lunes, 10 de septiembre de 2012 in

Día de “anaos”, “calados” y “cubachones”



Día de “anaos”, “calados” y “cubachones”


“El barrio de las bodegas de Alberite celebra mañana por primera vez una jornada de puertas abiertas a algunos “anaos” y cubachones tradicionales”, titular leído en el diario La Rioja hizo que aquella mañana, sintiéndome reconfortado, decidiese trasladarme hasta la villa ribereña del Iregua para introducirme en los calados de sus bodegas centenarias. Pensé que siempre es reconfortante bajar a esas catedrales de la frescura y el silencio en las que la tranquilidad y el sosiego se mascan y se respiran. Aquí no hay acero que invada sus rincones. Aquí solo hay viejas y centenarias cubas, “cubachones”, de madera de las que emanan cultura e historia, donde el tiempo está quedo y se respira vino.  

La tradición oral del dueño del “anao” me documentó y, amablemente, como con vergüenza, queriendo esconder ese pozo de sabiduría que es la cultura profunda del agricultor, vino a narrarme que: “anao, calado y cubachón” vienen a confluir en un mismo significado, adoptándose para “anao” y “calado” la denominación de bodega grande que en la parte anterior tiene un edificio, como antesala, en el que están la prensa, los lagos y los diversos ásperos propios de tal afán. Mientras que llaman “cubachón” a un almacén de vino horadado en la tierra y con una puerta de acceso”.

Así que, después de escucharlo, no pudiendo resistirme, aceleré mis deseos de tomar frescura y me introduje en esos horadados impolutos y respetados calados centenarios con sabor de bodega.
Son la Capilla Sixtina del Vino cultivado y elaborado por el sencillo y sabio agricultor, excavados en roca viva a 40 m de profundidad y que, los más antiguos, datan de finales del siglo XVI. Allí se esconden tesoros; conversaciones de tertulia habidas en torno a un porrón de clarete o tinto de tempranillo; brindis por éxitos y lágrimas por desgracias. Allí, tras las rejas de la puerta, se esconde la vida y reposan las instantáneas del pasado. 


 Pasear por estos “calados” ha sido para La Medusa visita reconfortante para el cuerpo y la mente, especialmente, y así fue, cuando en el exterior el termómetro se situaba por encima de los 35 grados. 

Pasear por estos “anaos”, pequeños laberintos progresivos, es como si la paz y tranquilidad en la que descansan las botellas se transmitiese al visitante. Pero estos calados también transmitieron a la Medusa el trabajo y el esfuerzo de las gentes del vino que, a pesar de llevar toda la vida elaborándolo y comercializándolo, empiezan ahora la nueva aventura, ¡qué pena o qué alegría!, de mostrar sus “anaos” al visitante deseando que éste, es lo único que le queda, conozca y se empape con la seña de identidad de su quehacer. Me di cuenta que, este su afán, les ha conducido a recuperarlos después de años de abandono.


Y allí, en esos nichos de fraternidad, junto a un tinto de bodega, de “cubachón” de agricultor, de intensidad suave, amable y profundo, quise quedarme para continuar y disfrutar con las enseñanzas de mi amigo.
Como el paso de la mañana fue larga no aguanté más y como mi estomago no tenía cama tuve que salir fuera para airearme, asomarme al altozano de la bodega y contemplar, empieza a ser tiempo de ello, viñedos especialmente caprichosos: cada majuelo con su tono, cada renque y cada cepa con su propia paleta desafiando al repertorio inagotable del color: la intensidad de los marrones desfilando en una increíble gama que se alza carmesí o incluso rosa resbalando con eficacia por una indescriptible traza de violetas, añiles, cerezas, rosas palo, marrones mil veces entreverados, ocres, rojos, anaranjados, amarillos pajizos, amarillos que coqueteaban con el ámbar o con el negro más oscuro e indefinible en hojas que están a punto de rodar yertas por el suelo a los pies de las cepas y es que el otoño ya se asoma en el calendario.

Me marcho y, a mis espaldas, queda una villa, volcada en el vino y fortalecida con un parque impresionante de bodegas y  “calados” familiares. Incluso las casas más humildes, pero grandiosas, poseen una característica que las distingue: son mitad vivienda y mitad bodega que ocultan en su subsuelo un espacio de tino y  lagar y, en la parte más profunda, el “calao” o la cueva de tradición milenaria en la que la bravura de la jota se ciñe entre cestos y afilados corquetes.


Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©

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