Paso de grullas
Paso de
grullas
No acababa de creérmelo aunque no era la primera vez que veía las grullas pasando a ras de carretera, cercanas
a la ciudad de las cigüeñas, Alfaro, mucho más bajas que los ánsares,
escribiendo una “V” en el cielo.
Iban los
viajeros a presenciar un emotivo partido de fútbol de su Cartagena cuando
aparecieron. Fue el pasado miércoles, a las 10:30 Am, en la carretera hacia Tudela,
cerca del rio Ebro, casi frente, mirando al norte, a los montes del cierzo y
junto al cercano cerro de Santa Bárbara, a los pies del Paseo
del Castillo, sobre las ruinas medievales de la fortaleza de Sancho VII se nos mostraron la estatua
del Sagrado Corazón de Jesús y al frente, mirándose y observándose, el monumento
al Corazón de María desde donde vigilan la Ciudad de Tudela, la sobresaliente
torre de su Catedral y el barrio de la
judería. en las traseras del cerro un excelente mirador al río Ebro, las
huertas de la Mejana y a lo lejos las Bardenas Reales.
Y de repente, junto a las raseantes grullas, se nos
mostró Tudela y casi como
consuetudinarios comenzaron a lucirse algunos personajes: el señor de cara
arrugada con surcos de tierra abierta y manos torcidas publicitando a voz en
grito para vender las mejores verduras de su huerta; la señora encorvada pidiendo limosna a
cubierto en los soportales; el acordeonista de la Plaza de Los Fueros y el
señor de la boina que, más que dar tabaco y otras menudencias, las pedía y
hasta intercambiaba. ¡Qué grande! El acordeonista, venido del frío, no hacía
otra cosa que lanzar acordes ruidosos frente al kiosco homenaje a los cuatro
insignes músicos navarros: Hilarión Eslava, Pablo Sarasate, ¡ay Sarasate!, Joaquín
Gayarre y Joaquín Romualdo Gaztambide.
Y de pronto
allí en la plaza, bajo los soportales, apareció esa bandada de grullas para
mezclarse con los gritos de dos mujeres pendencieras, enzarzadas, pidiendo
ayuda. Ante esta escena los viajeros se dieron cuenta que era mejor seguir a
las grullas un buen rato con vista imaginaria volando por las dehesas. Y es que
aquí, a ras de quiosco, en cuestión de segundos la bandada quedó engullida por los
edificios circundantes a la plaza, para después volar hacia el sur,
advirtiéndome el manco de la boina que ahora ya es posible trazar su ruta
exacta y seguirlas, pero que él no quiere saber adónde van; quiere irse con
ellas, hacia la otoñada y la vendema.
Y junto a
estos personajes allí estaba la Plaza, sí, en homenaje a sus Fueros. No hay
pueblo ni plaza en Navarra que no los homenajee. La Plaza de los Fueros en
clave diurna: restaurantes, tiendas, cafeterías y gente tranquila, bien vestida,
echando la mañana junto a su copa de rosado. Allí nos dimos cuenta lo que es
una plaza de pueblo. Plaza sin hamburguesa,
ni “diner” americano ni vestidos de la década de los treinta ni tiendas “vintage”
ni bocaterías gourmet. Probablemente, pensamos, sea una plaza en tres actos, la
diurna, la vespertina y la nocturna con vida canallesca tratando de beber los
restos de la tarde. No hay pintadas ni está desaliñada y siempre esconde
sorpresas por sus laterales arcos que hicieron arquear las cejas de los
viajeros. ¿Sus armas? Ser una plaza acogedora, amable,
encantadoramente burguesa y tremendamente abarcable y libre de coches.
Asombró a los primerizos visitantes el despliegue de
sabores y colores en las barras de sus bares. Pinchos, desde
la clásica gilda (guindilla, anchoa y aceituna) hasta virguerías de
nueva cocina, pensando que cualquier combinación es posible si se puede clavar
en un palillo o sostenerse sobre una rebanada de pan. Dulces y arte
en una ciudad peatonal y sostenible. Dicen que aquí, por
Resurrección, baja un ángel y que algún año fue angelina y hasta se quema
el Volatín. Todo es colorido y la plaza
se llena de gentes apretadas y expectantes. El quiosco de la música se
convierte en privilegiada atalaya, aunque cualquier lugar es bueno para
disfrutar del esperado momento, aquél en que un angelito retira el velo de luto
de la Virgen.
Todo lo preside la fachada de la Casa del Reloj y su teatral templete, del
que sale una gruesa maroma tensada de lado a lado de la plaza. Desfilan los
alabarderos y suena la Marcha Real y desde su altura comienza a aletear con
brío el angelito o angelita, moviendo brazos y piernas, en medio de un
estruendoso aplauso y el vuelo de palomas. Es el ángel que resurge de las
cenizas de ese quemado Volatín que se recuperó a comienzos de los sesenta del
pasado siglo.
Y los viajeros tuvieron que abandonar la plaza, se incorporaron cuatro
amigos cartageneros. El FC Cartagena se juega alcanzar la gloria. Alguien a voz
en grito nos lanzó aquello de: “después del ocio, la gastronomía y el partido,
sería conveniente peregrinasen a ese lugar que, por su carácter nada
convencional, les permitirá descubrir propuestas inusuales. Es la Catedral”. Lo
haremos, seguro.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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