Septiembre: mes del rabilargo crocitando y del ciervo bramando
Septiembre: mes del rabilargo crocitando y del ciervo bramando
“La luz
ensanchaba y el perdigón llenaba el campo con su cántico ardiente y persuasivo.
De la parte del monte sonó una respuesta remota.
De la parte del monte sonó una respuesta remota.
-¿Oye? El campo
ya contesta”. (Miguel Delibes. El Hereje)
Dejado atrás Agosto, en el que “la chicharra
quedó garliendo y todos los demás callando”, ha comenzado septiembre,
mes en el que el paisaje sonoro se modifica: “Septiembre es el mes del rabilargo
crocitando y el ciervo bramando”. En los próximos meses los sucesivos
sonidos, que irán apareciendo por el campo, van a conformar todo un calendario
sonoro, un catálogo de las situaciones que se producen en el llano y la montaña
y que La Medusa les irá describiendo en el comienzo de cada uno de los meses.
Cada momento y cada mes tienen sus voces dominantes
y su peculiar calendario, un auténtico catálogo de arqueología lingüística
musical. La Naturaleza usa infinitos lenguajes que apenas somos capaces de
comprender que, si podemos disfrutarlos, todos ellos fundan la vivacidad e
intentan la belleza.
Se aproxima el final del verano y aunque los fríos todavía se ven muy
lejanos he comprobado en mis paseos matinales que el campo empieza los
preparativos para afrontar la mala estación y que el paisaje sonoro tiende a
los extremos. De los bullicios concentrados en torno a las bandadas de
aves en vuelo migratorio, a los silencios que, de día en día, se extienden por
bosques, campos y huertas.
En estas fechas estas tierras son lugares de paso obligado para millones de
aves que, más o menos apresuradas, más o menos en tropel, se dirigen en busca
de mejores climas.
Esta mañana por sendas naturales villametrenses, en La Rioja media, he
visto, posándose sobre los cables en una larga hilera, decenas de golondrinas
hacer un alto para reagruparse y reponer fuerzas y, en la lejanía cercana al
Monte Laturce Clavijeño, a unas águilas
calzadas volar sobre ese monte de regreso a sus áreas de invernada.
Hace unos meses, en la
primera hoja de este calendario sonoro de la naturaleza, a esas mismas águilas
calzadas, en su viaje a los muladares, las
vi sobrevolar sobre las escarpadas paredes del castillo iluminado por la Cruz
de Santiago y oír cómo podían ser expulsadas, a grito limpio, por unas
cornejas. Por estas fechas, sus voces, precedidas por el relincho de un pico
picapinos y audibles a gran distancia, han bajado de nuevo desde el cielo
queriendo delimitar sus territorios de cría ya vacíos. Los rabilargos adultos y
jóvenes del año, manteniendo una cierta cohesión, arrastran sus graznidos bajo
las copas de las encinas con estrechos y ruidosos sonidos.
El fondo sonoro del otoño ya está esbozado. En las
laderas descarnadas cercanas al lugar del tributo de las cien doncellas, por detrás de gritos y relinchos, no se
escucha otra cosa que el vacío, la inactividad. Un silencio sólo punteado por las
llamadas de los últimos grillos y por el reclamo en forma de chasquidos de uno
de los más tenaces pájaros forestales, el petirrojo. Un vacío que,
rellenado con unos bramidos lejanos, sirve de preámbulo a lo que queda por
venir. Pero eso va a quedar para el mes que viene.
Entrado ya septiembre, los paisajes suenan, cantan,
interpretan y por supuesto dicen. Quiero oírlos murmurar con las mil
entonaciones del viento y de las aguas y la infinita gama de tonalidades que se
desprende de las caricias que esos dos elementos presocráticos le dan a todo lo
que vemos. Todos, yo también, necesitamos que se sepa de nuestro pertenecer a
un lugar, o a muchos, allí oiremos el capricho, el esplendor de la creatividad
y la alegría desatada del rabilargo crocitando y del ciervo bramando.
Empieza la función. ¡Que no pare la música!
Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©
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