Un remanso en la llanura manchega
Un remanso
en la llanura manchega
Uno que se ha empeñado en seguir leyendo la novela entera de Cervantes
todos los inviernos de una vida, con la ilusión de recorrer su geografía en
persona, siempre acompañado de su esposa, este febrero bisiesto de 2020 se ha
adelantado para cumplir con esa promesa poniendo rumbo al Parador de Albacete,
una quinta manchega de largos corredores y amplios jardines que nos recuerdan
las posadas que Cervantes describía. Hace muy poco volví a releer El Quijote y
reconozco que soy fan de las Tierras de la Mancha y de estos aposentos.
Estamos a las afueras de Albacete, donde todo es llanura. Buscamos un
alto en el camino al más puro estilo Hidalgo que nos sirva de lugar de descanso
y lo encontramos: Es el corazón de La Mancha, ni siquiera suavizada por esas
lomas que en otros rincones de la comarca sirvieron para emplazar los airosos
molinos. Albacete es llana, que ya los árabes hablaban de Al-Basit y así la
llamaron ("la llanura"). Por aquí toda la toponimia hace mención a
los llanos, incluso su patrona es la Virgen de los Llanos. Ganó importancia en
el s. XV con su declaración de villa independiente, teniendo el privilegio de
organizar una feria anual desde el s. XVIII.
Llegamos pasada la mañana, ya casi de mediodía, adentrándonos entre
balconadas colgantes y puertas imponentes que en realidad parecían todas
cerradas a cal y canto. Estamos en el parador, un verdadero parador en mitad de
la llanura, construido en esos tiempos en los que Albacete era una parada
técnica, casi obligada en los trayectos desde los pueblos y ciudades del norte
de nuestra España a la costa levantina. Al llegar nos embarga la sensación de
ser un lugar casi nostálgico, recordando aquellos tiempos en los que los Renault
5 y su carro caravana, los Seat 600 y los Simca 1000 necesitaban parar para
enfriar el radiador y que niños y mayores comiéramos un poco a medio camino.
Ahora estamos en un oasis en medio del llano. Hablo con el jardinero y me
cuenta que lo construyeron a imagen y semejanza de las quintas manchegas,
sirviendo como modelo los dibujos del genial Manuel Sáinz de Vicuña, que
realizó en 1970. Me dice que todo el conjunto ocupa una parcela de 40.000
metros cuadrados, que fue donada por los hermanos Navarro Alfaro a condición de
hacer un parador. En los alrededores, una de esas fantásticas fincas manchegas
llamada La Morena.
Nos impresiona su decoración, al más puro estilo castellano, sobria y muy
luminosa y a la vez con rincones llenos de encanto que hacen que nos perdamos
en sus pasillos que nos llevan a un patio general coronado con una preciosa
fuente; rincones con espejos y con antigüedades de la zona; una habitación que
da al jardín donde se juega al golf, donde el trinar de los pájaros es música
de cabecera y a la vez te envuelve. Puede que se haya quedado un tanto
desfasada, pero muchas cosas están por encima de los estilos. Esos cuarterones
en las cubiertas, una buena colección de sillones que creen más en la comodidad
que en el diseño y sobre todo buen servicio, que de eso se trata. Pasados los
días hemos apreciado mejor el calor de esta arquitectura, con muebles
contundentes de la tierra, grandes zonas acristaladas sobre la galería
principal y sabiendo que vamos a poder descansar. Y por todos lados platos,
platones y mosaicos que alababan a Dios y a la Paz. Y los olores de su amplio
comedor para disfrutar de su refrigerio con un sinfín de manjares tan
exquisitos que dejan en nuestro paladar un sabor maravilloso; atrás quedaron
los guisos de Sancho Panza: los duelos y quebrantos, las sopas de ajo de
“Quintería”, las gachas, el pisto, el lomo de orza y el gazpacho, el bacalao
tiznado y las alubias, bien con perdiz, bien con liebre o conejo de campo, son
los de siempre, pero presentados de otra manera. Unas exquisitas migas ruleras
con huevo frito, uvas, chorizo y panceta de un nivel muy alto y realizadas con
mucha pasión y alma. Y esos “Miguelitos de La Roda” con mermelada de higos
junto a un helado de queso cremoso son su crujiente de almendra. Cómo cambian
los tiempos.
Y a los viajeros y lectores demediados sólo nos queda el alivio de una
posible primera conclusión una vez aposentados: la de seguir leyendo, al calor
de la fogata, siempre de encina, la novela entera de Cervantes todos los
inviernos de una vida, con la ilusión de recorrer su geografía en persona todos
los febreros posibles, aunque no sean bisiestos, siguiendo las directrices de
ese “caballero que por el mucho leer y el poco dormir intentó sofocar calores y
olvidarse de amores contrariados, embarcándose en una navegación por los campos
llanos e interminables de La Mancha. Llevaba de guía unos papeles comprados en
la Alcaná de Toledo, traducidos al instante como guías para el acompañamiento
de la simpar novela que narra las andanzas de Don Quijote de la Mancha”. Se
trataba del libro de 1905 titulado La ruta de Don Quijote vivido y escrito por
Azorín.
Y ahí nos quedamos reviviendo los sonetos del señor de Torre de Juan
Abad, como si el Parador fuese el mismo convento donde pasó sus últimos días y
ese sitio ideal para relajarnos con un buen vino de su bodega delante de la
chimenea, leyendo ese su soneto en el anochecer de su vida.
Ya formidable y espantoso suena
dentro del corazón el postrer día;
y la última hora, negra y fría,
se acerca, de temor y sombras llena.
dentro del corazón el postrer día;
y la última hora, negra y fría,
se acerca, de temor y sombras llena.
Si agradable descanso, paz serena
la muerte en traje de dolor envía,
señas da su desdén de cortesía:
más tiene de caricia que de pena.
la muerte en traje de dolor envía,
señas da su desdén de cortesía:
más tiene de caricia que de pena.
¿Qué pretende el temor desacordado
de la que a rescatar piadosa viene
espíritu en miserias anudado?
de la que a rescatar piadosa viene
espíritu en miserias anudado?
Llegue rogada, pues mi bien previene;
hálleme agradecido, no asustado;
mi vida acabe, y mi vivir ordene.
hálleme agradecido, no asustado;
mi vida acabe, y mi vivir ordene.
Solo así se confirma una de las
mejores formas de leer el decurso entero, variado y múltiple de una vida, tanto
como se vivirá convencido de que páginas, paisaje y personas tenemos siempre
algo intacto sobre esa mancha geográfica y emocional que llamamos el alma.
“Retirado en la paz
de estos desiertos
con pocos, pero doctos
libros juntos
vivo en conversación
con los difuntos
y escucho con mis ojos
a los muertos.”
Y aquí
quedamos siguiendo la sombra de Quevedo y decididos a ser
atrapados por el posible embeleso de la Quinta e intentando dormir al calor de
esa puesta de sol. Mañana será la del alba cuando salgamos de la Quinta para
volver al Mar Menor. Ya sabéis que nos gusta que el tiempo se pare y aquí, en
este mágico lugar, deje de correr…Nos abandonamos en los brazos de Morfeo en un
sueño reparador. Vale.
Texto y fotografías La Medusa Paca.
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