domingo, 9 de diciembre de 2012 in

Un ocho de Diciembre



Un ocho de Diciembre


Ayer 8 de diciembre me trajo recuerdos de infancia y juventud. Olor a colegio, chocolate con churros, comida con postre de fiesta y cánticos a la Inmaculada, a esa Virgen Blanca colocada allí en medio del patio para presidir toda actividad intelectual, lúdica y religiosa. Eran tiempos de pantalón corto y recorrido largo, de amigos para toda la vida y de esas vivencias que, cuando llegas a más de los sesenta, te hacen mirar hacia atrás y esbozar una sonrisa.

La nostalgia me invade mientras contemplo los montes nevados de Moncalvillo o Serradero que no dejan de sorprenderme por su belleza. La distancia de lo que fue me relaja y me permite comprobar aquella realidad de patio y aula, que no solía ser la misma que la realidad dibujaba fuera de las tapias del colegio. Allí convivían, las matemáticas de D. Antonio, la literatura de D. Celestino Ferrer, la historia de D. Silvestre, la música de D. Fulgencio, el arte y el francés de D. Benito, el latín de D. Evencio y los amigos. Allí se encontraba el equilibrio y la mesura de lo que carecían los de afuera, o eso pensábamos.

No había prisa en las conversaciones porque teníamos tiempo, demasiado tiempo para escucharnos. Nunca estuvimos de acuerdo en lo del fútbol, ni en lo del balonmano ni balonvolea con red asida entre palmera e higuera, ni en quién debía ganar las elecciones: si Nixon o Kennedy.

Allí se respiraba amistad, libertad y orden, estudio y disciplina por todos los poros. Pero nada de esto impedía una convivencia llena de complicidades, de guiños, de mesas, paseos y fiestas compartidos que mejor hubieran sido con un café cargado o refrescadas con un buen gin-tónic. Fue un lugar de encuentro. Un lugar de privilegio donde, desde las negociaciones para entrar en la Comunidad Económica Europea hasta la elección del Papa Juan XIII, todo lo vivimos con sumo interés y preocupación. La crisis, que también la había, la vivíamos sin entender nada, lo dibujábamos en nuestras caras y en nuestros sueños. Pero no nos parábamos ante la adversidad, no teníamos tiempo para perderlo.

Emprendíamos, inventábamos y dábamos a conocer nuestras inquietudes literarias a través de aquellas máquinas de ciclostil,
las viejas multicopistas de alcohol, incluso las de gelatina, el retroproyector…y éramos expertos en la tecnología del lápiz y la goma.  Vivíamos conforme a nuestro tiempo, sin renunciar a nuestros orígenes, fuimos fruto de él y éramos felices.

Ahora y fuera sigue helando y veo las luces de mi Belén, colocado en el jardín de la casa, iluminando este anochecer limpio en los montes de los pueblos cercanos al mio. Es 9 de diciembre y los recuerdos me transportan a un pasillo acristalado donde, los mayores hacían sonar un organillo, los medianos jugaban al ping pong y los más pequeños, no sabíamos hacer otra cosa, correteábamos por aquellas escaleras que conducían a las terrazas desde las que se podía ver el cielo. Todo estaba lleno de bullicio y allí la vida tenía sentido mas allá de los problemas.

¡Qué bueno, colegas!  


Texto y fotografías  de La Medusa Paca. Copyright ©

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