Morir en primavera
Morir en primavera
Morir como el otoño,
para poder vivir
sin temor al invierno.
Amigo
Félix, ya te llevó nuestra primavera,
no
una primavera cualquiera,
la
última vivida,
también
saboreada.
Te
fuiste con mil tonos y colores,
como
tus campos,
como
los míos,
como
los nuestros:
matizados
de flores,
con
humedades verdes,
musgosas,
suaves,
con
murmullos de aguas,
corriendo
por arroyos,
saltando
piedras,
y
ocupando silencios,
recorriendo
ribazos,
y
humedeciendo juncos.
Te
has ido mientras la gravaleña niebla,
densa
y fría de amaneceres,
que
otrora soportaste
arando
aquellas tierras,
de
pan llevar, se desliza
llorando
entre las peñas.
Te
vas desdibujando todo,
hasta
esos días tibios
que
pueden no volver,
y
hasta ese otro otoño
que
teja para ti
su
dorado manto de hojas,
ambarinas
y húmedas,
para
que tú, ya descalzo,
pasees
sobre ellas...
llevándote
su esencia,
entre
los pliegues
de
toda esa tu vida
que
deslizó silenciosa,
sobre
otros otoños lejanos,
cuando
sonriendo pensamos
que
tal vez no hubiese nunca
un
último otoño.
Y
ya ves, ya lo sentiste,
no
estás, te nos has ido,
mientras
tus pies descalzos
sienten
el frío de esos frutos
que
mueren en tu cuna,
sepultura
de luna,
nunca
olvidada,
junto
esas hojas
que
hoy agitadas
y
muertas a tus pies,
son
ya apartadas,
también
pisadas,
envueltas
entre nieblas
y
a jirones heladas
de
un viento enloquecido
que
las condujo al olvido.
Morir como el otoño,
para poder vivir
sin temor al invierno.
PRJ. - N.º 7, en
Santiago de La Ribera, Región de Murcia. Cuando la primavera de 2020 es camino
del silencio y del ser.
PD.
Amigo, bien lo sabes, te llamé y hablé contigo en el día de tu pasado y ultimo
cumpleaños y, al acabar nuestra penúltima conversación, luego hubo otra, ésta
física y mirándonos a la cara, apoyándonos el uno en el otro o más bien tú en
mí y junto a mi señora, fue el pasado 20 de diciembre en el “san Pedro”, junto
a tus sobrinas. Y fue hace siete días la última vez que hablamos y al
despedirnos nos dimos ese abrazo que me recomendaste fuese con cariño y ahí lo
dejamos, o ahí te quedaste, quizás, los dos a una reflexionando en estas dos
cosas que compartimos siendo niños y que ahora recuerdo en tu homenaje:
A.-
Para ti y para mí, ¿lo recuerdas?, paseando hacia el balneario, camino de tu
huerto, las luciérnagas eran bichitos de luz en esas noches claras de verano,
componiendo, a ras del suelo, un espejo fidelísimo de inmediatez.
Si
por suerte, ¿lo recuerdas?, atrapábamos alguna la escondíamos entre nuestras
manazas, más bien en las tuyas, como un tesoro con que asombrar a los amigos,
sorprendiéndonos lo feo y repelente del insecto. Sabíamos los dos, sin embargo,
que en la palma nos rozaba una luz que encendía el esplendor la noche gravaleña.
B.-
Nuestra infancia de niños, querido Félix, siempre, también hoy, olió a barrio,
a las calles en torno al Cantón, con sus costanillas empedradas y las humildes
casas de nuestros vecinos, a recados en la tienda de “la tía María”, la del
rincón de la plaza, aquella tienda de ultramarinos, novedosa en desavíos, donde
todo era como el arca de Noé. Olió también, al ambigú del tío Lucio, “El
Choleja”, allí en el baile, donde nos vendían aceitunas gordas y pepinillos en
vinagre; a la panadería de la tahona, la de la tía Claudia, allí junto a tu
casa, donde se amasaba, cocía y se vendía ese pan como venido del paraíso; a
las sillas puestas para la conseja en las puertas abiertas del verano; a los
partidos de pelota en ese frontón descuajaringado y con la pared a la mano
derecha en el que tú fuiste un experto jugador de pelota; al empedrado de
nuestras calles, por las que apenas pasaba algún coche y en las que jugábamos
todos contra todos sin preguntarnos el apellido; a las escaleras del Cantón y
el banco del tío Baltasar, en el que crecimos juntos y junto a otros, sin otra
multimedia que nuestras miradas; y esa escuela con olor a todo menos a rosas,
con la tía Macaria, con Doña Eugenia y con Don Emiliano. ¡Ay la escuela!, en la
que tú quedaste cuando yo marché a estudiar fuera, a Murcia, desde donde hoy te
recuerdo y...
En tu huerto, ahora,
cantará el jilguero.
Luz de primavera,
en tu huerto.
Y yo aquí,
tan lejos.
Texto
y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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