Febrero, ¡vaya un mes repajolero!
Febrero, ¡vaya un mes repajolero!
Tengo la sensación de que el invierno, por un lado, parece decaer y por
otro pienso que ya dura demasiado. Ha templado el tiempo
durante unos días y he empezado a buscar señales que anuncien la proximidad de
la primavera. Deseo asomen los anticiclones de febrero, con días de cielos
altos y soles tibios para que algo empiece a moverse. Siempre se lo oí a mis
antepasados: “Febrero es tiempo de indicios”.
Pero incluso en plena noche, en la atmósfera quieta
de la helada, cuando lo lógico sería buscar refugio, por los montes y bosques
corren misteriosas llamadas. Hay quien madruga en plena noche, son las rapaces
nocturnas, comienzan a estar en celo, es época de celo. Hay quien ulula, hay
quien ayea, son los búhos chicos, y hay quien lanza una llamada, su llamada
pulsante.
Son voces preámbulo del despertar estacional y ya,
en los espacios abiertos y en los campos de labor de las mesetas, la salida del
sol las coge activas. Son fundamentalmente las calandrias y las alondras, ¡cómo
las recuerdo carretera abajo dirección a Fon-podrida. Siempre a medida que la
luz subía y el paisaje visual se ensamblaba poco a poco, con el sol desde el
horizonte del Monte Yerga proyectando largas sombras que daban forma al terreno
saturado y brillante.
Las recuerdo, siempre las recordaré, soy del
terruño, por fresnedas, choperas, olmedas de carretera y olivares, son esas cigüeñas
que ya llevan un tiempo atareadas y si no, malo. Pocos son los que, en los
tiempos que corren, ya nadie vocea aquello de “por San Blas”, no hay cultura
costumbrista y bien que lo siento. Ya, cada año, vuelven antes; muchas ni
siquiera se van. No importa. Ahora mismo cuando escribo, son las primeras
luces, las veo desperezar y emprender, escandalosamente, las ceremonias de
saludo, dentro de los nidos en la torre de la iglesia. Invito a mis nietecitos Marcos y Millán que
soliciten, viven cerca de ella, a sus padres los conviden a escuchar el crotorar de las zancudas que cada día satura el cielo de su pueblo. Hijitos,
sabed que cada cigüeña tiene en su pico una eficaz caja de resonancia como si
fuese ese amplificador capaz de proyectar su saludo hasta centenares de metros
calle debajo de donde habita el yayo.
Tengo ganas
de que el buen tiempo llegue, sé que es
preciso esperar a que el aire temple hacia San Valentín para que la actividad empiece y se anime. Ahora
todo es silencio de fondo. Sólo se ven posarse sobre el peral que tengo delante
esos pajarillos de colores contrastados, amarillos, negros, oliváceos, y con
voces siempre rítmicas, musicales y repetitivas. Son los tempraneros que
siempre están.
Y hoy, al terminar, siento que al caer la tarde las
temperaturas vuelven al invierno. Se acaban las señales y cae un telón de
silencio. Y como escribió Delibes, algún día les contaré una entrevista que
tuve con él en su retiro del pueblo burgalés de Sedano en el que me invitó a
merendar después de hablar: “aún no se ha quebrado el letargo
invernal, y bajo las estrellas friolentas, reflejadas en el agua, apenas se
escucha el tímido squic de la focha o el graznido ronco del porrón común. Aún
no apunta la aurora y sobre la línea negra del horizonte se alzan, como
cúpulas, los resplandores lejanos de los pueblos limítrofes”.
Hay mucha
cultura, mucho saber en el habla antigua. Ya amanece, ¡Dios!
Vale.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
Leave a Reply