miércoles, 23 de octubre de 2013 in

Paso de grullas



Paso de grullas

No acababa de creérmelo aunque no era la primera vez que veía las grullas pasando a ras de carretera, cercanas a la ciudad de las cigüeñas, Alfaro, mucho más bajas que los ánsares, escribiendo una “V” en el cielo. 

Iban los viajeros a presenciar un emotivo partido de fútbol de su Cartagena cuando aparecieron. Fue el pasado miércoles, a las 10:30 Am, en la carretera hacia Tudela, cerca del rio Ebro, casi frente, mirando al norte, a los montes del cierzo y junto al cercano cerro de Santa Bárbara, a los pies del Paseo del Castillo, sobre las ruinas medievales de la fortaleza  de Sancho VII se nos mostraron la estatua del Sagrado Corazón de Jesús y al frente, mirándose y observándose, el monumento al Corazón de María desde donde vigilan la Ciudad de Tudela, la sobresaliente torre de su  Catedral y el barrio de la judería.  en las traseras del cerro un excelente mirador al río Ebro, las huertas de la Mejana y a lo lejos las Bardenas Reales.

Y de repente, junto a las raseantes grullas, se nos mostró Tudela y casi como consuetudinarios comenzaron a lucirse algunos personajes: el señor de cara arrugada con surcos de tierra abierta y manos torcidas publicitando a voz en grito para vender las mejores verduras de su  huerta; la señora encorvada pidiendo limosna a cubierto en los soportales; el acordeonista de la Plaza de Los Fueros y el señor de la boina que, más que dar tabaco y otras menudencias, las pedía y hasta intercambiaba. ¡Qué grande! El acordeonista, venido del frío, no hacía otra cosa que lanzar acordes ruidosos frente al kiosco homenaje a los cuatro insignes músicos navarros: Hilarión Eslava, Pablo Sarasate, ¡ay Sarasate!, Joaquín Gayarre y Joaquín Romualdo Gaztambide.


Y de pronto allí en la plaza, bajo los soportales, apareció esa bandada de grullas para mezclarse con los gritos de dos mujeres pendencieras, enzarzadas, pidiendo ayuda. Ante esta escena los viajeros se dieron cuenta que era mejor seguir a las grullas un buen rato con vista imaginaria volando por las dehesas. Y es que aquí, a ras de quiosco, en cuestión de segundos la bandada quedó engullida por los edificios circundantes a la plaza, para después volar hacia el sur, advirtiéndome el manco de la boina que ahora ya es posible trazar su ruta exacta y seguirlas, pero que él no quiere saber adónde van; quiere irse con ellas, hacia la otoñada y la vendema.

Y junto a estos personajes allí estaba la Plaza, sí, en homenaje a sus Fueros. No hay pueblo ni plaza en Navarra que no los homenajee. La Plaza de los Fueros en clave diurna: restaurantes, tiendas, cafeterías y gente tranquila, bien vestida, echando la mañana junto a su copa de rosado. Allí nos dimos cuenta lo que es una plaza de pueblo. Plaza sin hamburguesa, ni “diner” americano ni vestidos de la década de los treinta ni tiendas “vintage” ni bocaterías gourmet. Probablemente, pensamos, sea una plaza en tres actos, la diurna, la vespertina y la nocturna con vida canallesca tratando de beber los restos de la tarde. No hay pintadas ni está desaliñada y siempre esconde sorpresas por sus laterales arcos que hicieron arquear las cejas de los viajeros. ¿Sus armas? Ser una plaza acogedora, amable, encantadoramente burguesa y tremendamente abarcable y libre de coches.


Asombró a los primerizos visitantes el despliegue de sabores y colores en las barras de sus bares. Pinchos, desde la clásica gilda (guindilla, anchoa y aceituna) hasta virguerías de nueva cocina, pensando que cualquier combinación es posible si se puede clavar en un palillo o sostenerse sobre una rebanada de pan. Dulces y arte en una ciudad peatonal y sostenible. Dicen que aquí, por Resurrección, baja un ángel y que algún año fue angelina y hasta se quema el  Volatín. Todo es colorido y la plaza se llena de gentes apretadas y expectantes. El quiosco de la música se convierte en privilegiada atalaya, aunque cualquier lugar es bueno para disfrutar del esperado momento, aquél en que un angelito retira el velo de luto de la Virgen.

Todo lo preside la fachada de la Casa del Reloj y su teatral templete, del que sale una gruesa maroma tensada de lado a lado de la plaza. Desfilan los alabarderos y suena la Marcha Real y desde su altura comienza a aletear con brío el angelito o angelita, moviendo brazos y piernas, en medio de un estruendoso aplauso y el vuelo de palomas. Es el ángel que resurge de las cenizas de ese quemado Volatín que se recuperó a comienzos de los sesenta del pasado siglo.  

Y los viajeros tuvieron que abandonar la plaza, se incorporaron cuatro amigos cartageneros. El FC Cartagena se juega alcanzar la gloria. Alguien a voz en grito nos lanzó aquello de: “después del ocio, la gastronomía y el partido, sería conveniente peregrinasen a ese lugar que, por su carácter nada convencional, les permitirá descubrir propuestas inusuales. Es la Catedral”. Lo haremos, seguro. 



Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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