martes, 6 de noviembre de 2012 in

¡Castañas calentitas!



¡Castañas calentitas!


¡Castañas calentitas! gritaba la castañera, y tú, mientras tanto, querida Medusa, soñando con guardar una docena de ellas en el bolsillo del abrigo para aliviar tus manos del frío otoñal, que ya está aquí, mientras curioseabas por el ventanal de la casa cómo, junto al quiosco de prensa,  se ataviaba esa caseta que en verano se desmonta y en otoño muestra su consolidación con la misma precisión que D. Mariano Castillo adivinaba los datos meteorológicos en su calendario. 

Y allí, además de la caseta, estaba esa mujer, dueña del negocio, asadora y vendedora, ¡Castañera!, tapada con un abrigo grueso, que le llegaba hasta los tobillos, mitones cubriendo la mitad de sus pulgares y el nacimiento de los demás dedos, y hasta un gorro de fieltro raído y descolorido formado con un conglomerado de borra y lana hecho por la abuela en sus ratos libres, que son todos. 

Y allí estaba la ¡Castañera! sentada en una banqueta, cuyos pies se apoyaban sobre un escabel para guarecerse de esa humedad fría y heladora de ciudad bañada por un acaudalado río, el Ebro. Frente a ella un bidón de metal chamuscado como si fuese un tambor de fuego. Artilugio montado sobre dos pisos: en el más bajo arde la leña de encina mezclada con el carbón; en el superior, separado de éste por una rejilla de panal, las castañas listas para asarse. 


Y, también, un aprendiz de fogonero avivando, a ratos, las brasas con un trozo de cartón y atizando el fuego decadente con un fuelle y tratando de remover con la badila las castañas para que no se quemen. Y de vez en cuando pregonaba su oferta en voz baja- ¡Castañas calentitas!- como si rezase, al mismo tiempo que las servía en cucuruchos de papel de periódico.  

Hoy la rueda de los días y los temas han sido noria en que se acuna La Medusa recorriendo calles y esquinas y visitando castañeros y castañeras que de todo tienen los bulevares, callejones y costanillas de esta mi ciudad. La Medusa ha salido de casa a primera hora de la mañana, ha saludado al barrendero, ese simpático ser, vestido de verde, que barre su calle, y a los niños aguardando  la apertura de las puertas del colegio. Se ha acercado, deseando tomar el pulso al día, hasta esa parada del autobús, recién estrenada y que acaban de colocar junto al  bordillo de la acera cercana a la casa.

Hoy La Medusa, con los ojos entornados, afronta las nubes, un amplio trozo de firmamento azul e indaga en la huella del viento y su humedad, como tantos otros días, dirigiéndose hasta el centro de la ciudad, tomarle el pulso pasándose antes por ese café destartalado y macilento de la glorieta del Doctor Zubía. Cuando el camarero apareció con el café con leche desnatada y el vaso de agua, la Medusa desenroscó la pluma, la inclinó suavemente sobre el papel en blanco y, a la manera del hechizo de Aladino, frotó sus manos afiladas para concitar la aparición de las musas e inspirarse en la realidad circundante. Alguien, en la barra del café, comentó el tiempo de otoño, la caída de la hoja y la colocación, distribuidos en sitios estratégicos de la ciudad,  de ocho  puestos callejeros ofreciendo los más característicos productos de la estación: las castañas. La Medusa, sensible al latido ciudadano, aguzó la oreja. Ahí hay tema, dijo, y se puso a escribir. 


-Son cinco euros, señorito.
¡Coño! ni que fuesen castañas románicas y milenarias, traídas de San Millán de la Cogolla y envueltas en papiros Emilianenses: Con o aiutorio de nuestro dueno Christo, dueño salbatore”

No, estas son Europeas –también las hay chinas, japonesas y hasta americanas- son castañas gallegas, con (IGP) - Indicación Geográfica Protegida y de variedad Amarelante.

La Medusa quedó, junto a la caseta, charlando con la castañera, mientras se preguntaba:  ¿por qué los castaños, ahora que hace frío, mucho frío, dejan caer esos frutos tersos, brillantes, compactos, abandonando ese envuelto de ropas de abrigo con caparazón forrado de pinchos blandos?  Y ¿por qué, siglos atrás, gracias a la castaña, muchos pueblos no murieron de hambre?

“Del follaje erizado
caíste
completa,
de madera pulida,
de lúcida caoba,
lista
como un violín que acaba
de nacer en la altura,
y cae
ofreciendo sus dones encerrados,
su escondida dulzura,
terminada en secreto
entre pájaros y hojas,
escuela de la forma,
linaje de la leña y de la harina,
instrumento ovalado
que guarda en su estructura
delicia intacta y rosa comestible”.
(Pablo Neruda)

Texto La Medusa Paca y fotografías de Juan Marín, La Rioja.com Copyright ©

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