domingo, 18 de septiembre de 2011 in

HEMINGWAY EN TIERRAS DE VINOS

HEMINGWAY  EN TIERRAS DE VINO

La Medusa Paca recuerda cosas, recuerda la primera vez que leyó “Fiesta” y comenzó a mezclar la muerte y la vida, el día y la noche, el vino y la sangre… Fue una tarde trasladándome desde el Monasterio de Leyre, acompañado de mi señora, para que nuestros hijos viesen las calles de Pamplona y a la Pamplona entera en plenos Sanfermines .Todos terminamos confundidos durante las casi cuatro horas que, por allí anduvimos viendo y palpando  unas fiestas llenas de contrastes y contradicciones, como ya bien señalara Pío Baroja (a quien no se puede decir que estas fiestas encantaran, precisamente) en Juventud, egolatría (1917): "Entonces y después, una de las cosas que me parecieron ridículas fueron las fiestas de Pamplona. En Pamplona había una mezcla de brutalidad y de refinamiento verdaderamente absurda. Durante unos días se iba a las corridas, y después, de anochecer, se recibía con luces de bengala a Sarasate. Un pueblo rudo y fanático olvidaba una fiesta de sangre para aclamar a un violinista".

Fotografía archivo Bodegas Paternina 
 
En ese recuerdo estaba La Medusa cuando le comentan que la nuera y el nieto del “Abuelo Hemingway" andan por los pueblos y fiestas de La Rioja recordando historias de su antecesor. Que desean repetir y recordar sus andanzas visitando bodegas, bebiendo, no sé si saboreando sus caldos, y hasta poniéndose guapos para asistir a alguna corrida de toros en plaza distinta a como hiciera el “abuelo Ernesto” en su día.

Catalogué muchas fotos, ya que además conocía a las personas que aparecen en ellas. Se trata de una buena exposición que de alguna manera conserva el sabor de Hemingway en España”.

Estas son las palabras con las que Valerie, nuera del escritor, se expresó en Haro recordando a su suegro Ernesto Hemingway, aquel escritor que tuvo la necesidad, entre otras, de probar los caldos riojanos, por los que perdía la cabeza, al ser estos una de las grandes pasiones del “abuelo” además de la necesidad física de estar en España, amar a su gente, al vino  y sus tradiciones, tanto que le hicieron volver una y otra vez.

John y Valerie, me cuentan, se reunieron en los calados de unas centenarias bodegas en el pueblecito de Ollauri y no exclusivamente para asistir a la inauguración de  “Tinta, Sangre y Vino”, una colección de imágenes del genial escritor en el lugar que le recibió allá por los días de septiembre de 1956, sino para desde el tablado más perfecto contemplar  el gran teatro del mundo y de la vida, comprender  miles de situaciones y vivencias, de estampas rocambolescas, coloridas, ridículas, épicas, que los coetáneos de su abuelo y suegro convirtieron  en todo un rito de iniciación para miles de adolescentes, más de ayer que de hoy.

Ha debido ser enternecedor, qué pena no haber estado allí,  oír a su nieto John, también escritor, exclamar, todo sorprendido, ante una de las imágenes que incluye la exposición, “No sabía que hubiera estado en la cárcel”, bromeando en alusión a la imagen que muestra entre barrotes a su abuelo junto a Antonio Ordóñez. En realidad sucedió que los dos amigos fueron fotografiados en los calados antiguos de la bodega que hoy acoge esta muestra.
Fotografía archivo Bodegas Paternina 

Valerie Danby-Smith tenía 19 años cuando conoció a Ernesto. Era la primavera de 1959 y el célebre escritor norteamericano se encontraba en Madrid siguiendo la feria taurina de San Isidro. Ella, que había llegado desde su Irlanda natal para entrevistarle, comenzó cometiendo un error al preguntarle por qué había regresado a España después de veinte años. Él le corrigió diciendo que en ese tiempo había estado un par de veces en el país, la última, tres años atrás.

En efecto, Hemingway había visitado España en 1956, y uno de sus primeros destinos de aquel viaje fue parar para visitar  La Rioja, acompañando a su amigo el torero Antonio Ordóñez, que figuraba en los carteles de las Fiestas de la Vendimia.

Como relata en su libro “Corriendo con los toros”, me cuentan que Valerie creyó haber causado una mala impresión al escritor en aquella primera entrevista, que el también Premio Pulitzer convirtió en una impagable lección de periodismo. Muy al contrario, al viejo Hemingway le gustó la chica y no tardó en invitarla a unirse a “la cuadrilla”', la camarilla de amigos, colaboradores, admiradores y aduladores que pululaban a su alrededor engordando su ego y aligerando su cartera. Ella, sin saber muy bien por qué, aceptó, dando comienzo así a dos años de convivencia con el mito y el hombre, con su grandeza y sus miserias.

Aquel viaje compartido de la aventura a la tragedia comenzó en San Fermín y les llevó por Francia, Cuba, Estados Unidos, de vuelta a España... Entre fiesta y fiesta, Valerie se convirtió en secretaria del autor. En Finca Vigía, la villa de Hemingway cerca de La Habana, mecanografió originales, ordenó documentos, ayudó en las tareas domésticas y tomó parte en las excursiones de pesca de altura a las que él era tan aficionado.

 Han transcurrido mucho tiempo, demasiado tiempo, cincuenta y seis años para que abuela y nieto se entreguen a los brazos de  La Rioja de ahora tratando de descansar, recordar y, quizás, curarse de alguna que otra resaca  como su abuelo y suegro hacía cada año a finales de verano entre riojanos y con su amigo el torero. 

Fotografía archivo Bodegas Paternina 

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