lunes, 2 de septiembre de 2019 in

Septiembre





 Septiembre
Ya estamos en septiembre y no hace mucho, en la tarde de san Juan, dejé escrito en esta misma página lo siguiente:
“Esta tarde, noche de san Juan, mientras las miro, las hojas de las palmeras delante de la casa se han sacudido con un golpe de viento la luz de media tarde, como si saliesen chorreando de un mar de luz. Me he dado cuenta de que ya es verano. Por los mismos motivos, dichos y redichos en años anteriores, el cuaderno de la Medusa Paca se entorna hasta el mes de septiembre. Dios sabe lo que será mañana. Vale.

Y aquí estoy, aquí vuelven a encontrarme ustedes, después de pasar los dos meses de la canícula sin dar golpe en mi pequeño jardín entre saltamontes, avispas, murciélagos, algún erizo flotando, calles levantadas, sin ver gente en pantalones largos y esperando a que los pezones de los higos se hicieran almíbar. Me despierto del largo sueño bajo la sombra de ese peral querido que sostiene la escalinata de la casa que me ayuda a contemplar y distinguir la corbata roja de un petirrojo de las alas doradas de un jilguero. Y, con las primeras lluvias, soy consciente de que hay aludas en torno a mi peral anunciando el otoño.
Septiembre se acerca a la cuba de vino, la prepara y la llena.
“Septiembre trae cerallos y sacude las nogueras,
Aprestaba las cubas, podaba las mimbreras,
Vendimiaba las viñas con hoces podaderas,
nin dexava los paxaros llegar a las figueras.” (Libro de Alexandre)

Mes que vuelve a igualar días y noches en el equinoccio, animado por la pasa de las aves hacia los cuarteles de invierno y por los amables frutos de árboles y huertas.
No lamento ni un poco que llegue septiembre. Me apetece estar aquí cuando tengan su gota de miel los higos, se triture el maíz y llegue la otoñada, esa primavera cansada, a los pastos. A veces pienso, y creo tener razón, que mi veraneo es el invierno.

En septiembre el aire pica ábrego. Huele a barbecho calado. Y me hace sentir un bostezo, más que un bramido. Ha llegado septiembre y con él asoma las orejas un verano herido de muerte; se agota el estío para abrir la puerta a las chimeneas, los colegios y las energías de un otoño que desnudará sus galas para dejar los bosques ligeros de velos con mantos de ocre y carmín. La montonera ya madura en los Montes Sestercios riojanos, cuajando las bellotas de roble y quejigo, gordas como las limusinas que han asolado los rastrojos. Septiembre siempre trajo aires de membrillos y destetes de corderos nacidos a finales de agosto. Los tractores ya han comenzado a tirar el abono para sembrar en polvo y recoger en colmo. Septiembre acorta los días y aparecen los tímidos rocíos. Y canta la sierra eterna con su berrea hablando de amores.

Las estrellas, ahora en septiembre, no saben dónde estarán mañana. Nosotros podemos calcular una trayectoria, pero ellas no. Ellas resplandecen, grandiosas, espléndidas, inocentes. Y aquí, junto al mar, es donde los pescadores de la diputación murciana de Lo Pagan pierden la memoria cada mañana. Por la noche se la limpian las mareas. Y el mar, ese Mar Menor todavía guarda, de recuerdo, la última ola cariñosa de la temporada. Y después de una eternidad de sol, silencio y polvo, han llegado las tormentas y los bañistas han comenzado a marchar. Desde entonces hay una herida dulce en la médula de los días y, de madrugada, una frescura compasiva. Se acabó. Otro verano para la biblioteca de veranos antiguos. Silencio señores.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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