domingo, 1 de marzo de 2020 in

Un remanso en la llanura manchega





Un remanso en la llanura manchega

Uno que se ha empeñado en seguir leyendo la novela entera de Cervantes todos los inviernos de una vida, con la ilusión de recorrer su geografía en persona, siempre acompañado de su esposa, este febrero bisiesto de 2020 se ha adelantado para cumplir con esa promesa poniendo rumbo al Parador de Albacete, una quinta manchega de largos corredores y amplios jardines que nos recuerdan las posadas que Cervantes describía. Hace muy poco volví a releer El Quijote y reconozco que soy fan de las Tierras de la Mancha y de estos aposentos.

Estamos a las afueras de Albacete, donde todo es llanura. Buscamos un alto en el camino al más puro estilo Hidalgo que nos sirva de lugar de descanso y lo encontramos: Es el corazón de La Mancha, ni siquiera suavizada por esas lomas que en otros rincones de la comarca sirvieron para emplazar los airosos molinos. Albacete es llana, que ya los árabes hablaban de Al-Basit y así la llamaron ("la llanura"). Por aquí toda la toponimia hace mención a los llanos, incluso su patrona es la Virgen de los Llanos. Ganó importancia en el s. XV con su declaración de villa independiente, teniendo el privilegio de organizar una feria anual desde el s. XVIII.




Llegamos pasada la mañana, ya casi de mediodía, adentrándonos entre balconadas colgantes y puertas imponentes que en realidad parecían todas cerradas a cal y canto. Estamos en el parador, un verdadero parador en mitad de la llanura, construido en esos tiempos en los que Albacete era una parada técnica, casi obligada en los trayectos desde los pueblos y ciudades del norte de nuestra España a la costa levantina. Al llegar nos embarga la sensación de ser un lugar casi nostálgico, recordando aquellos tiempos en los que los Renault 5 y su carro caravana, los Seat 600 y los Simca 1000 necesitaban parar para enfriar el radiador y que niños y mayores comiéramos un poco a medio camino. Ahora estamos en un oasis en medio del llano. Hablo con el jardinero y me cuenta que lo construyeron a imagen y semejanza de las quintas manchegas, sirviendo como modelo los dibujos del genial Manuel Sáinz de Vicuña, que realizó en 1970. Me dice que todo el conjunto ocupa una parcela de 40.000 metros cuadrados, que fue donada por los hermanos Navarro Alfaro a condición de hacer un parador. En los alrededores, una de esas fantásticas fincas manchegas llamada La Morena.


Nos impresiona su decoración, al más puro estilo castellano, sobria y muy luminosa y a la vez con rincones llenos de encanto que hacen que nos perdamos en sus pasillos que nos llevan a un patio general coronado con una preciosa fuente; rincones con espejos y con antigüedades de la zona; una habitación que da al jardín donde se juega al golf, donde el trinar de los pájaros es música de cabecera y a la vez te envuelve. Puede que se haya quedado un tanto desfasada, pero muchas cosas están por encima de los estilos. Esos cuarterones en las cubiertas, una buena colección de sillones que creen más en la comodidad que en el diseño y sobre todo buen servicio, que de eso se trata. Pasados los días hemos apreciado mejor el calor de esta arquitectura, con muebles contundentes de la tierra, grandes zonas acristaladas sobre la galería principal y sabiendo que vamos a poder descansar. Y por todos lados platos, platones y mosaicos que alababan a Dios y a la Paz. Y los olores de su amplio comedor para disfrutar de su refrigerio con un sinfín de manjares tan exquisitos que dejan en nuestro paladar un sabor maravilloso; atrás quedaron los guisos de Sancho Panza: los duelos y quebrantos, las sopas de ajo de “Quintería”, las gachas, el pisto, el lomo de orza y el gazpacho, el bacalao tiznado y las alubias, bien con perdiz, bien con liebre o conejo de campo, son los de siempre, pero presentados de otra manera. Unas exquisitas migas ruleras con huevo frito, uvas, chorizo y panceta de un nivel muy alto y realizadas con mucha pasión y alma. Y esos “Miguelitos de La Roda” con mermelada de higos junto a un helado de queso cremoso son su crujiente de almendra. Cómo cambian los tiempos.  

Y a los viajeros y lectores demediados sólo nos queda el alivio de una posible primera conclusión una vez aposentados: la de seguir leyendo, al calor de la fogata, siempre de encina, la novela entera de Cervantes todos los inviernos de una vida, con la ilusión de recorrer su geografía en persona todos los febreros posibles, aunque no sean bisiestos, siguiendo las directrices de ese “caballero que por el mucho leer y el poco dormir intentó sofocar calores y olvidarse de amores contrariados, embarcándose en una navegación por los campos llanos e interminables de La Mancha. Llevaba de guía unos papeles comprados en la Alcaná de Toledo, traducidos al instante como guías para el acompañamiento de la simpar novela que narra las andanzas de Don Quijote de la Mancha”. Se trataba del libro de 1905 titulado La ruta de Don Quijote vivido y escrito por Azorín.


Y ahí nos quedamos reviviendo los sonetos del señor de Torre de Juan Abad, como si el Parador fuese el mismo convento donde pasó sus últimos días y ese sitio ideal para relajarnos con un buen vino de su bodega delante de la chimenea, leyendo ese su soneto en el anochecer de su vida.

Ya formidable y espantoso suena
dentro del corazón el postrer día;
y la última hora, negra y fría,
se acerca, de temor y sombras llena.
Si agradable descanso, paz serena
la muerte en traje de dolor envía,
señas da su desdén de cortesía:
más tiene de caricia que de pena.
¿Qué pretende el temor desacordado
de la que a rescatar piadosa viene
espíritu en miserias anudado?
Llegue rogada, pues mi bien previene;
hálleme agradecido, no asustado;
mi vida acabe, y mi vivir ordene.

 Solo así se confirma una de las mejores formas de leer el decurso entero, variado y múltiple de una vida, tanto como se vivirá convencido de que páginas, paisaje y personas tenemos siempre algo intacto sobre esa mancha geográfica y emocional que llamamos el alma.

Retirado en la paz
de estos desiertos
con pocos, pero doctos libros juntos
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.”

Y aquí quedamos siguiendo la sombra de Quevedo y decididos a ser atrapados por el posible embeleso de la Quinta e intentando dormir al calor de esa puesta de sol. Mañana será la del alba cuando salgamos de la Quinta para volver al Mar Menor. Ya sabéis que nos gusta que el tiempo se pare y aquí, en este mágico lugar, deje de correr…Nos abandonamos en los brazos de Morfeo en un sueño reparador. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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