martes, 1 de octubre de 2013 in

“De Octubre a primeros, entran los ciervos en el picadero”





“De Octubre a primeros, entran los ciervos en el picadero”

Amanecer de otoño
Una larga carretera
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales.

Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río.
Tras los montes de violeta
quebrado el primer albor:
a la espalda la escopeta,
entre sus galgos agudos, caminando un cazador.
(Antonio Machado)

Escribo en noche cerrada, oscura y sin luna. Y, sin sentirlo, a lo lejos, cerca de las corralizas, ladra un zorro, y muy lejos un gamo se enreda con la cornamenta en las ramas bajas de una encina. Madera contra madera. Y aquí fuera, en el verdín de mi jardín, los últimos grillos otoñales, perseverantes como el buen tiempo, componen un fondo armónico sobre el que destacan los ásperos eructos del celo. Y es que ladran los corzos, berrean los ciervos, roncan los gamos y grillan los grillos.

Terminó el verano y aunque los fríos todavía se ven muy lejanos, el campo empieza los preparativos para afrontar la mala estación. Esta mañana me he asomado al campo y he sentido que el paisaje sonoro tiende a los extremos: ha cesado la actividad reproductora y también los bullicios concentrados en  torno a esas bandadas de aves en vuelo migratorio y se ha pasado a los silencios que, de día en día, se extienden por bosques, campos y hasta en la casa. 

“Ya se van los pastores a la Extremadura/ya se queda la sierra triste y oscura”, decía la canción de la trashumancia y la península ibérica, lugar de paso obligado para millones de aves que, más o menos apresuradas, más o menos en tropel, se dirigen hacia el sur en busca de mejores climas, la plagia y nos muestra la tristeza y la negrura. Y hasta he visto unas decenas de golondrinas hacer un alto para reagruparse y reponer fuerzas, posarse sobre los cables en una larga hilera y salir hacia cálidos lugares. 


Hace unos meses, con las primeras hojas de este calendario, comprobé como unos milanos negros, en su viaje a terrenos y peñascales próximos, sobrevolaban los encinares de Monte Laturce, como si quisieran defender el mítico monasterio de San Prudencio de Monte Laturce, y oí cómo eran expulsados, a grito limpio, por unas cornejas. Por estas fechas, otros águilas calzadas –o quizá las mismas- vuelan de nuevo sobre esos montes, de regreso a sus áreas de invernada. Sus voces, precedidas por el relincho de un pico picapinos, bajan de nuevo desde el cielo, audibles a gran distancia, como delimitando unos territorios de cría ya vacíos.

Pero no todo se va, queda el fondo sonoro del otoño  y éste ya está esbozado. En las laderas boscosas de la sierra cuyos cerros arropan la cuenca del río Iregua, y la de Camero Viejo, que escolta el discurrir del Leza, entre gritos y relinchos no se escucha otra cosa que el vacío, la inactividad. Un silencio sólo punteado por las llamadas de los últimos grillos y por el reclamo en forma de chasquidos de uno de los más tenaces pájaros forestales, el petirrojo, se hace oír. Es el vacío que, rellenado con unos bramidos lejanos, sirve de preámbulo al más significativo de los sonidos del monte.  

Quedan también esas casas blasonadas que resisten al alzarse con los doblones y reales de los tratantes de ganado. Y aunque no quedan zagales, sí pandas de críos que se lo pasan a lo grande entre  lo que antes fueron bosques silenciosos, y antes pastizales. 

Y, fundamentalmente, quedan las frías gotas que cada año desprende el calendario del mes de octubre anunciando una nueva y relumbrante etapa en el almanaque de la vida silvestre; y los aguaceros de otoño portando consigo los momentos maduros del bosque, periodo anual de más abundancia entre los intrincados recovecos del monte; y también queda la grandiosidad de los frutos silvestres madurando en este tiempo y convirtiendo los campos en una auténtica despensa a disposición de la fauna salvaje. Y, porque es tiempo, dará comienzo la montanera en las dehesas; reventarán los castañares de prietos erizos a punto de parir; se pintarán de rojo los bosques con los frutos de serbales, mostajos, majuelos y escaramujos, y los suelos se colorearan con ese multicolor pigmento de miles de setas.

Y las flores se ofrecerán al cielo y los frutos al suelo.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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