domingo, 8 de mayo de 2016 in

Los molinos: de la subsistencia, a la contemplación





Los molinos: de la subsistencia, a la contemplación 

“En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y nada más verlos don Quijote, dijo a su escudero:
            –La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertaríamos a desear: mira allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con los que pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas. Con sus despojos comenzaremos a hacernos ricos, que esta es una guerra justa, y es un gran servicio a Dios quitar tan mala simiente de la faz de la tierra.
            –¿Qué gigantes?
            –Aquellos que ves allí, con los brazos largos, que algunos los suelen tener de casi dos leguas.
            –Mire vuestra merced que aquellos que se ven allí no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas por el viento, hacen andar la piedra del molino.
            –Bien se ve que no estás cursado en esto de las aventuras. Ellos son gigantes. Y si tienes miedo, quítate de ahí y empieza a rezar, mientras yo entro con ellos en fiera y desigual batalla.
            Y diciendo esto, metió las espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que le daba su escudero Sancho advirtiéndole que aquellos que iba a acometer eran molinos de viento sin duda alguna, y no gigantes. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni era capaz de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo a voces:
            –¡Non fuyáis, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete!
            Se levantó en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, visto lo cual por don Quijote, dijo:
            –Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
            Y diciendo esto, encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea y pidiéndole que le socorriese en tal trance, bien cubierto de su rodela y con la lanza en el ristre, arremetió a galope tendido con Rocinante y embistió al primer molino que estaba delante; y al darle una lanzada en el aspa, la revolvió el viento con tanta furia, que hizo pedazos la lanza, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerlo, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
            –¡Válgame Dios! –dijo Sancho–. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento? Eso sólo lo puede ignorar quien lleva otros parecidos en la cabeza.
            –Calla, Sancho amigo, que las cosas de la guerra están sujetas más que otras a continua mudanza. Y además yo pienso, y esa es la verdad, que aquel mago Frestón que me robó el aposento y los libros ha convertido estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su derrota: tal es la enemistad que me tiene. Pero al final poco han de poder sus malas artes contra la bondad de mi espada.
            –¡Dios lo haga!, que puede –respondió Sancho Panza.
            Y ayudándolo a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que estaba medio descoyuntado”. (Capítulo 8, 1ª parte).


Después de nuestro camino por los campos de La Mancha y después que las atentas muchachas-guías del molino "Poyatos", hoy sede de la oficina de turismo, nos invitasen a presenciar el afán de la molienda, que allí iba a comenzar, y que desde un 22 de junio de aquel año de 2008 y tras una minuciosa restauración que incluyó la maquinaria original del siglo XVI, era la primera vez en muchas décadas que los tres molinos, históricos molinos, se pusieron en funcionamiento: Infante, Burleta y Sardinero, también los molinos están bautizados e inscritos, hicieron girar simultáneamente sus aspas para la molienda, mientras el "Inca Garcilaso", que guarda el museo de Labranza; el "Cariari", con el museo de Enrique Alarcón; el "Pilón", donde se encuentra el museo del Vino; el "Lagarto", museo de la Poesía; el "Culebro", dedicado a Sara Montiel, el "Quimera" y el “Burleta” presenciaban atónitos cómo los tres compañeros desplegaban sobre la meseta la potencia de su imagen que hizo que los viajeros los confundiesen también con esa imagen literaria viendo el girar de las aspas de los tres compañeros al mismo tiempo que escuchaban los ronquidos que la rueda Catalina o de Aire soltaba desde dentro Esta rotación se transmite a través de varias piezas a una piedra, la piedra volandera, que rota sobre la piedra solera triturando el grado entre las dos.

Dibujo de Agustín Gómez del Pulgar

Enseguida los viajeros nos dimos cuenta que estos molinos del Cerro de la Paz criptanense aparecían como molinos del tipo “torre”, de planta circular y con mampostería oculta por el blanqueado con cal. A medida que el coche ascendía hacia la serreta se nos mostraron como recios cilindros blancos, observando su porte elegante. Su planta es circular, agujereada de ventanucos, guías orientadoras de la dirección del viento, que indicaba hacia dónde girar la cubierta cónica para que sus aspas aprovecharan el viento a conveniencia. Tienen tres plantas la superior con las piedras de moler y las inferiores de almacén y embalaje. En cambio, se aprovechaba la fuerza del viento, colocándolos en las alturas de los cerros y en terreno abierto. Por ello los molinos de viento se divisan siempre en la distancia, imponentes, y parece que sus aspas hacen aspavientos al viajero o al caballero.

Los viajeros quedaron impresionados al contemplar las aspas desplegadas proyectando una red de sombra sobre nosotros en aquella mañana en la amplia solana manchega. Y como lucían al sol saliente los mayores y antiguos, esos soberanos del tiempo y los relatos- Sardinero, Burleta e Infante- presuntuosos y luciendo sus galas, permaneciendo en pie, desde el siglo XVI, conservando su mecanismo original que aquella mañana abrileña quisieron que despertarse para no olvidar su tarea de batir aires, mientras los modernos, inmensos jóvenes de 1900,  acogen diversos usos que dotan su interior de contenido: el Inca Garcilaso, Museo de Labranza; el Cariarí, Museo de D. Enrique Alarcón; el Vicente Huidobro museo del mismo; el Pilón, Museo del Vino; el Lagarto, Museo de la Poesía; el Culebro, Museo de Sara Montiel; y el Poyatos, Oficina de Turismo. Ahí estaban y así los vimos eran esos molinos, y no gigantes, contra los que arremetió Don Quijote en ese “antiguo campo estepario romano”, la Manxa, paisaje agrícola muy humanizado, enmarcado por el azul del cielo y el horizonte y que fueron restaurados en su versión primitiva. 

Y aquí, por esta semana, lo dejamos con el interrogante de por qué Cervantes, que al principio de la novela no dejó dicho cómo se llamaba el pueblo del hidalgo, tampoco quiso acordarse del nombre del lugar donde se encontraban los molinos, esos "treinta y cuatro molinos harineros andantes" danzando al compás del aire dominante bien fuese Cierzo, Ábrego mediodía, Ábrego hondo, Toledano, Solano fijo, Matacabras, Solano mediodía, Moriscote o Solano hondo. Vale.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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