viernes, 14 de febrero de 2014 in

La nieve





La nieve




Me gustaría escribir sobre la luz de la mañana en los parques nevados de mi sierra camerana. Me gustaría tomar el lápiz o empapar mi pluma en ese tarro de tinta e imponerle al papel algo transcendente, aunque fuese anecdótico, con ese sentido de color invernal en bosques y praderas en el noroeste de esa Sierra Cebollera.

Me gustaría tomar mi cuaderno de notas y apuntar, con gran solvencia, mi sensación sobre aquella luz de la mañana de esos parques nevados junto a la ermita serrana de Lomos de Orio, las laderas de nieve y los bloques de hielo en las Cascadas De Ra de ese incipiente río Iregua, allí en su Achichuelo. Y ser pintor con carboncillo de grafito y perseguir ese efecto fugitivo, recién mirado, de las sombras de los árboles sobre la nieve en una mañana luminosa teñida de tinte azul. 

Me gustaría atravesar esos valles al día siguiente de una gran nevada y oír el crujido de la nieve prieta bajo las pisadas de mis botas y detenerme en esos pequeños o grandes matices aprendidos al mirar las esculturas de “El Pájaro” desparramadas por el prado, y es que después de las grandes nevadas siempre amanecen los días de más claridad del invierno. 

Me gustaría no ser heracliteano para poder bañarme dos veces en el mismo río, leer dos veces el mismo libro y ver por muchas veces la misma nevada. Quisiera ser inventor de palabras invernales más allá de hielo o nieve para, con su cualidad terminante, sugestionarme con sentido invariable y monotonía visual. Para mí no hay superficie más cambiante o menos regular que la del hielo en un estanque, río o torrentera, ni un fenómeno más insospechado que la nieve formando regatos, regueros y cascadas de hielo formando una llanura móvil y accidentada de caleidoscopios como templos y mármoles despedazados. He visto al hielo allí, en esas aguas remansadas, formar masas blancas, grises y azules que se parecen a los sistemas nubosos de la Tierra vistos desde el espacio. 


Me gustaría escribir que la nieve pocas veces cae; sólo flota, gira, aparece, se desmaterializa, barrena el aire en diagonal y danza como las partículas de polvo o de polen en un contraluz mostrando esa consistencia como de copos de algodón instantáneos y de granos mínimos y punzantes de arena arrastrados por el Cierzo. Es entonces cuando lo nevoso se presenta como frente de borrasca y torbellino de tornado.

Me gustaría quedarme extasiado al verla como se mantiene intocada durante días, limpia en la plataforma de un tejado o de un parque, o se ensucia hasta un extremo de vileza en los montones al filo de las veredas, caminos, sendas y carreteras negras de mugre, de pisadas en el barro, de tizne minero, revelando al derretirse muy lentamente una arqueología de bazofias apresadas en ella.  Hasta una res putrefacta y congelada vi aflorar una vez, en mitad de un deshielo oculto en el peñasco.

Me gustaría, en medio de la ventisca, emboscado en chaquetón y capucha ventisquera pedalear contra el viento y circular, cuando la luz comience a despuntar, con mi mochila a la espalda y unas bolsas de plástico atadas y envolviendo mis botas andariegas. 

La mejor lección de este invierno, perezoso de marcharse, viene, para mí, de esas montañas que escupen tranquilidad, aire purificador, agua vivificadora y también esa paz machadiana donde: “El roble es la guerra, el roble/dice el valor y el coraje, /rabia inmoble/en su torcido ramaje; /y es más rudo/que la encina, más nervudo, /más altivo y más señor.”

Texto La Medusa Paca y fotos tomadas de chuslcd . Copyright ©

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