sábado, 1 de febrero de 2014 in

Febrero, ¡vaya un mes repajolero!


Febrero, ¡vaya un mes repajolero!


Tengo la sensación de que el invierno, por un lado, parece decaer y por otro pienso que ya dura demasiado. Ha templado el tiempo durante unos días y he empezado a buscar señales que anuncien la proximidad de la primavera. Deseo asomen los anticiclones de febrero, con días de cielos altos y soles tibios para que algo empiece a moverse. Siempre se lo oí a mis antepasados: “Febrero es tiempo de indicios”.

Pero incluso en plena noche, en la atmósfera quieta de la helada, cuando lo lógico sería buscar refugio, por los montes y bosques corren misteriosas llamadas. Hay quien madruga en plena noche, son las rapaces nocturnas, comienzan a estar en celo, es época de celo. Hay quien ulula, hay quien ayea, son los búhos chicos, y hay quien lanza una llamada, su llamada pulsante. 

Son voces preámbulo del despertar estacional y ya, en los espacios abiertos y en los campos de labor de las mesetas, la salida del sol las coge activas. Son fundamentalmente las calandrias y las alondras, ¡cómo las recuerdo carretera abajo dirección a Fon-podrida. Siempre a medida que la luz subía y el paisaje visual se ensamblaba poco a poco, con el sol desde el horizonte del Monte Yerga proyectando largas sombras que daban forma al terreno saturado y brillante.

Las recuerdo, siempre las recordaré, soy del terruño, por fresnedas, choperas, olmedas de carretera y olivares, son esas cigüeñas que ya llevan un tiempo atareadas y si no, malo. Pocos son los que, en los tiempos que corren, ya nadie vocea aquello de “por San Blas”, no hay cultura costumbrista y bien que lo siento. Ya, cada año, vuelven antes; muchas ni siquiera se van. No importa. Ahora mismo cuando escribo, son las primeras luces, las veo desperezar y emprender, escandalosamente, las ceremonias de saludo, dentro de los nidos en la torre de la iglesia.  Invito a mis nietecitos Marcos y Millán que soliciten, viven cerca de ella, a sus padres los conviden a  escuchar el crotorar de las zancudas  que cada día satura el cielo de su pueblo. Hijitos, sabed que cada cigüeña tiene en su pico una eficaz caja de resonancia como si fuese ese amplificador capaz de proyectar su saludo hasta centenares de metros calle debajo de donde habita el yayo.

Tengo  ganas de que el buen tiempo llegue, sé que  es preciso esperar a que el aire temple hacia San Valentín  para que la actividad empiece y se anime. Ahora todo es silencio de fondo. Sólo se ven posarse sobre el peral que tengo delante esos pajarillos de colores contrastados, amarillos, negros, oliváceos, y con voces siempre rítmicas, musicales y repetitivas. Son los tempraneros que siempre están. 

Y hoy, al terminar, siento que al caer la tarde las temperaturas vuelven al invierno. Se acaban las señales y cae un telón de silencio. Y como escribió Delibes, algún día les contaré una entrevista que tuve con él en su retiro del pueblo burgalés de Sedano en el que me invitó a merendar después de hablar: “aún no se ha quebrado el letargo invernal, y bajo las estrellas friolentas, reflejadas en el agua, apenas se escucha el tímido squic de la focha o el graznido ronco del porrón común. Aún no apunta la aurora y sobre la línea negra del horizonte se alzan, como cúpulas, los resplandores lejanos de los pueblos limítrofes”. Hay mucha cultura, mucho saber en el habla antigua. Ya amanece, ¡Dios! Vale.

 Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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