GAUDEAMUS IGITUR
GAUDEAMUS
IGITUR
Gaudeamus
igitur,
iuvenes dum sumus.
Post iucundam iuventutem,
post molestam senectutem,
nos habebit humus.
Post iucundam iuventutem,
post molestam senectutem,
nos habebit humus.
“Alegrémonos
pues, /mientras seamos jóvenes. / Tras la divertida juventud, / tras la
incómoda vejez, / nos recibirá la tierra. / ¿Dónde están los que antes que
nosotros / pasaron por el mundo? / Subid al mundo de los cielos, / descended a
los infiernos, / donde ellos ya estuvieron. / Viva la Universidad, / vivan los
profesores. / Vivan todos y cada uno / de sus miembros, / resplandezcan
siempre”.
Fue Azorín, quien refiriéndose a la institución académica, escribió que "todo en la Universidad es solemne y digno. Y ello no reñido con la cordialidad que debe unir -y aquí en efecto une- a maestros y discípulos".
Esto es lo que aprendí, esto es lo que me enseñaron y es esto lo que he recordado esta tarde de 25 de mayo de 2012 en la Universidad Abat Oliba CEU de la ciudad de Barcelona y en el acto de licenciatura de Ignacio-Javier, el menor de mis hijos.
Mientras escuchaba el Kyrie de la misa de Angelis, el Goigs de Santa María, Seu de la <saviesalos, los discursos, y mientras veía las rostros sonrientes de los licenciandos, me he acordado de lo que es la equidad y la tolerancia, he recordado, a la sombra del Cardenal Herrera Oria y peripateando por su claustro, el "Apres deu, ameu sapiencia", pensando que estas cosas no son para tomárselas a broma porque comprometen. Desde siempre, y mira querida Medusa que han pasado lustros, he deseado e intentado poner en práctica que la formación universitaria estuviese íntimamente ligada al esfuerzo y resplandor de los libros. Y lo he conseguido, ahora con mi hijo Ignacio y anteriormente con Marta, María y Roberto.
Ésta ha sido
la tarde académica de cada primavera en la montaña del Tibidabo, sencilla, no abigarrada
de maceros, ni tunos, ni altos y cargos medios. Allí estaban los que tenían que
estar: académicos, profesores, familiares y amistades de los recién graduados
que, al acabar el acto, han sentido como una renuencia perezosa a abandonar las
dependencias del recinto universitario y a aparcar las copas de vino,
obnubilados por un doble motivo, entiéndaseme, por un lado el inequívoco efecto
salvífico del sol de primavera sobre tanta cabeza exultante por el ánimo y la
melancolía ambiente.
Como suele
suceder en días así, en los corrillos se alternaban los ejercicios de emoción
impostada con los gestos de frivolidad sincera. Vamos, que unos ponían la boca
así, redondita y abierta como la de un rodaballo, para dictar su erudita loa
sobre los discursos de la tarde, otros, gracias a Dios, charlaban en tono y con
cara normal y otros directamente se acosaban para hacerse fotos entre ellos
como si de un viaje en grupo al Santuario de Monserrat se tratara. Y mientras,
los licenciandos, a su aire, copa de vino en ristre, elegantísimos, sonriendo
con timidez a quienes se les acercaban, aceptando cumplidos, mirando hacia
abajo como niños asombradas por lo que habían conseguido o les quedaba por
conseguir y preguntándose por qué a
muchos la palabra felicidad les estaba resultando tan sospechosa...
Todos nos
pusimos a cantar el Gaudeamus Igitur,
por
tanto, alegrémonos. Los
canapés fueron desapareciendo de la escena, se ve que el alimento de la cultura
no basta para llenar el buche. Los papás besábamos emocionados a nuestros hijos.
La tarde-noche barcelonesa se iba. Todo acabó y yo soñando con el Clavelitos de mi corazón. La tuna, siempre la tuna de mis años
universitarios esta tarde revividos junto a una parte de los míos los hijos y
nietos presentes y los hijos y nietos ausentes pero presentes.
Fotos y texto La
Medusa Paca. Copyright ©
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