lunes, 14 de noviembre de 2011 in

Romero, sabinas, tomillo, aulaga y pino silvestre

Romero, sabinas, tomillo, aulaga y pino silvestre

"...Aún en días feriados hay labores
Que así la ley como el derecho admiten.
No hay prescripción de culto que prohíba
Sangrar acequias, reparar los setos,
Enviscar aves, incendiar cambrones,
o chapuzar la grey en sanas fuentes”.

Haciendo caso a lo que Virgilio me indicaba (Geórgicas; L, 1,268-272) decidí trasladarme a un pueblecito en el que confluyen dos circunstancias que lo hacen por un lado sierra, sierra de la Alcarama (1531 m. de altitud) y por otro valle, valle del Alhama, recorrerlo y fundamentalmente hablar con sus escasas gentes, tan sólo 9 habitantes censados en el 2009.


Valdemadera

Mi primera intención fue la de acercarme hasta Navajún, el pueblo de las piritas, pero disfrutando, como estaba, de su naturalidad, tranquilidad y elegancia opté por dejarlo para otro viaje como ruta andariega de todos sus alrededores. Antes tuve que cruzar barrancos, fastuoso el de las Balsas, y terrenos secanos, montuosos y  escabrosos llanos.
 
Tan gran belleza me hizo permanecer en esta Reserva de la Biosfera, declarada por la UNESCO en el 2001, para desde sus quebrados contemplar a toda una inmensa colonia de buitres leonados, alimoches, halcones peregrinos y águilas perdiceras y perfumarme con esos olores propios de este otoño  de esos ejemplares con tanta singularidad como los de romero, sabinas, tomillo, aulaga y pino silvestre, que según el Diccionario de Pascual MADOZ “eran muy mezquinos”. Está claro que, lo que fue mezquindad para Pascual MADOZ ((1845-50, ha sido belleza y perfume para el viajero (2011)

Digo que la belleza y su perfume me hicieron permanecer en este pueblecillo de Valdemadera y no seguir en mi camino, es que el otoño trae días cortos,  otra vez será, para encontrarme con la torre de la iglesia de la Purísima Concepción:

Encantadora la torre
en ella su campanario,
estaba llamando a misa
cuando quedó reflejada
se nota por la campana
en toque con el badajo.

Y ya marchándome me topé de bruces con un labriego que, probablemente, volvía de su campo. Iba, con cara de frío, corría y cortaba el cierzo, encima de un mulo, quise fotografiarle, no pude y me arrepiento. Me costará encontrarme con imagen como la que se me escapó, tan corriente en el siglo pasado y tan escasa ahora, así es la inmediatez de la sorpresa. Igualmente dejé atrás, adornando una pared, un anuncio del Calendario Zaragozano y un anuncio de aquel Nitrato de Chile aquel que llegó a fortalecer las sementeras.




Únicamente me llevé ésta, también extraña, de un burro, muy burro, vestido con albarda de asno, que me recordó aquel otro “pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”. 

Lo vi suelto, comiendo en el prado y acariciando tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas gualdas mezcladas con hojas de otoño y verdes hierbajos. Intenté llamarlo silenciosamente, no me contestó, no era la voz de su amo y allí lo dejé junto a la cuneta para dirigirme hacia donde la piedra tosca se hizo ermita, la ermita de San Pelayo y descansar dulcemente.

Ermita de San Pelayo (Valdemadera)


Fotografías y texto de La Medusa Paca. Copyright ©

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