domingo, 1 de mayo de 2016 in

Canto de un ruiseñor bastardo entre tarayes y castañuelas





Canto de un ruiseñor bastardo entre tarayes y castañuelas

“A la una, canta el gallo; a las dos, el ruiseñor; a las tres, la totovía; a las cuatro, sale el sol y a las cinco ya es de día”. (Refran popular)

Ahora que la primavera está avanzada, ahora que durante estos días hemos oído el canto de ánades de superficie: parrones, patos coloraos, malvasías cabeciblancas, tarros y rallidos: calamones, fochas y gallinetas. Ánades buceadores. Ánade azulón, cucharas comunes y carcetas: comunes, carretonas y pardiñas. Ahora que llevamos unos días sin escuchar el golpe del periódico al caer en nuestro jardín, ahora que hemos dejado de escuchar durante la noche pasar el camión de la basura y hemos dejado de ahuyentar al alba, en el violín de la lluvia, a los mirlos, tan grandes como cuervos, picoteando las macetas de mis bonsáis echando la tierra fuera. Ahora que hemos regresado a la aldea y ahí sigue, casi apagándose, la luz de abril. Ahora que mayo comienza a mostrársenos como una casa con las paredes de luz, debemos comunicarles que, en estos días previos a mayo y cuando la luz que nos ha asombrado mostrándose como ese sol que ahora mismo está entrando por mi ventana, hemos disfrutado de la rica avifauna que alberga esas bien cuidadas Tablas de Daimiel que hemos descubierto como símbolo, como otras muchas, del perfecto trato, buen trato, que el hombre está ejerciendo sobre el entorno natural donde casi está ya abandonado de la roturación, dejando de invadir sus cauces con cultivos distintos a esos naturales como el limonio, los tarayes, juncos, castañuelas, carrizos, eneas, ovas y masiegas, que son cobijo para la nidificación de muchas especies de aves como las garzas imperiales, bigotudos, buscarlas unicolores que invaden, habitan y se resguardan entre esos bosques de ribera, tarayales y zonas con amplios masegares, carrizales y praderas de algas. 

Durante estos días no hemos hecho otra cosa que asomarnos a través de los balcones de madera y contemplar a través de nuestros ojos, a través de nuestras cámaras fotográficas o a través de esos prismáticos que nos acercaban a la observación, toda esa variada avifauna. Y allí estaban ellas, allí las vimos, allí las contemplamos y gozamos: silenciosas, tranquilas, acurrucadas en sus nidos en plena cría y sin que nadie las molestara. Y allí, más allá de la laguna y dentro de ese bosque de tarayes y sobre los brazos nervudos y medio secos de uno de ellos, como queriendo guiarnos, se nos mostraba una collalba negra, observándonos desde lo alto de esa mimbrera y saltando de un álamo negro hasta ese más lúcido hermano de álamo blanco que allí en las cercanías de unos molinos hidráulicos se asociaban a unos verdes zarzales y otras plantas formando esos sotos cerrados de gran belleza, mientras una chova piquirroja nos sobrevolaba ambientando el canto de un roquero solitario. 

Y unos pasos más adelante apareció el cuco marcándonos con su rítmico canto el paso, mientras un abejaruco con su colorido y llamativo plumaje se cruzaba en nuestro camino; también esa abubilla, tratando de juguetear con nosotros, acercándose y huyendo con su majestuosa cresta siempre erguida, con la que competían las crestas de las cogujadas. Y, entre tanto los carrizales, inmensos carrizales, conquistando el terreno, mientras de entre los matorrales de alguna jara suelta y como pintada surgían currucas cabecinegras. Y ¡oh sorpresa! Fue entonces cuando los andariegos se dieron cuenta de que, a lo lejos, apareció un águila real explorando sus dominios. No nos extrañó, porque los conejos abundan, según delataron sus huellas, y también alguna orejuda liebre, presentándose como un apetitoso almuerzo para esa ave de presa, denominada águila mora. Y mientras los patos trataban de alimentarse de esas algas acuáticas, llamadas localmente "ovas", de alto valor ecológico, que sirven de alimento al mismo tiempo que son buenas indicadoras de la calidad de las aguas del humedal.


Y felices por lo visto decidimos dejar las Tablas, nunca abandonarlas, rumbo a la zona norte al pie de las sierras de Villarrubia de los Ojos y a orillas del Río Gigüela donde aún se conserva una representación del bosque mediterráneo que ocupó estos parajes hasta principios del siglo pasado, con monte bajo y grandes encinas centenarias. Una amplia extensión de dehesa con encinas y pastizales de gramíneas y leguminosas silvestres aparecieron delante de nuestros ojos como pastos anuales, aprovechados para el pastoreo de la oveja manchega. Y fue aquí donde la tierra se nos mostró como una esmeralda y el cielo, ese día azul, limpio y lavado abrigado por nubes de algodón. Y el paisaje todo verde porque esas nubes llevan siendo oscuras y derramando vida desde hace muchas semanas. Y al final el sol, asomando entre las formaciones nubosas, desea vestir de luz las tierras, parece acariciarlas y estas sonríen alegres.

Y el paisaje hasta Puerto Lápice es un cántico. Olivares, dehesas, pastizales, siembras, jarales, aulagares, encinares y flores, amarillas muchas, y espinos albares, también esas infinitas, en cantidad, amapolas. Ovejas, caballos entre el pasto y cigüeñas, estorninos, aguiluchos y dos azulones remontando desde un encharcado y solitario humedal. Arroyos, aguazales, efímeras lagunas. Y los labrantíos, ¡ay los labrantíos!, mostrando sus surcos rezumando. Y quedamos asombrados contemplando esos trigos y cebadas, ya encañando, el verdor de las hojas de los olivos y el lustre que ya iniciaban a mostrar esas vides, como queriendo sonreír para los adentros. Cruzamos presuntas rayas con Ciudad Real, Cuenca, Albacete, siendo la misma sinfonía la que nos ha acompañado en todo el viaje por estas tierras que son resurrección y primavera y que nos invitan a quedarnos absortos en el paisaje, mudos y contemplando el cantar de la naturaleza. 

Hoy al comenzar mayo nos quedamos con el cántico de la primavera y con un pequeño y perverso pensamiento que aflora como una de esas flores amarillas en los pastos verdes, las tierras almagres, las buenas y amables gentes y esas plantas que enraízan en el lecho del río formando praderas sumergidas que cubren los fondos de las tablas, siendo fácilmente observables desde las "pasarelas".  Esto, lo de hoy, sólo ha sido, como diría Ramón Fernández Palmera en su libro “Buscando a Azorín por La Mancha”, “como un disparo de memoria, un tiro veloz de recuerdos que la llevo como en un macuto a la espalda y en mi alegría lloro por recordar los lugares de La Mancha”. Vale.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

Leave a Reply

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores