sábado, 1 de diciembre de 2012 in

Diciembre es el lobo otilando y la becada, la becada es silencio.



Diciembre es el lobo otilando y la becada, la becada es silencio.


“...Oh, sí, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta”.
(Antonio Machado)

Es diciembre y el viento no es el único que canta fuera de los cristales. Desde mi ventana observo como en los cercanos riscos clavijeños, justo donde dicen puso Santiago el pie para pisotear infieles, unos buitres leonados, una pareja, sisean sórdidamente a media altura, discuten por una línea trazada en el aire, el límite de sus respectivos territorios de caza. Me dicen vienen haciéndolo desde siempre, en la vertical del Monte Laturce y el barranco de Fuentezuela a 800 m de altitud.  

Junto a los buitres, confundiéndose con ellos, graznan también los cuervos, las chovas piquirrojas y el incansable martilleo metálico de algún mirlo. Y por debajo, a ras de tierra y entre la angostura del cortado rocoso del cañón del Leza, pasa un bando de cernícalos. Un poco más lejano, por el fondo de los valles,  especies de mayor porte como la encina y el pino y desde los matorrales, como el boj, las aulagas y los quejigos, viñedos tirados con tiralíneas y salteados almendros y olivos corren hilillos de agua, amamantando riachos muy crecidos después del nevazón de ayer y la nevasca de anteayer. En las orillas del Iregua reclaman currucas zarceras, ruiseñores bastardos y las garcillas bueyeras. Además, en fechas tan tempranas, y tan frías, cantan cormoranes y garcetas comunes. 


Y por encima de todos estos paisajes el silencio de las cumbres nevadas de la sierra, el lugar donde se producen los vientos que, según Machado, cantan. Cantan y en estas fechas invernales, aúllan, gimen y hasta se retuercen en los corredores de hielo y roca.

Y por abajo comienza, animada por un sol mortecino, a fundirse esa escarcha que agarrota árboles y arbustos. Y, mientras, el pueblo abrigándose tapado por esa niebla meona, húmeda y densa que, al congelarse en el aire, deja los campos albos como después de una nevada. Son como matas fantasmagóricas adornadas de pequeñas estalactitas.

Advierte mi agricultor que: “No es nieve; son cencellas”. Mi agricultor llama cencellas a lo que las gentes de Medina de Pomar me enseñaron a llamar carama. ¡Qué más da cencella, carama, escarcha o rocío!, dice mi agricultor. Le respeto pero no da igual; nada tienen que ver la cencella o carama con la escarcha o el rocío. La escarcha y el rocío no precisan de niebla para producirse, mientras que es la niebla meona, congelada en hilachas, la que origina aquellas. 

– ¿Y la nieve?- La nieve evidentemente, le digo, no es ni una cosa, ni otra, ni tienen semejanza alguna, aunque todas ellas blanqueen el paisaje.  

Aquí en su silencio, oyendo como canta el viento y en un Rincón para Doce, queda La Medusa esperando el momento de esas muy sabrosas, y en su punto, patatas con arroz y bacalao para que le derritan esa cencella de sus entresijos.


Texto y fotografías  de La Medusa Paca y Abel F. Ros. Copyright ©

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