jueves, 26 de marzo de 2020 in

Edipo rey





Edipo rey
“Ya que no puedo ser libre
agrandaré mis prisiones.
Cambiaré los tristes muros
por alegres horizontes.”
(Manuel Altolaguirre, Sin Libertad)

Estoy aislado, vienen largos tiempos de reclusión, en una habitación llena de libros; mi radio y de una pequeña colección de discos clásicos de la casa Deutsche Grammophon. La cocina encendida. La radio en marcha. Fuera llueve fuertemente y se aguanta. Hace frío. No importa, “nunca llovió que no escampara” y “Dios aprieta, pero no ahoga” eran las frases preferidas de mi querida madre, ¡ay, mi madre!, cuando había problemas, que los hubo. Así es el lugar de mi confinamiento que en los primeros días me pareció agradable y ya se está convirtiendo en angustia. La devastación que nos rodea a todos es insoportable lo que me hace envidiar a la gente que hace algo por los demás.
Lo que veo a mi alrededor son mis arbolitos, esos bonsáis que están floridos y hermosos en esta primavera, que comenzó con sus primeros pasos hace seis días. Primavera que acaba de llegar con sus abarcas a medio llenar de azahar y otras flores y que nos ha recluido, que no pase inadvertido, en nuestra casa y en nuestros lúgubres pensamientos. Miro a los pájaros y estos días me parecen extrañados de tanta soledad en las calles, en el parque delante de casa y tan abrumador silencio. No sé si creer en los presagios. ¡Ay! “pájaros de mal agüero”. Y llego a la conclusión de que también ellos:-gorriones, mirlos, urracas, cotorras…, están en cuarentena
Estoy acompañado, gran compañía, enorme y calurosa compañía, de mi señora y, en la distancia, del cariño de mis hijos y de los hijos de mis hijos, de familiares y de alguna comunicación por Wasap de mis amigos, compañeros y de algunas personas, conocidas por las redes sociales, personas que ya están siendo diezmadas por la pandemia. Nadie está a salvo. 
Os digo que esta crisis me está obligando a revisar mi modo de vida, a pesar de estar jubilado, o por eso. Es esto lo que me ha conducido hasta el poeta isabelino John Donne y a lo que escribió en 1624, versos que, hoy son necesario recordar: 
“¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?   
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.”
Estos versos del poeta son ideas obvias, demasiado obvias, pero necesario recordarlas. “Nadie se puede salvar por sí mismo”. Y en esta mi reclusión vuelvo a los clásicos y recuerdo que el relato clásico de este tipo de situaciones, en nuestra civilización, se llama Edipo rey que fue escrito por Sófocles hace dos milenios y medio: La peste diezma la población de Tebas. Su rey, Edipo, jura encontrar al responsable, alguien culpable de un crimen horrendo y aún oculto que los dioses castigan mediante la epidemia (la peste es el arma que el flechador Apolo utiliza contra los griegos en el Canto primero de la Ilíada). Como se recordará, Edipo acaba descubriendo que él mismo es el criminal que busca (es decir, el chivo expiatorio que exige la ciudad).Y, después de este recuerdo, rondan mi mente clásicos recuerdos de mis años adolescentes, pienso que saldremos de ésta. Seguro. Recuerdo que peor lo pasó mi padre durante su lucha en nuestra Guerra Civil cuando cayó herido en las montañas de Durango tratando de romper el Cinturón de Hierro bilbaíno; cuando se hizo fuerte en las montañas y páramos de Teruel (Monte Gordo) y cuando intentó salir de la miseria trasladando trigo encima de jumentos para moler en los molinos de Las Tierras Altas riojanas donde, escondidos, lo molían para convertirlo en harina multicolor para, después, amasarla y convertirla en ese pan candial en los hornos caseros. Eran días de estraperlo, posteriores a la guerra, y mi querido padre los padeció. Eso sí que fue una guerra, distinta, pero cruel guerra.
Y, por último, esta peste me devuelve la conciencia de la fragilidad del ser humano y de su profunda insignificancia frente a fuerzas de la Naturaleza que no controlamos. Quedo en mi arresto con la lección de que no somos dioses y que nunca lo seremos. Vale.
No estoy tan solo contigo.
Mi Soledad me acompaña.
Yo desterrado, tú presente.
Texto y fotografía La Medusa Paca. Copyright ©

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