombre.

Cardelina o Jilguero

Eras un niño. En un jardín jugabas
junto a mí con la tierra, y transcurrían
muy despacio las horas.

Se posó
un jilguero en un árbol y un instante
me distraje mirándolo: cantaba
en la rama más alta y se llenó
de intimidad la tarde.

Mas, de pronto,
alzó el pájaro el vuelo y fue perdiéndose
por el cielo de junio.

Te miré
de nuevo a ti. Pero una luz distinta
te habitaba los ojos. ¿Dónde estaba
el niño aquel que unos momentos antes
jugaba allí, dichoso, con la tierra,
junto a su padre? Me mirabas ahora
de forma diferente. Se había ido
tu infancia no sé adónde: alzó de súbito,
como el jilguero, el vuelo. Comenzabas,
sin saberlo, a ser otro.

Un gran silencio
 cayó sobre el jardín. Atardecía.
(Eloy Sánchez Rosillo: el jilguero)


Hoy quiero hablarles, una vez más, de mis observaciones de niño en los campos gravaleños y de mi tierra riojana, anotando aquí, como dice el poeta: “que de todos los pájaros que yo he visto y oído / el más mío de todos es sin duda el jilguero”. Me refiero a esa cardelina; carduelis carduelis por la que tengo la máxima simpatía y admiración desde que mi abuelo Arcadio, gran observador y respetuoso de la Naturaleza, apodó como “el cardelina” a mi hermano cuando éste era un crío. Vaya mi admiración y homenaje para los dos.

Carduelis carduelis es ese pájaro fringílido al que Sancho, en el Quijote (segunda parte), llama silguero, palabra probablemente derivada de sirgo, que es un paño de seda de muchos colores, por los tonos rojos, blancos, amarillos, negros que tiene esta ave, ave inconfundible por su brillante y penetrante canto, como si quisiera que le oyeran cantar mejor que nadie desde la lejanía, desde el paraíso. 

Desde niño traté de observar sus nidos, descubriendo que son una obra de artesanía, por sus ramitas y brozas entrelazadas, formando un “cocón” cuya boca de pocos centímetros de diámetro parece trazada con la exactitud de un compás. Vi muchas veces a la cardelina anidar eligiendo el final de las ramas y en lo alto de sus copas, donde construía sus nidos, atándolos con sedales de telas de araña, vistiéndolos por dentro con plumón, musgo y crines y optando, preferentemente, por algunos árboles en concreto; jamás he visto un nido de jilgueros en higueras, algarrobos, moreras, huecos de troncos y sí en almendreras, pinares, manzaneras. En infinidad de ocasiones la he seguido en sus vuelos por los terrenos baldíos, junto a las eras de mi pueblo, hurgando entre los secarrales de cardos borriqueros y marcarse, acrobaticamente, extrayéndoles sus semillas. Muchas veces observé cómo volaba, aunque más que volar, danzaba y cantaba a la vez su propia música, dejándola caer como una lluvia sin agua sobre los campos agostados, que se alegraban cuando esas cardelinas pasaban con sus colores de sirgo.

Hace no mucho me contaron la anécdota que sigue para demostrar la inteligencia de los jilgueros y que relato a continuación: “En una casa de campo habían conseguido amaestrar a un jilguero. El pajarillo había aprendido a conseguir la comida levantando la tapadera de una cajita del tamaño de una caja de cerillas de cocina, utilizando sus patas y pico para abrirla y cerrarla y así extraer el alpiste de su interior. Asimismo, tiraba de un hilito del que colgaba un dedal lleno de agua elevándolo 10 centímetros para poder saciar su sed. ¡Inaudito! Y para colmo, tenía la alegría de cantar en sus ratos libres. Vale.
“Canta cardelina, canta,
canta tú bella canción,
que no quiero que se entere
de que no puedo cantarle yo”.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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