martes, 24 de diciembre de 2013 in

Hágase la luz




Hágase la luz


Regreso al pueblo, retorno a Grávalos una vez más. Recorro el pueblo desde “el Puerto” hasta “La Carrera”. Y lo que antes se me presentaba como un largo y espacioso corredor en el que desembocaban estrechas, frías, oscuras  y sombreadas callejuelas, asentadas sobre rocas trapezoidales de color gris-plomo-azulado, de nombre “china”, ahora se me aparece todavía más estrecho y más lúgubre, donde por sus escasos recovecos se cuelan los noctámbulos murciélagos, vencejos, alguna golondrina y esos astutos gorriones,  amigos de los graneros, revoloteando por todas las solitarias callejas. Las recuerdo desoladas, descarnadas en su oscuridad, como antros y túneles sin sombras y como en ruinas. Y es entonces cuando pienso en ese letrero de antaño en el que se pedía a la autoridad, por supuesto competente, en una muy buena y grandiosamente acicalada pancarta aquello de: “Queremos agua, luz y teléfono”.

El pueblo, mi pueblo, por aquellos años, era de noche perpetua en el que daba tiempo a imaginar las sensaciones y meditaciones de Eneas, “cuando la noche el mundo descolora”, donde se aposentaban los remordimientos, el dolor, las enfermedades, la vejez, el miedo y el hambre”. Y,  como en todo el libro VI de la Eneida, todo era “sólo tenues fantasmas volanderos, / sin cuerpo, inconsistentes”. Hoy y ayer todo este mundo representó el mundo de la oscuridad que me condujo a custodiar el mito, vigilar la leyenda y amparar la fantasía literaria, como reino de las sombras, del sueño y del letargo. Y en medio de esta gruta, ¿quién pudo encontrar la luz el sabio?, ¿el que lleva el candil y lo alimenta o el que lo sigue? Quedo callejeando el pueblo y lo sigo contemplando como esa gruta oscura, temerosa e indefensa del: “Queremos agua, luz y teléfono”. 

Es ahora que la electricidad está en boca de todos y a punto de electrocutarnos, cuando  recuerdo los candiles de las casas de mi pueblo en el momento en el que los filamentos de aquellas bombillas “de alto voltaje” ni siquiera llegaban a encandecer. Estaban ahí como temblorosos, como deseando dar luz sin llegar a término. Era invierno y pronto, muy pronto, se hacía de noche como ahora, eso no ha cambiado y la luz de la oscuridad aumentaba a medida que el fuego era atizado o se sumaban el número de velas encendidas o los candiles de carburo y de aceite comenzaban su chisporroteo. Tenía su encanto y hasta era romántico participar de la tertulia, del juego, de la cena, de la primera cabezada y de la lectura, con premio de quedarnos ciegos, cuando todo sucedía, nunca mejor dicho, a dos velas. Todos esos sentimientos fueron y son guardianes  de nuestras primeras noches. 

En fin, hágase la luz, y la luz se hizo, pero más cara. Al final, deseo la normalidad y, si esto es justo, que venga Dios y lo vea. ¡Qué va a ver, qué va a ver!, si Él ni nosotros vamos  a tener ni luz para alumbrarnos. Ahora que la luz corre a su velocidad no tengo más remedio que recordar, jugando con ella, la moda del momento y todo aquello, que mostrándose en el escaparate no dejamos de repetirlo: Luz Casal; el gusiluz; la gente corriente; estar a dos velas; Marisol; Santa Lucía; el gusano de luz; la cocina de leña; hombres y mujeres con pocas luces; Lucinio; Luces de Bohemia. Ser un Sol. El traje de luces. La ciudad de la luz. Pasear entre dos luces; Soltour; las bicicletas son para el verano; los Remeros del Volga; el sol de medianoche;  La Puerta del Sol; el pueblo de Luces en Asturias; Repsol; el Energisil; el sol y sombra; el gas butano; el lucero del Alba; The Sun; o Sole mío; la luz de cruce; Lorenzo; el imperio del Sol Naciente; el calor negro; el lavado a mano y el tango “A media luz”. Vale.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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