martes, 31 de mayo de 2016 in

El encuentro con los molinos




El encuentro con los molinos

En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante”. “Este mi amo, por mil señales, he visto que es un loco de atar, y aún también yo no le quedo en zaga, pues soy más mentecato que él, pues le sigo y le sirvo, si es verdadero el refrán que dice: Dice con quién andas, decirte he quién eres...”

Era tanto el deseo que embriagaba a los viajeros de encontrarse con los molinos que no tenían otro afán que llegar a los pies de ellos cuando la luz del amanecer les diese justamente por el este. Y con esa ilusión, y un poco antes de esa hora, partimos desde Tomelloso, lugar de nuestra estancia, hacia Campo de Criptana. Llegamos a esa población típicamente manchega, lucida de cal, bordeada por callejas y cuestecillas limpias, cuando una luz tenue apuntaba. Veintinueve minutos habían transcurrido desde la partida hasta que nos dimos cuenta y tomamos conciencia de que no hace falta irse muy lejos para quedar fascinados por tantos y tantos curiosos parajes que han ilustrado tantas y tantas páginas de la literatura española. Y allí quedamos asombrados en esa pequeña sierra coronada por molinos de viento y rodeadas de extensas llanuras, que nos hicieron retroceder en el tiempo hasta sentirnos atraídos por esos paisajes tan quijotescos.

El recorrido hasta llegar allí fue todo un trayecto de colores: marrón, blanco y azul. Casas albas que reservaban un espacio al añil, con el fin, según nos dijeron, de ahuyentar a los malos espíritus. Y a los pies de los molinos y del cerro esa zona llamada “de respeto” que conserva las precisas hechuras de una arquitectura popular de casas bajas, calles estrechas y cuestas empinadas.

 Y fue allí donde los viajeros, al mismo tiempo que se topaban con los molinos, conocieron a los "Sanchos" de Criptana, esos rústicos manchegos reivindicadores para ellos del espíritu agreste de estas manchegas tierras. Y fue allí donde Don Quijote, no podía ser de otra manera, donde se mostró a los viajeros como esa criatura de llanura, de altos cielos enrasados, de jarales, malezas, rastrojeras y dilatados horizontes donde se templan las recias almas.

 Recuerdan los viajeros que, llegados a este Campo, les pudo suceder lo mismo que le sucedió a don Quijote y Sancho en lo que fue su última salida donde dejaron su pueblo una noche y caminaron tanto que al amanecer se sintieron seguros de que nadie los encontraría si los buscasen. Y es que allí la aventura guiaba sus cosas mejor de lo que ellos habían deseado, esencialmente cuando se toparon de frente y de costado con la planta de uno de esos desaforados gigantes llamado Molino Pilón con quien los viandantes pensaban echar la mañana y recordar aquellas sabias palabras de recomendación al sentarse a la mesa del restaurante Las Musas colocado debajo y al este de ese voluminoso y temeroso molino bautizado con el nombre de “El Poyatos”: “No comas ajos ni cebollas, porque no saquen el olor tu villanería. Anda despacio; habla con reposo; pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo; que toda afectación es mala. Come poco y cena más poco; que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto, ni cumple palabra. Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de erutar delante de nadie”.

Y allí, dándole vueltas a este párrafo y teniendo delante a estos siete testigos, comprendimos el por qué este campo de molinos es famoso y el busilis del sabio cuando dijo que aquí fue donde Cervantes se inspiró para unos de los capítulos más famosos y conocidos de su obra en la que el Hidalgo llegó a enfrentarse contra esos confundidos Gigantes. Y después de esta contemplación y admiración los viajeros decidieron que han de seguir leyendo la novela entera de Cervantes todos los abriles de una vida, con la ilusión de recorrer su geografía física o mentalmente. Y con este pensamiento llegó el fin de la mañana con el convencimiento de que lo que reflejan sus páginas, paisaje y personas era lo mejor que nos habíamos echado a los ojos.

Y los viajeros se marcharon y allí dejaron a los molinos rulando en esa su molienda imaginaria para la próxima semana cerrar el recorrido de este IV Centenario en el Toboso donde allí, entre casas y palacios, reconstruidos muros y corrales, se  detendrán para intentar toparnos, además de con la iglesia de san Antonio Abad, con esa carta de amor de ese chiflado que peleó con gigantes y que no sólo derivó en locura de tanto leer, sino en locura de amor por su querida Dulcinea del Toboso y que así decía. Vale:

 “Soberana y alta señora:

 El herido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu hermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que además de ser fuerte es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo. Si gustares de socorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.

 Tuyo hasta la muerte.

 El caballero de la triste figura”

 
 Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright © 

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