martes, 18 de febrero de 2014 in

Mar, primavera luminosa y salina





Mar, primavera luminosa y salina

Decían, era verdad y así rezaba o lo publicitaban cuando España era diferente que: “el Mar Menor de primavera es luminoso y salino, azul por los cuatro costados y vivo como el color de la retama”. Es por eso por lo que ya deseo acercarme a verlo y comprobar cómo sus pueblos son retazos de nostalgia colgados en la calígine pesada de una siesta de agosto. Pueblos de silla de anea y tertulia nocturna. De veraneos eternos a la sombra de un toldo liso, sin rayas y tintado al color de botella de butano, también rayado de azules marinos y blancos de sal. De modorras sesteadas y partidas de mus para los norteños y dominó para los sureños. De brisa marina que refresca el aire espeso de la tarde cuando ya los claroscuros del ocaso pintan la laguna de destellos bermellones y almagres. Por la mañana, las calles son como un patio fresco recién regado, apto para el saludo y el reparo mañanero, para ir a comprar pescado o churros al quiosco, allí en la explanada. Cuando ya han sonado las diez en el carrillón de esa iglesia privilegio de la pequeña ciudad llamada del Aire y cuando el sopor de la temperatura comienza aletargar voluntades, mi calle costera brujulea hacia el saliente y se convierte en cauce de una ríada de niños con cubos y palas y familias con sombrillas en busca de esa inmensidad que es el Mar Menor. Por la noche cambian los actores, pero no el escenario, y esas mismas calles pasan a ser terraza animada, proscenio de una vida que se hace en la calle, a cielo abierto, en torno a una conversación, a una cena, hasta que el aroma lozano de la madrugada anuncia que la jornada ha terminado y que, aunque sea un poco, algo habrá que dormir.

Y es entonces cuando sentado a la sombra de la casa contemplo la que dicen es la mayor laguna salada. Y me envuelvo en ese sueño de arena y salitre, islotes y viento. Y me viene el anhelo de un deseo. Mar calma, aura pálida, que me conduce al despunte de cinco peñascos, Perdiguera, Redondela, Ciervo, Mayor y Sujeto, eruptivos hocicos de animales mitológicos que descansan su panzuda figura bajo las cálidas aguas. Y me acuerdo de aquel refrán popular que me recordó aquel anciano pescador pinatarense. “Algo tendrá el agua cuando la bendicen”. Vale.  

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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