martes, 17 de enero de 2012 in

EL CERDO DE SAN ANTÓN

 

EL CERDO DE SAN ANTÓN

En este mi pueblo de Grávalos, de la Comunidad de La Rioja, hay una plaza y varios cantones. Hay edificada una iglesia pequeña, que no está precisamente en el centro, está en la parte Norte donde rompe la monotonía entre lo que fue y lo que comienzan ser casas habitadas. Dentro de la iglesia, entre varias imágenes, está la de San Antonio Abad (patrón de los animales), que es al mismo tiempo patrono del Ayuntamiento de la Villa y al que cada 17 de enero la Corporación venera.

Pues bien, a finales de enero, a lo más tardar en febrero de cada año, era y es una costumbre que la Corporación adquiera un cerdo pequeño, que tras ponerle en el cuello una cordón de color rojo del que suele colgar una campanilla, lo suelte a la calle para que se busque la vida con su alimentación diaria.

Los vecinos siempre observaban que el gorrino, que siempre está a los pies del santo, no tenía que trabajar demasiado para ganarse su sustento, siempre con criterio e instinto él se ponía a caminar por las calles del pueblo, que al ruido de la campanilla, cualquier vecino, enseguida le sacaban a la calle o le depositaban en el zaguán de la casa el sustento, que en su mayoría era un puñado de granos de cebada, patatas cocidas, remolachas, hojas de berza y hasta había quien le amasaba, eso sí, en agua caliente, harina de cebada molida y salvado. De esta forma el cochino era alimentado en demasía. El muy cerdo se las sabía todas y cada día, para “comer a la carta”  acudía al lugar donde la comida que le ponían era de su agrado. Andando y andando llegaba a conocer todos los restaurantes caseros de la villa llegando a conocer todos los tipos de menú con alimentos saludables, esos que no faltaban en pocilga alguna.

Como en las calles, normalmente empedradas, no había grandes pilones en los que saciar su sed se acercaba hasta el pilón del agua dura en el que abrevaban las caballerías y en él, al mismo tiempo que se refrescaba se revolcaba en la ciénaga para darse un baño. Como lo que usaba no era precisamente jabón, sino fango, el GUARRO quedaba muy guarro. Siempre había alguna alma caritativa que, para verlo aseado, le vertía por encima un par de cubos de agua y quedaba presentable. Le daban también agua para que bebiera. Era mirado con simpatía por la gente, pues los únicos que le hacían rabiar un poco eran los chicos. Pronto se hacía un granujilla y, al olfatearlos, corría para que no le molestaran.


Para pasar las noches, siempre agradablemente, se buscaba el sitio en algún lugar de las eras y pajeras existentes en las afuera del pueblo, y hasta alguna persona le daba sitio en el corral de su casa o cuadra preparándole una buena cama de paja. Como estaba en calidad de transeúnte, el peligro que tenía era que fuese atropellado por algún carro tirado por caballería, que él sabía esquivar bien, como también lo hacía con los coches que circulaban (que eran pocos), aunque los que iban guiando los carros y vehículos, al conocer la tradición andaban con cuidado para evitar atropellarle.
 Así transcurrían los días, semanas, meses, y aquel cochinillo pequeño se había convertido en un grande y gordo CERDO. Con algún tiempo de antelación al 17 de enero, que es la Fiesta de San Antón, la Corporación comenzaba a vender los boletos numerados para el sorteo del mencionado CERDO, que después de la misa, procesión y otros actos litúrgicos y profanos se rifaba desde el balcón de la casa consistorial.

Llegada la víspera, 16 de enero, la iluminaria-hoguera, siempre con leña de encina traída de los montes comunales, era encendida a primera hora de la noche, era una hoguera grande, la más en la plaza de la villa y enfrente del edificio del Ayuntamiento, las más pequeñas en los barrios y cantones  y, como lo he vivido y disfrutado, he de hacer constar, que en la casi totalidad de las casas de este pueblo completamente agrícola, también echaban una hoguera pequeña en la calle frente a la puerta, para que el Santo les protegiera de males e incluso de la muerte, a caballerías, cochinos, gallinas, conejos y perros, etc., pues eran pocos los que no tenían algún animal. Al día siguiente, si se iba por cualquier calle, no hacía falta preguntar quien hizo hoguera la noche anterior, pues quedaba la señal en el suelo, y era en la mayoría de las casas.

Y por fin llegaba el día 17, que es el día de la fiesta, por la mañana celebraban la misa, y luego al Santo en procesión, recorriendo varias calles del pueblo llegaba hasta la ermita del Humilladero, allí se bendecían animales y la gente joven, montados en caballerías, burros, mulas, caballos, hacían cortas carreras.

Ahora la existencia de caballerías es menor, las pocilgas y corrales no están llenos, los gallineros semivacíos. La tradición sigue y mientras haya Corporación y Ayuntamiento habrá fiesta, habrá rifa y el CERDO DE SAN ANTÓN hará sonar su campanilla para que el labriego la escuche y acuda a atenderle.

Y es que además está el dicho de, “San Antón, frío y tristón, mete a las muchachas en un rincón; luego enseguida llega San Sebastián, mozo y galán, que las saca a pasear”. 
 

Texto y Fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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