Mar, primavera luminosa y salina
Mar, primavera
luminosa y salina
Decían, era
verdad y así rezaba o lo publicitaban cuando España era diferente que: “el Mar
Menor de primavera es luminoso y salino, azul por los cuatro costados y vivo
como el color de la retama”. Es por eso por lo que ya deseo acercarme a verlo y
comprobar cómo sus pueblos son retazos de nostalgia colgados en la calígine pesada de
una siesta de agosto. Pueblos de silla de anea y tertulia nocturna. De veraneos
eternos a la sombra de un toldo liso, sin rayas y tintado al color de botella
de butano, también rayado de azules marinos y blancos de sal. De modorras
sesteadas y partidas de mus para los norteños y dominó para los sureños. De
brisa marina que refresca el aire espeso de la tarde cuando ya los claroscuros
del ocaso pintan la laguna de destellos bermellones y almagres. Por la mañana,
las calles son como un patio fresco recién regado, apto para el saludo y el reparo
mañanero, para ir a comprar pescado o churros al quiosco, allí en la explanada.
Cuando ya han sonado las diez en el carrillón de esa iglesia privilegio de la
pequeña ciudad llamada del Aire y cuando el sopor de la temperatura comienza aletargar
voluntades, mi calle costera brujulea hacia el saliente y se convierte en
cauce de una ríada de niños con cubos y palas y familias con sombrillas en
busca de esa inmensidad que es el Mar Menor. Por la noche cambian los actores,
pero no el escenario, y esas mismas calles pasan a ser terraza animada,
proscenio de una vida que se hace en la calle, a cielo abierto, en torno a una
conversación, a una cena, hasta que el aroma lozano de la madrugada anuncia que
la jornada ha terminado y que, aunque sea un poco, algo habrá que dormir.
Y es entonces cuando sentado a la sombra de la casa contemplo la que dicen
es la mayor laguna salada. Y me envuelvo en ese sueño de arena y salitre,
islotes y viento. Y me viene el anhelo de un deseo. Mar calma, aura pálida, que
me conduce al despunte de cinco peñascos, Perdiguera, Redondela, Ciervo, Mayor y
Sujeto, eruptivos hocicos de animales mitológicos que descansan su panzuda
figura bajo las cálidas aguas. Y me acuerdo de aquel refrán popular que me
recordó aquel anciano pescador pinatarense. “Algo tendrá el agua cuando la
bendicen”. Vale.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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