martes, 10 de enero de 2012 in

Desde detrás de mi ventana

Desde detrás de mi ventana


Veo esta mañana esta escena. Un anciano, apoyado en su cayado, se acerca lentamente, muy lentamente, a la tienda del pueblo, esas que almacenan tanto como un comercio y seguimos llamando de ultramarinos. Su caminar corto y pausado denota lo que ven mis ojos: que es muy mayor. Le cuesta avanzar. Lo veo yo, y lo ven más personas. El anciano tiene buen porte, o eso que llamamos sin saber muy bien por qué, buena pinta.

Cuando bajó el encintado de la acera para cruzar la calle, la mujer se quedó plantada, como si fuera plomo. Unos chiquillos la observaban, otra señora la seguía con los ojos, una pareja que parecía un matrimonio cargado de bolsas, también. Un señor perfectamente trajeado, un par de jubilados, o parados, estaban frente a ella. Y yo, yo también estaba viendo, detrás de mi ventana, que no era capaz de llegar a donde pretendía.

Ahora da lo mismo que cuente aquí lo que tenía pensado hacer pero no hice; es lo de menos, no sirve de nada, porque llegué tarde, o sea, que no lo hice. Fue un joven acharolado de esos que te dan los buenos días al encontrarte en la entrada de la casa al buzonear esa propaganda no necesaria y costosa. Fue él quien se acercó al anciano y en un español corriente y abreviado le dijo que, si él quería, él le podía ayudar. Le entregó su brazo y el viejecito se apoyó en él y los dos entraron juntos al local donde no suenan, al ser escasos, los murmullos de los clientes, ni hay carritos que choquen unos contra otros, ni tampoco máquinas registradoras y si un raído cuaderno en el que se apuntan los débitos y que, últimamente, está engordando cada día más.

Y ya no sé más. No sé si el joven acharolado, joven que llevaba en su cara el billete pagado de la hambruna, le ayudó a hacer la compra, si le aguantó la cesta y si la acompañó a casa a cambio de unos céntimos, o a cambio de nada.

Sé que hizo lo que no hicimos los demás. Sé que su cerebro fue mucho más rápido que el de los demás. Sé que percibió la necesidad con diligencia. Y sé que supo remediar algo que para una mujer tan mayor era un mundo: una mano estable y confiada.

Sé que esto que cuento me va a perseguir todo el día. Tanto que, para abandonar su persecución, he puesto la radio para distraerme y no pensar ni en el acharolado ni en el anciano.

Probablemente esto que La Medusa les narra sea solo una insignificante escena de calle de pueblo pequeño. O quizá no sea nada. No sé tampoco por qué este empeño en plasmarlo blanco sobre negro hoy. Quizá porque la única forma de sacarlo fuera de mí es así, contándolo. Y acabo de hacerlo en esta mañana heladora de Enero y desde detrás de mi ventana.


Texto y Fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

Leave a Reply

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores