El BOADAS, sin más
El BOADAS, sin más
Fue el lunes día último del año
bisiesto que se nos iba y la tarde-noche víspera del 13 que se acercaba.
-¿Te
apetece despedir, antes de cenar, el año que se nos va de una forma diferente?-
Me preguntaron.
-Pues
dirígete a las Ramblas, tuerce a la derecha y mímate acompañándonos a tomar un
cóctel de primer nivel. Te olvidarás de la rutina y de todo lo demás.- Me
indicaron.
Y allí, a
la calle Tallers, como nos invitó Alfonso, nos dirigimos Ignasi y la Medusa. De
entrada, esa esquinita a las Ramblas me pareció ser uno de esos pocos reductos auténticos que existen en las
ciudades cosmopolitas. Inmortalicé esa placa indicativa marcada en el suelo
como si fuese la huella indicadora que eso está plantado allí desde 1933. Y nos
adentramos en ese recóndito, cálido y perfumado lugar.
Me sorprendió absolutamente
todo, como si estuviese en una novela de Scott Fitzgerald: su espacio pequeño, casi
minúsculo, su gran barra de madera y esos taburetes a juego, una infinitud de
cuadros decorando y llenando sus paredes y toda esa casi una centuria de
expertos barmans vestidos impecablemente de smoking, menos un joven aprendiz
que iba de blanco impoluto.
Mientras mis acompañantes
tomaban algunos de esos refrescantes Vodka Collins, Bloody Mary, Gimlet, Rob
Roy o el Dry Martini de Heminguay, yo trataba de inmortalizar el local para mi
Medusa, al tiempo que me detenía en inspeccionar a esa clientela que para mí
era todo un atractivo y agradable mezcla entre fieles, autóctonos, extranjeros
medianamente bien vestidos y en todos aquellos que como nosotros, celebraban algo especial. ¡Bravo!
Después de esta inspección
ocular comprendí el por qué, entrando a la derecha y casi colgado del marco de
la puerta, está Antonio Machín marcándose el clásico Dry martini o un Mojito,
mientras sonaba su voz cálida y nada estridente, con sus Angelitos Negros junto
a Perico Chicote. Todo, me cuentan, surgió en Cuba cuando Miguel Boadas se trasladó desde el mítico Floridita de La Habana hasta esta
esquinita, para combinar con arte licores en un lugar hecho a medida y en el
que se respira un ambiente agradable. Al ser sus dimensiones escasas, se llenó fácilmente
y este lunes estaba hasta el reloj “Famous Grouse” que luce en una de sus
esquinas por lo que fue difícil sentarnos en los taburetes cercanos a la barra y disfrutar de un buen combinado.
Intuí, por todo el
muestrario que me ofrecían sus paredes, que en esta barra americana se han
acodado o apoyado en un Manhattan o Vodka Collins, a lo largo de sus 74 años de
historia, muchos personajes del mundo de la literatura, la música, el cine y la
farándula.
Pregunté y me dijeron que allí
no existe carta de cócteles. Vi cómo mis iniciados acompañantes contaron para
hacer su pedido con la diligencia de los camareros y escuché su conversación:
-"Ustedes díganme qué quieren que lleve
el cóctel y yo les orientaré"-.
-"Ron", contestaron
al unísono el Ignasi y el Alfonso-.
-"¿Lo quieren dulce o
ácido? ¿Largo o corto? ¿Seco o refrescante?", les interrogaba
pacientemente el camarero.
Me dio la sensación que
Ignasi y Alfonso escuchaban aturdidos y pude comprobar que el resultado de su
pedido no les defraudó, como tampoco a los que allí, junto a nosotros, estaban
acodados, bebiendo o mejor trasegando todas aquellas combinaciones que los
camareros, todo un arte, se afanaban en escanciar al tiempo que sacudían, chac-chac, la coctelera y es
que en los cócteles, aparte de en la bebida, el espectáculo está en la
elaboración....Lo vi en la imagen del joven aprendiz vestido de blanco
impoluto.
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Me di cuenta que todo este histórico es hoy un pequeño museo dedicado a la memoria de su fundador reflejado en ese gran dibujo en la pared que reproduce la coctelería en la década de 1940: hombres con gesto serio, engominados y tocados con el bigote de pincel típico de la época conversando entre sí mientras sostienen majestuosamente una copa, y elegantes mujeres ríen distendidamente a su lado.
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Me di cuenta que todo este histórico es hoy un pequeño museo dedicado a la memoria de su fundador reflejado en ese gran dibujo en la pared que reproduce la coctelería en la década de 1940: hombres con gesto serio, engominados y tocados con el bigote de pincel típico de la época conversando entre sí mientras sostienen majestuosamente una copa, y elegantes mujeres ríen distendidamente a su lado.
Quise despedirme y lo hice
dándome un garbeo por la Rambla, respirar y tratar de entrar en el año trece
con pies de plomo. Dudé si pasar, como en algunos hoteles, de la planta doce a
la catorce y plantarme. Tampoco me pareció correcto quedarme en el 2012 y más
después de conocer el Boadas y de que los acompañantes de La medusa tomasen un par de copas, cuando se tiene el espíritu
embotado al despedir a ese bisiesto y esperar que el 13 emerja poco a poco de
las sombras.
Fotos y texto de La Medusa Paca.
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