Diciembre es el lobo otilando y la becada, la becada es silencio.
Diciembre es el lobo otilando y la becada, la becada es
silencio.
“...Oh, sí, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta”. (Antonio Machado)
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta”. (Antonio Machado)
Es diciembre y el viento no es el único que canta fuera
de los cristales. Desde mi ventana observo como en los cercanos riscos
clavijeños, justo donde dicen puso Santiago el pie para pisotear infieles, unos
buitres leonados, una pareja, sisean sórdidamente a media altura, discuten por
una línea trazada en el aire, el límite de sus respectivos territorios de caza.
Me dicen vienen haciéndolo desde siempre, en la vertical del Monte Laturce y el
barranco de Fuentezuela a 800 m
de altitud.
Junto a los buitres, confundiéndose con ellos, graznan
también los cuervos, las chovas piquirrojas y el incansable martilleo metálico
de algún mirlo. Y por debajo, a ras de tierra y entre la angostura del cortado
rocoso del cañón del Leza, pasa un bando de cernícalos. Un poco más lejano, por
el fondo de los valles, especies de
mayor porte como la encina y el pino y desde los matorrales, como el boj, las
aulagas y los quejigos, viñedos tirados con tiralíneas y salteados almendros y
olivos corren hilillos de agua, amamantando riachos muy crecidos después del nevazón
de ayer y la nevasca de anteayer. En las orillas del Iregua reclaman currucas
zarceras, ruiseñores bastardos y las garcillas bueyeras. Además, en fechas tan
tempranas, y tan frías, cantan cormoranes y garcetas comunes.
Y por encima de todos estos paisajes el silencio de las
cumbres nevadas de la sierra, el lugar donde se producen los vientos que, según
Machado, cantan. Cantan y en estas fechas invernales, aúllan, gimen y hasta se retuercen
en los corredores de hielo y roca.
Y por abajo comienza, animada por un sol mortecino, a
fundirse esa escarcha que agarrota árboles y arbustos. Y, mientras, el pueblo
abrigándose tapado por esa niebla meona, húmeda y densa que, al congelarse en
el aire, deja los campos albos como después de una nevada. Son como matas
fantasmagóricas adornadas de pequeñas estalactitas.
Advierte mi agricultor que: “No es nieve; son
cencellas”. Mi agricultor llama cencellas a lo que las gentes de Medina de
Pomar me enseñaron a llamar carama. ¡Qué más da cencella, carama, escarcha o
rocío!, dice mi agricultor. Le respeto pero no da igual; nada tienen que ver la
cencella o carama con la escarcha o el rocío. La escarcha y el rocío no
precisan de niebla para producirse, mientras que es la niebla meona, congelada en
hilachas, la que origina aquellas.
– ¿Y la nieve?- La nieve evidentemente, le digo, no es
ni una cosa, ni otra, ni tienen semejanza alguna, aunque todas ellas blanqueen el
paisaje.
Aquí en su silencio, oyendo como canta el viento y
en un Rincón para Doce, queda La Medusa esperando el momento de esas muy
sabrosas, y en su punto, patatas con arroz y bacalao para que le derritan esa cencella
de sus entresijos.
Texto y fotografías de La Medusa
Paca y Abel F. Ros. Copyright ©
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